No nos olvidemos de Umma…

Se trata de una breve reflexión por el mes de la muerte violenta de la niña de 9 años. Sucedió en un sistema corroído por reveces que no tienen nada que ver con los valores que constituyen su vida y la convivencia pacífica.

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Por Ricardo Miguel Fessia.- Hace un mes, en una de esas mañanas caniculares, un matrimonio salía de su casa en Lomas de Zamora junto a su pequeña hija y nada más que hacer un par de metros con su coche, son abordados por algunos hombres armado que disparan irracionalmente y terminan con la vida de Umma de 9 años.

La muerte es esa profunda oquedad que nada puede, ni siquiera, intentar colmar. Es esa nada de silencio que se llena de palabras.  

El irracional acto de jalar el gatillo no sólo dejó sin vida a Umma, sino que también vaciaron la de sus padres y hermanas: en adelante nada tendrá mucho sentido. Si bien el dolor es propio a la vida y, a su vez, difícil de mensurar, el que depara la muerte de un hijo es incontenible.

Ya nadie casi recuerda el hecho y la agitación periodística, con su intensa pulsión, retiró de su agenta el drama. Recordar no es lo que domina al grueso de cuerpo social, baqueteado por “la diaria” cada vez más lejana. No se habla de otra cosa que de la economía y se cruzan mediciones de pobreza, con estadísticas de exclusión en donde el termómetro de la indigencia no se detiene y los ciudadanos no solo que debemos soportar la penosa realidad, sino que hasta algunos de los responsables del desastre del gobierno anterior, tan catastrófico que llevó un una mayoría importante de habitantes a votar por un modelo que solo prometía más exclusión, pobreza y desigualdad, ahora se pavoneen en algunos canales de televisión dando fatuas explicaciones. Lo horrible de la anterior gestión definitivamente horrible, no fue el desbarajuste económico, sino el desquicio social que generó que lleva a exacerbar todas las miserias, destruir el tejido social y pulverizar las instituciones de la república.

Con un ambiente dificultosamente respirable se hace cada vez más alejado comprender la dimensión del dolor ajeno.

No se silenciaron oscuros comentarios que preguntaban por la eventual responsabilidad de los padres en querer huir de tal encrucijada o en la falta de cuidados y todavía expresiones más nefandas.

De todos modos, ante ese dolor que se siente y que no reconoce equivalencias, se escuchan silencio compasivos y expresiones de empatía ante el prójimo doliente, que es la manifestación del dolor por el dolor ajeno.

Se ha dicho mucho para plasmar el dolor por que transitan los padres de Umma. Tal vez se busca la dimensión del dolor por la muerte de un hijo que es la noche más desgraciada que se pueda vivir. Es el mayor dolor que arrasa con todo lo existente hasta ese momento con tanta fuerza que nada es antes. La impotencia se enseñorea y no da margen de maniobra para quienes quedan.

Después del dolor por la muerte de un hijo, como ciudadanos debemos interpelarnos por la reacción ante ese sufrimiento de los padres de Umma. Sin dudas que debemos recurrir a la última fibra que nos forma como personas y humaniza, para entregar una valoración ética al abatimiento.

Una de las formas es la compasión que reviste como una emoción dolorosa dirigida al sufrimiento de otra persona. Se valora la percepción de que la aflicción que padece quien sufre es grave; la valoración de que la persona que sufre no se lo merece; la convicción de que las posibilidades de la persona que experimenta la emoción son parecidas a las del que padece el sufrimiento.

Entendemos que se debe rescatar que por medio de esa expresión de la emoción, la sociedad argentina acompañe a los padres de Umma en el dolor y, al mismo tiempo, sea la fuerza moral para exigir a las instituciones que acaben con el alto grado de inseguridad en que se vive. Esta atención emocional y su valoración nos permite adquirir, además, conocimiento del contexto y las causas que motivan esta problemática.

En los espacios discursivos se han prohijado ideas “abolicionista” y otras “represivas” sobre el funcionamiento de las fuerzas de seguridad, la justicia, tornando la cuestión en un campo de batalla donde opinan todos, en particular los que menos conocen del tema que muchas veces son los funcionarios encargados de las instituciones estatales con esa competencia. Estas ideologías pretenden interpretar los hechos delictivos por medio de determinadas categorías conceptuales, matrices rígidas en donde los elementos fácticos deben ingresar como sea, más que nada, como sea. Descree de la función punitiva o exacerban a ultranza el castigo, pero en vez de aplicar la norma jurídica bajo el paradigma de “tolerancia cero”, estructura doctrina de un solo precepto: se castiga -con la pena correspondiente- toda conducta que viole los preceptos vigentes. Ni mano dura ni mano blanda, cumplimiento de los preceptos.

En cada oportunidad que suceden catástrofes como la de Umma, el hombre y la mujer que son ajenos, advierte que esa muerte sucedió en un sistema corroído por reveces que no tienen nada que ver con los valores que constituyen su vida y la convivencia pacífica.

Sería menester, por lo tanto, que la conmiseración de los ciudadanos alcance un nivel de indignación tal que dé lugar a la modificación de este estado de situación a los responsables políticos.

En tanto y ante el dolor que genera la muerte de un hijo, habrá que buscar la forma de expresar el acompañamiento. Se sabe de algunos que usan palabras, más simples o más alambicadas; otros, se emplean gestos, como la mano extendida; y están aquellos que convierten gestos simples en verdaderas plegarias que trocan en carantoñas para mitigar el dolor.

El autor es rafaelino, radicado en la ciudad de Santa Fe. Abogado, profesor titular ordinario en la UNL, funcionario judicial, ensayista.

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