¿Un giro copernicanol?: apuntes sobre la política exterior de Mauricio Macri

Por Rodolfo Zehnder.- Suele preguntarse en estos días, si bien es más aplicable al campo económico, si el nuevo gobierno encabezado por Mauricio Macri provocó medidas de shock o, más bien, se inclinó por cierto gradualismo. En el campo de la política exterior, -más claramente que en cualquier otro- parece evidente que el gradualismo fue dejado de lado y la balanza se inclinó por provocar una verdadera ruptura respecto del rumbo del kirchnerismo, cuyo resultado está lejos de avizorarse y mal se podría aventurar. Argentina decidió “abrirse al mundo”, expresión ésta que no por ser de algún modo vaga o ambigua carece de singular importancia. Ello significa varias cosas, y tiene varios frentes. Por empezar, se designó Ministra de Relaciones Exteriores a una funcionaria de primerísimo nivel en Naciones Unidas, jefe de gabinete del Secretario General Ban Ki Moon y potencial candidata a ocupar ese cargo. Ello significa –y así lo expresó la canciller- una política exterior abierta, sin fronteras ideológicas pero con la firme intención de convertir a Argentina en un país confiable, de actitudes previsibles, consolidando su posición dentro de Occidente y aspirando a un rol más activo y de influencia en América del Sur. Por otra parte, se intensificaron las relaciones con la Unión Europea –visita de los jefes de Estado de Italia y Francia incluidas- con el propósito de lograr el ansiado –y hasta ahora malogrado- objetivo de establecer un área de libre comercio entre la Unión Europea y el Mercosur, como primer paso hacia una integración de mayor alcance. Asimismo, se plantea intensificar las negociaciones con Chile y Perú, a fin de que la Alianza del Pacífico no se constituya en un bloque homogéneo tal que conspire contra los legítimos intereses argentinos hacia el Asia vía el Pacífico. Por lo demás, Argentina aspira a una apertura a las fuentes de financiamiento provenientes del exterior, necesarias para vitales obras de infraestructura, y es en ese marco que decidió solucionar definitivamente el caso de los holdouts, entendiendo que es la condición sine qua non –necesaria pero no suficiente- para que ingresen inversiones del exterior, eliminando a Argentina de la lista de países en default, incumplidores de sentencias judiciales, y por tanto no confiables y difícil de acceder a planes de inversión productiva o a largo plazo. En ese contexto de apertura al mundo, la nueva administración restableció vínculos con la potencia hegemónica –Estados Unidos- profundizando la relación que siempre había sido distante y con roces y diálogo reducido a la mínima expresión durante los gobiernos kirchneristas. Se nombró embajador en Washington a un economista, con el claro propósito de incentivar las relaciones comerciales y económicas. Se concretó la visita del Presidente Obama, en clara demostración de apoyo implícito, dato no menor si tenemos en cuenta que, si bien Obama culmina su mandato en enero de 2017, es probable que su sucesor pertenezca también al Partido Demócrata, – Hillary Clinton-, mal que le pese al fundamentalismo conservador de Donald Trump. También cambió radicalmente la postura frente a determinados países que habían sido una especie de socios privilegiados. Respecto de Venezuela, está claro que, sin perjuicio de mantener relaciones comerciales, de algún modo trabadas ante la falta de pago por parte de Venezuela, el gobierno de Macri privilegió un aspecto (por cierto no el único) de los derechos humanos: la libertad y la democracia, en cierto modo vulnerados en dicho país por la persecución a opositores (cárcel incluida) y ataques a la libertad de expresión. La relación especial que había tenido el gobierno anterior con Irán también se pone en crisis. El macrismo decidió no apelar el fallo judicial que estableció la inconstitucionalidad del tristemente célebre acuerdo con Irán respecto del atentado a la AMIA (un mamotreto pseudo-jurídico francamente incomprensible), con lo que dicho fallo quedó firme; y se abocará a revisar los acuerdos comerciales; así como está comprometido en aclarar el caso Nisman, respecto del cual no se descarta la intervención –de algún grado- de dicha potencia. La relación con China, con creciente penetración e intereses en Latinoamérica, también es objeto de observación especial, en tanto algunos emprendimientos –como la base científico-satelital (¿militar?) de China en Neuquén, rodeada de un halo de misterio, serán objeto de eventuales revisiones, ante la sospecha de que podría haberse vulnerado la soberanía y el interés nacional. El caso Malvinas presenta una gran incógnita, ya que por un lado Macri prometió estrechar vínculos comerciales y diplomáticos con el Reino Unido, y por otro lado dio a entender que el tema de la soberanía, si bien irrenunciable, merecía ser tratado con prudencia y realismo. El alcance de tales conceptos, por su intrínseca ambigüedad, aún se ignora, pero es dable imaginar una futura ronda de negociaciones no sólo con Inglaterra sino también –quizá- sentando a la mesa de discusión al gobierno malvinense, algo a lo cual siempre se ha negado Argentina y que, de concretarse así, sería un cambio radical de postura, también de resultado incierto.- Si todo esto no significa un giro de 180 grados respecto de la política del kirchnerismo, está muy cerca de serlo. Como decíamos al principio, los resultados de este brusco cambio de timón y de derrotero, nadie puede prever. Pero una cosa es innegable: la ausencia de verdaderas políticas de Estado, la vocación de los gobiernos de hacer casi todo al revés de sus predecesores, la ausencia de fines claros e indiscutibles en algunas cuestiones clave, no son sino una constante en Argentina y una de las causas de su fracaso, por más que se lo quiera disfrazar con logros parciales. Por eso, más que preocupar el rumbo elegido por el nuevo gobierno –insistimos, es demasiado pronto para evaluarlo- preocupa, y mucho, los cambios de rumbo, la ausencia de derroteros fijos, de objetivos compartidos, sea quien fuere el gobernante. Alguien dirá que se trata de cuestiones tácticas, de metodología, con lo cual el zigzagueo de los rumbos no sería tan dramático. Permítasenos dudar: el problema parece más grave, cuando ya no se trata de tácticas y políticas sino de estrategias tendidas en función de lograr objetivos ciertos que tienen que ver con el interés nacional. La historia parece, en tal sentido, pegarnos un cachetazo. Recordemos una vez más a Palmerston: los pueblos no tienen amigos permanentes, sino intereses permanentes. Sería hora de que definamos nuestros intereses estratégicos, más allá de las alianzas circunstanciales, y que tales intereses orienten nuestra política exterior, sea cual fuere el gobierno de turno.

El autor es abogado del foro rafaelino, ex fiscal de los tribunales de primera instancia, docente en la UCSE y UCSF, miembro del Consejo Argentino para las Relaciones Internacionales y de la Asociación Argentina de Derecho Internacional.

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