La exageración de la prudencia ante a la tragedia

Por José María Poirier Lalanne.- Puede haber fallado el cálculo político de Bergoglio o haber exagerado en la prudencia cuando los tiempos se agotaban. Pero si ante la situación de Venezuela el papa Francisco actuó tarde en términos de estrategia diplomática, lo cual no deja de ser posible, ¿qué decir de la mayor parte de los gobiernos occidentales que parecen despertar ahora (algunos, no todos) ante el repentino descubrimiento de la ausencia de los derechos humanos más elementales en el gobierno que encabeza Nicolás Maduro? ¿Y qué decir de ciertos dirigentes políticos argentinos y latinoamericanos que todavía hoy no osan levantar su voz contra un dictador al que nuestro país, lamentablemente, le confirió su más alta distinción? Que el gobierno venezolano pudiera recapacitar no era una hipótesis muy confiable, dadas las características de un hombre de limitada capacidad y de repetidos arrebatos violentos. Posiblemente Roma no podía aspirar más que a un «milagro»: soñar que se abriera un resquicio de esperanza ante tanta desazón. Los obispos venezolanos le hicieron saber al Papa en repetidas oportunidades que eso no era posible y que la situación empeoraba con el paso de las horas. Incluso condenaron públicamente la perversa intención del gobierno de mostrarse en simpatía con Francisco, pero enfrentado con esos «malos» y «reaccionarios» prelados del país. Al mismo tiempo, el Pontífice tiene en su entorno más cercano al actual secretario de Estado del Vaticano, el cardenal Pietro Parolin, hombre experto en política internacional, que siendo nuncio en Caracas conoció los embates tanto de Chávez como de Maduro, y las eventuales consultas con el nuevo prepósito general de la Compañía de Jesús, el venezolano Arturo Sosa Abascal, primer superior jesuita no europeo, con una larga trayectoria docente y de investigación en Ciencias Políticas. Juzgar que se equivocó la diplomacia vaticana y el mismo Pontífice es al menos temerario y supone desconocer muchos elementos de las negociaciones, algunas públicas y otras menos, y es también un apresuramiento a la hora de evaluar el temple político de Bergoglio. Claro que se puede equivocar, como tantos otros papas en cuestiones de diferente orden, pero es destacable su buena voluntad y su enorme capacidad para tratar temas urticantes. Una vez más, a los argentinos nos condiciona la contrariedad que suele provocarnos con sus idas y venidas en el ámbito doméstico. Para tristeza de todos, el futuro de Venezuela no parece prometer nada bueno. El poder detrás de Maduro lo ejerce Diosdado Cabello, un militar inescrupuloso y comprometido con el narcotráfico. ¿Podrán dividirse las fuerzas armadas y enfrentarse dos sectores? En todo caso, si eso fuera pensable, siempre la salida no podría evitar la sangre. Además, en el caso de que se eligiera un nuevo gobierno, muchos militares y políticos chavistas tendrían que enfrentar a la justicia y el país igualmente se encontraría en una situación económica y social desesperada. De allí que algunos mediadores vaticanos deslizaran críticas a la falta de unidad de la oposición y a lo irresoluble del conflicto. Conviene recordar que la solución que con buen tino algunos propician de una intervención de la ONU encontraría muy probablemente el veto de Rusia y de China. En Europa muchos no saben qué hacer, y otros (como Podemos, en España) siguen mirando con simpatía el régimen de Maduro. Cosa que también acontece en no pocos ámbitos argentinos. Resulta simplista dejar todo en manos de la iglesia de Venezuela y de la diplomacia vaticana. La sociedad venezolana sigue sufriendo el silencio y la indiferencia de muchos países y organizaciones internacionales. ¿Fue un error del Papa esta suerte de frustrada intervención? Sólo se equivocan los que hacen. Los que no operan, tienden a equivocarse siempre.

Fuente: diario La Nación, 5 de agosto de 2017.

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