San Francisco de Asís potenciado por el Papa argentino

Se trata del editorial del programa «Sábado 100» por radio Sol Rafaela FM 90,9 que conduce Emilio Grande (h.).

El 4 de octubre es la fiesta de San Francisco. Por este motivo, Bergoglio estuvo ayer en Asís ante una multitud, expresando que «la Iglesia debe despojarse de un peligro gravísimo, el de la mundanidad, el de la vanidad, el de la prepotencia, el del orgullo, el del dinero. Si queremos salvarnos del naufragio, es necesario seguir la vía de la pobreza, que no es la miseria -ésta hay que combatirla-, pero es el saber compartir, ser más solidarios con los necesitados, confiar más en Dios y menos de nuestras fuerzas humanas».

San Francisco nació en el siglo XII en una familia adinerada de Asís; su padre era comerciante. En su niñez y adolescencia estudió latín, vulgar y provenzal; también música y le gustaba escribir poesías. Un episodio importante produce un cambio en su vida: mientras ayudaba a su padre en el negocio apareció un mendigo solicitando una limosna en nombre de Dios, pero el Poverello lo echó de mala manera, recapacitó que había obrado incorrectamente y fue tras su búsqueda, le pidió perdón y le entregó dinero. Una noche mientras dormía tuvo la visión de Dios, esto fue para Francisco otro llamado de atención.

Realizó una peregrinación hasta Roma y estando delante de la tumba de Pedro observó que la gente dejaba algunas monedas. El entregó el dinero que disponía, sin quedarse con una cantidad mínima para su regreso a Asís. Al llegar a su ciudad, encontró un leproso, se acercó y lo besó entre la burla y el asombro de sus amigos y la decepción de su padre, siendo su madre la única que lo entendía.

En todo ese cambio interior producido, Francisco eligió el camino del silencio y la meditación por los alrededores de Asís. Un día se encontraba orando en la Iglesia de San Damián y el crucifijo que estaba en el citado templo comenzó a hablarle: «Francisco, reconstruye mi casa que, como ves, va en ruinas». Francisco interpretó literalmente el mensaje de Cristo que era reparar el edificio de la iglesia; en ese sentido tomó todas las telas del almacén del padre vendiéndolas y luego llevó el dinero recaudado al párroco de San Damián.

Poco días después, el padre lo encontró pidiendo explicaciones, pero Francisco se quitó la ropa, renunció a la herencia de los bienes y le dijo: «Hasta ahora te he reconocido, en adelante repetiré con más fe: Padre nuestro que estás en los cielos».

Comenzó para Francisco una vida marcada por la meditación y las grandes renuncias, iniciando sus primeras predicaciones. Una de las anécdotas fue con el lobo de Gubbio quien devoraba animales y personas; el Poverello lo encontró, hizo la señal de la cruz y le pidió que no realizara más daño a los pobladores, a lo que el lobo aceptó la propuesta y vivió civilizadamente durante dos años.

Francisco empezó a tener «seguidores», creó la primera Orden, entendió que era necesario obtener la autorización del Papa Inocencio III y viajó a Roma con unos frailes y el Papa admitió la fundación de la nueva congregación. El Papa vio en sueños a la basílica de San Juan de Letrán a punto de caerse y un pequeño hombre que la sostenía para evitar su destrucción, suponiéndose que este último era Francisco.

Hace 8 siglos la Iglesia estaba en ruinas como está hoy, en ambos casos Dios se vale de dos Franciscos: primero fue el de Asís y ahora el de Buenos Aires.

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