Crónica de un país tomado por las tomas

Sin autoridad, sin ley, el país se desliza hacia un virtual estado de anarquía.

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Por Héctor M. Guyot.- Circular por una rotonda en Buenos Aires es una experiencia sociológica. Allí donde confluyen vehículos a lo largo de la circunferencia se libran batallas sordas en las que los conductores se juegan a todo o nada. Pasará primero –vencerá– el más osado, aquel que esté dispuesto incluso a correr el riesgo de un daño. Y eso después de un momento dramático en el que ambos contendientes, en un semblanteo, miden fuerzas. Importa el tamaño de la bestia que cada uno monta y la velocidad a la que llegan a ese punto en el que las dos trayectorias, forzosamente, han de convertirse en una sola. Pero el arma más poderosa no reside en las leyes de la física, sino en los imponderables de la psicología. Gana quien mete la trompa antes, y eso exige arrojo y temeridad. Si en el cruce conseguimos que un destello de locura refleje en la mirada estos atributos del carácter, la victoria es nuestra. Salvo que, del otro lado y en espejo, encontremos lo mismo. Suele pasar.

Así vamos, jugándonos la vida en cada rotonda. Y con resultados horribles, porque al final no hay vencedores y pierde el conjunto. Allí donde todos quieren pasar primero, el tránsito deja de fluir y se atasca en un nudo imposible. O se producen colisiones trágicas. La clave para salir de esta trampa nacional pasa no tanto por ceder el paso como por seguir las reglas. Porque hay una regla. Pero no la conocemos o la desestimamos para intentar pasar siempre antes que los demás apelando a la prepotencia, como si en eso nos jugáramos también nuestra endeble autoestima.

La Argentina parece a veces una inmensa rotonda, una calesita donde reina la anomia y el único argumento es la fuerza, que por momentos alcanza extremos de violencia inusitada. Esta semana hemos visto el triunfo de la fuerza sobre la palabra y la ley en distintos hechos, todos recorridos por un común denominador: la toma, el asalto, la violación de aquello que es patrimonio colectivo o cuya propiedad está en teoría amparada por la ley (que también debería ser un bien público a preservar).

En Villa Mascardi, el ataque y la quema de una casilla de Gendarmería por parte de un grupo armado que se autodefine mapuche puso el foco en una saga de vandalismo y destrucción que lleva años escalando ante la pasividad, o la complicidad, de las autoridades. Dos cabañas que ya habían sido incendiadas volvieron a ser tomadas y destruidas en estos días, como otras del lugar. Los guardaparques, a través de su sindicato, denunciaron “la inacción de la Justicia para, de una vez por todas, detener y procesar a los delincuentes violentos que actúan impunemente en la zona”. Donde reina la fuerza, se pierde la ley. Y así pierden los que respetan la ley: impotentes, frustrados, esperan en vano que el Estado la haga cumplir.

La toma por parte de grupos de alumnos de más de diez escuelas públicas de la Capital también contó con la complicidad o la anuencia de importantes sectores del oficialismo. Cuando estudiantes porteños de clase media montan semejante protesta en reclamo de mejores viandas escolares, cuesta no ver detrás la mano de intereses políticos que se apropian de la rebeldía adolescente, cristalizando en esas mentes frescas lecturas dogmáticas e ideologizadas.

El sindicalismo aporta lo suyo. En forma vandálica, gente de Camioneros entró a las trompadas en una empresa de Sarandí que se niega a bajar la cabeza ante la extorsión del sindicato de Hugo Moyano. En otra escena surrealista, miembros del gremio de trabajadores del neumático tomaron durante más de dos días el cuarto piso de una de las sedes del Ministerio de Trabajo. ¿Cómo debemos entender, por otra parte, el paro de ATE para exigir la incorporación al Estado de 30.000 personas? ¿No es en el fondo, y al margen de las razones del reclamo, otro intento de toma, uno más, de un Estado que en vez de servir a todos es objeto de rapiña por parte de intereses parciales que lo van esquilmando?

Otro pico de violencia se vio en la ruta 11, en Santa Fe, cuando los barrabravas de Talleres que viajaban a ver a su equipo bajaron de ocho micros y removieron un piquete (toma de ruta) del Polo Obrero a puño y tiro limpio, mientras robaban lo que encontraban a su paso.

Sin autoridad, sin ley, el país se desliza hacia un virtual estado de anarquía. El Gobierno, desarticulado, no actúa y habilita un “vale todo”. Tampoco habría que olvidar que los Kirchner intentaron tomar el Estado, que es de todos, en provecho propio, desde la Justicia hasta los aviones oficiales que usaban para trasladar muebles, ropa blanca y televisores hasta sus hoteles en el Sur, cuando no bolsos previamente contabilizados por el diligente chofer Centeno.

Los años de populismo nos han hecho olvidar el sentido del límite, que hace posible la convivencia. También, la responsabilidad que supone todo derecho. La política, por su lado, perdió la capacidad de mediación entre intereses contrapuestos. Y también se parcializó. Por más que suene ingenuo, parece necesario recuperar el viejo ideal de bien común. O seguiremos a los codazos. Para llegar antes del otro y tomar lo que se pueda. Hasta que no quede nada.

Fuente: https://www.lanacion.com.ar/

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