La jefa espiritual y el general enamoradizo

En su lucha por la impunidad, a la jefa se le va raleando el ejército. Sigue batallando, pero la tropa está confundida y al general que está al frente se le acaban los víveres.

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Por Héctor M. Guyot.- Sergio Massa tuvo esta semana su pequeño gran momento. Fue durante una entrevista con Dady Brieva. Tal vez la circunstancia no haya sido casual, dada la inclinación del candidato a agradar, a decir lo que el otro quiere escuchar. En este caso, la adoración de Brieva hacia Cristina Kirchner contagió al ministro de Economía. Una digresión: la vicepresidenta se ha convertido en una especialista en llenar envases vacíos: primero Daniel Scioli, luego Alberto Fernández y ahora Massa. Y todo mientras termina de vaciar al peronismo con la complicidad de los compañeros.

La cosa es que durante una charla mano a mano en C5N, oscilando entre la reticencia y un obligado respeto, el cómico le reconoció al candidato: “La que es nuestra jefa espiritual una vez más habló bien de vos”. Acto seguido pidió el tape en el que Cristina, durante la inauguración del gasoducto del consabido nombre, elogia a Massa por haberse hecho cargo en un momento difícil, por no arrugar, por ir para adelante. “Qué loco, ¿no?”, comparte Brieva, como si lo que acababan de escuchar fuera difícil de creer. “¿Te emocionaste?”. Ahí el candidato, imbuido de un sentimiento vicario, quiere hablar y no puede. Mira hacia arriba, toma agua, no le salen las palabras. A tal punto que Brieva se ve obligado a salir en su ayuda cuando su entrevistado queda al borde de las lágrimas. “Respirá un poquito”, le dice, y entonces el Massa enamorado, el candidato devoto, habiendo correspondido a la muestra de amor de la jefa espiritual, se rearma y pone play. Para el Oscar.

A veces me parece estar en 2019, en momentos en que Alberto y Cristina escenificaban su propio idilio, que terminó como ya sabemos después de que el falso affaire les granjeara los votos necesarios para volver al poder. A partir de ahí, es preciso recordarlo, empezó entre ellos una guerra sorda (mientras guerreaban juntos contra las instituciones) que nos trajo a la desolación presente. Pero el déjà vu se debe menos al desarrollo de los acontecimientos que a las correspondencias que encuentro entre aquel candidato y el actual. Tan distintos, tan iguales. De temperamento opuesto, se parecen en su falta de consistencia, en la carencia de sustancia. No es posible determinar en qué creen o qué valores defienden. Su adaptación a las circunstancias es instintiva y total. Más descarada, si es posible, ahora que antes, pues es mayor el deterioro.

Como Alberto previamente, ahora Massa confronta, ataca, estimula la grieta. Pero lo hace desde un lugar ajeno al kirchnerismo, es decir, sin apelar a la superestructura del relato. Pragmatismo puro. Cristina siempre apoyó sus propias falsedades en un relato que favorece la aceptación de la mentira, y de allí su eficacia. Massa en cambio miente con naturalidad y ligereza, sin asomo de mala conciencia. Pura espontaneidad. Y al hacerlo pone a su vez de manifiesto el pragmatismo de la vicepresidenta, que con el objetivo de sobrevivir a la debacle de su gobierno avala ahora la aventura de un lanzado que está en las antípodas de la densa coraza ideológica que ella edificó para dar un tinte principista y épico a su propia aventura.

Sin relato detrás, Massa improvisa con temeridad. Como uno de esos actores que, en medio de una escena de alta emotividad, cuando son uno con el personaje, de pronto se dan el lujo de mirar a la cámara y guiñar el ojo al espectador, en un alarde que apunta a cosechar admiración y a confundir los planos de la ficción y la realidad. Da la sensación de que Massa se quiere mucho y espera que los demás tomen nota de su genialidad. Es el virtuoso que disfruta de montar una farsa sobre la farsa.

Con tanto entusiasmo, a veces se va a la banquina. Como cuando acusó a Patricia Bullrich de haber tenido un supuesto pasado montonero. La candidata de Juntos por el Cambio lo rectificó: en rigor, ella había pertenecido de joven a la Juventud Peronista, que reivindicaba a la organización armada, en un pasado del que hizo una sincera autocrítica. Lo curioso es que, en su crítica, Massa condenó una condición que para el kirchnerismo es motivo de orgullo, una viga mayor del relato nacional y popular. Que yo sepa, nadie desde su vereda abrió la boca cuando el candidato quedó en offside ante los suyos.

La jefa espiritual estaba en otra cosa: ocupándose de cuestiones del culto. En concreto, empeñada en el intento de que una fiel incondicional, jueza para más detalles, siguiera rindiéndole el tributo de fallos favorables ante las acusaciones falsas de los agentes del mal, enemigos de su misión redentora. A la misa, celebrada en el Senado, le faltaron creyentes. Todo indica que la jueza, miembro de un alto tribunal, se acerca a la hora de jubilarse. En su lucha por la impunidad, a la jefa se le va raleando el ejército. Sigue batallando, pero la tropa está confundida y al general que está al frente se le acaban los víveres. Para peor, enamoradizo como es, diestro con la espada, es capaz de traicionar a cualquiera en cualquier momento.

Fuente: https://www.lanacion.com.ar/

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