El general y la reina sin corona

Por Héctor M. Guyot.- En su discurso del lunes ante la Asamblea Legislativa, Alberto Fernández estuvo lejos de conducirse como un presidente que presenta su plan de gobierno al país. Lo suyo fue la declaración de guerra de un general que actuaba por cuenta y orden de su soberana sin corona, sentada al lado. Apuntó los cañones hacia la Justicia y arengó a su tropa para ir a la carga mediante una serie de maniobras tendientes a doblegar al enemigo. El jueves, la reina tomó la palabra y ensayó los primeros cañonazos, dirigidos precisamente a quienes tienen la responsabilidad de juzgarla. En una diatriba contra el Poder Judicial, pretendió invertir los roles y sentar a los magistrados en el banquillo de los acusados. Lo hizo desde su despacho de vicepresidenta en la Casa Rosada, con la bandera argentina a un costado, es decir, parapetándose detrás de una investidura de la que abusa. La necesita, pues si tuviera que responder a la Justicia sin fueros y sin el poder –fáctico y simbólico– que ostenta, otro sería el estado de las causas por corrupción en las que está procesada y otro el tono de su descargo.

No es la pandemia, ni el desempleo, ni la pobreza, ni la debacle económica lo que le preocupa al Gobierno. La verdadera obsesión es la impunidad. Frenar el avance de los juicios contra Cristina Kirchner y su familia. El problema es que no lo están consiguiendo, a pesar del asedio que han desplegado hasta aquí. La carga redoblada de esta semana, este pleno apostado a la grieta, es en primer lugar un síntoma de impotencia. En medio de la desesperación, el Gobierno mostró que está dispuesto a perder todo vestigio de racionalidad. Si hay que romper la democracia republicana con alevosía, pues adelante. El relato no retrocede ni vacila. Va siempre por más.

Sin embargo, por más que batallen juntos el improbable lawfare, el general y la reina tienen su propia disputa alrededor del pacto que los une. Por eso, a los obstáculos que encuentran para alcanzar una monarquía feudal que concentre los tres poderes en uno (el de la monarca y sus sucesores), se les suman las intrigas palaciegas entre dos expertos en el arte de la simulación, uno flemático y la otra, sanguínea.

Impulsores ambos del mismo desvarío, el Presidente es más inasible y opaco. Una lectura de su actitud beligerante remite a la parábola del hijo pródigo, pero en versión nac&pop: la de aquel que intenta emanciparse y por falta de arrojo y de resultados vuelve vencido a la tutela de la madre. Tras haber dilapidado su capital, recurre al amparo de quien lo alumbró. Fernández pareció el lunes un hombre desorientado, golpeado por el escándalo de los vacunatorios vip, agobiado ante una realidad que lo supera. Hay quienes dicen que se volvió uno con la vice. Otros afirman en cambio que solo habló para la tribuna. Da igual. Lo único estable en el Presidente son las oscilaciones de su discurso. Es puro presente, sin memoria ni futuro. Como Zelig, aquel personaje de Woody Allen, acomoda sus convicciones a las circunstancias. Solo obedece a su instinto de preservación.

Sin embargo, con su declaración de guerra, el Presidente –y el oficialismo con él– pierde base de sustentación. Es decir, el apoyo de quienes compraron la idea de que Fernández podía encarnar un kirchnerismo moderado. No es un dato menor, en un año electoral. He ahí el karma presidencial: el cumplimiento de las obligaciones que asumió en el pacto de origen conspiran contra lo que esperaba obtener de él.

Ella es distinta. Habla en serio. Encarna el relato de tal forma que acaba confundida con él, y de allí su fortaleza, que consiste en exacerbar la adhesión ciega o interesada a un discurso polarizador cuyo fin es socavar las instituciones para imponer su voluntad. Lo más impresionante fue la forma en que amenazó, con nombre y apellido, a los jueces ante los cuales declaraba y a muchos otros que asumen la tarea de juzgar sobre la base de los hechos. La puesta siguió la secuencia dramática conocida: se victimiza, se quiebra, se levanta, denuncia, reta y amenaza. Ante las dificultades, sobrecargó el relato: “El sistema está podrido”. Complejizó además la idea setentista que promueve la identificación del gobierno de Macri con la dictadura: con el dedo en alto, acusó a la Justicia de contribuir al triunfo electoral de Cambiemos en 2015 y la emparentó con las Fuerzas Armadas en una supuesta defensa de “los poderes concentrados”.

Cristina Kirchner dijo también que el lawfare está en pleno apogeo. En esto los hechos le dan la razón. “Es bueno siempre conocerles la cara a los jueces, a los fiscales. A usted, Petrone [Daniel, el presidente del tribunal], no le conocía la cara”, interpeló la vicepresidenta durante su alegato ante la Cámara de Casación. Inquietante. El lawfare no solo está en su mejor momento, sino que lo practica, de modo aleccionador, a cielo abierto y sin el menor disimulo, casi en una cadena nacional, una vicepresidenta aferrada a una única obsesión: entronizar su palabra por encima de la ley.

Fuente: https://www.lanacion.com.ar/

Compartir:

Deja una respuesta

Tu dirección de correo electrónico no será publicada. Los campos obligatorios están marcados con *