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Construir puentes entre organizaciones de adentro y de afuera de las villas también puede favorecer la creación de relaciones de confianza y cooperación entre personas de distinta condición socioeconómica, mejorar nuestra capacidad de entender la situación del otro, sus motivaciones y necesidades, un paso necesario para la integración urbana.

Por Ann Mitchell (Buenos Aires)

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Por Ann Mitchell.- Las villas de la Ciudad de Buenos Aires: el rol de la sociedad civil en el desarrollo humano y en la integración urbana. “En algunos aspectos las villas de Buenos Aires están mejor que ayer, sobre todo por la lucha de miles de mujeres y hombres –vecinos de las villas– que desde su cultura popular fueron luchando contra esas pobrezas, optando por la vida y la libertad”. Gustavo Carrara, Vicaría Pastoral para las Villas, 4ª Jornada por el Desafío del Paco, 11/5/12

Las improvisadas construcciones de ladrillo, techos de chapa y marañas de cables chocan la vista al llegar a la Ciudad de Buenos Aires por las principales vías de acceso. Para algunos, las villas son zonas peligrosas a ser evitadas a toda costa. Para otros, son un producto de políticas y leyes fallidas que albergan personas que quieren evitar pagar la cuenta de luz, o una solución habitacional, un modo de acceder a un hogar propio, un barrio. Creamos las percepciones sobre la realidad en base a nuestra propia formación, experiencias y conocimientos. ¿Somos capaces de entender la situación del otro, sus motivaciones y necesidades si vivimos cada vez más en enclaves homogéneos y segregados? En el reciente libro Sociedad Civil y Desarrollo en las Villas de la Ciudad de Buenos Aires, el equipo que formamos el Programa de Estudios Interdisciplinarios sobre Sociedad Civil y Desarrollo Humano de la Escuela de Economía y Departamento de Sociología de la Universidad Católica Argentina, buscamos echar luz sobre la realidad de las villas y en particular sobre el rol de las organizaciones de la sociedad civil (OSC) en el desarrollo humano de sus habitantes. El libro, a modo de diagnóstico primero, presenta un análisis de la estructura y dinámica demográfica de la población en villas y de las brechas socioeconómicas de sus pobladores con respecto al resto de la Ciudad. Luego se presentan los resultados de una encuesta de familias y una de OSC, relevadas durante 2011 en dos de las villas más grandes: la 1-11-14 del Bajo Flores y la 21-24 de Barracas. ASENTAMIENTOS URBANOS Según el Censo Nacional de Población de 2010, 164 mil personas habitan en las villas de la Ciudad de Buenos Aires (el 6% del total) y estimaciones alternativas indican que la población real puede duplicar el valor oficial. Los habitantes de las villas aumentaron un 50% desde 2001 y más de tres veces desde 1991 –en contraste con la población total de la Ciudad que se ha mantenido prácticamente estable– lo cual demuestra una dinámica que no parece responder solamente a los ciclos económicos. La expansión de la población en las villas porteñas forma parte de una tendencia a nivel del país y en todo el mundo. Un estudio realizado en 2011 por la organización Un Techo para Mi País identificó un total de 864 villas y asentamientos en los 30 partidos del Área Metropolitana de Buenos Aires, en los que residen más de 508 mil familias. De acuerdo con el mismo estudio, uno de cada seis asentamientos fue conformado durante la última década y en dos de cada tres asentamientos se siguen construyendo nuevas viviendas. Asimismo, según el ONU Habitat (2003), 924 millones de personas en el mundo (32% de la población urbana) y 128 millones de personas de América latina viven en asentamientos urbanos (o “slums”, en ingles). Los habitantes de los slums alrededor del mundo comparten las mismas carencias habitacionales: viviendas precarias, condiciones insalubres, hacinamiento, acceso inadecuado a servicios de agua, saneamiento, electricidad y otros servicios públicos, e inseguridad de la tenencia. Diversos estudios demuestran que el crecimiento de los asentamientos urbanos no es solamente una manifestación de los cambios demográficos, sino el resultado de las políticas de vivienda y planificación urbana fallidas, la debilidad de las leyes e instituciones y la falta de voluntad política para encontrar soluciones integrales y sostenibles. Muchos de los atributos sociodemográficos de los habitantes de las villas de la Ciudad de Buenos Aires son similares a los de otros asentamientos informales de Río de Janeiro, Mumbai, Yakarta y otras ciudades del mundo. Su población es joven (44% tiene menos de 18 años), vive en hogares numerosos (el 40% tiene cinco o más miembros) y tiene una mayor proporción de mujeres como jefe de hogar. Son receptores de gran cantidad de inmigrantes (el 62% de los jefes de hogar y el 38% de la población es extranjera) ya que los asentamientos urbanos suelen servirles como redes de apoyo social. En contraste con la percepción generalizada, las villas son barrios de trabajadores. La proporción de jefes de hogar de las villas activos en el mercado laboral es similar a la del resto de la Ciudad; no obstante, sufren mayores tasas de desempleo, subempleo y tienden a conseguir trabajo solamente en el mercado informal. La expansión de las urbanizaciones informales en el AMBA conjuntamente con la proliferación de los barrios cerrados ha contribuido a una creciente segregación o polarización residencial. En el Conurbano, los barrios cerrados y los asentamientos informales suelen estar separados por altos muros, alambre de púa y la imposición de restricciones de acceso. En la Ciudad de Buenos Aires, en cambio, se observa una creciente concentración territorial de la pobreza. En la zona sur vive el 14% de la población de la Ciudad, pero concentra el 60% de la población en villas; la zona norte representa el 28% de la población y sólo el 0,1% de la población en villas. Uno de cada cuatro residentes de la zona sur (96 mil personas) vive en una villa o un asentamiento. La segregación territorial genera desigualdad en el acceso a los servicios públicos, contribuye a la creciente pérdida de contacto entre personas de distinta condición socioeconómica, profundiza el aislamiento de los más pobres y crea falta de conocimiento del otro, desconfianza y discriminación. Las villas son una manifestación física de la fuerte desigualdad en las condiciones de vida y creciente polarización de la sociedad argentina. OSC EN LAS VILLAS La información relevada a través de la Encuesta de OSC muestra que la densidad alcanzada por el sector de la sociedad civil en las villas se contrapone a algunos diagnósticos sobre la erosión de las redes organizacionales en espacios segregados. Se identificaron 43 organizaciones que trabajan en la villa del Bajo Flores y 65 en la de Barracas, que en conjunto prestan servicios sociales a más de 30 mil personas. Las OSC que operan en estos barrios son en gran medida iniciativas impulsadas por los propios vecinos; en ambas villas operan cerca de treinta organizaciones de base. Muchas empezaron como ollas populares durante alguna crisis económica y social, como en 1989 o 2001. Según los relatos de los referentes, el principal motivo para el inicio de las acciones colectivas fueron las malas condiciones en que vivían los vecinos y el interés en ayudarlos. En la mayoría de los casos un factor decisivo fue contar con un líder o referente clave comprometido con la iniciativa. El análisis de las actividades de las organizaciones muestra que su función principal es la provisión de servicios asistenciales, siendo la alimentación el más importante. Según nuestro relevamiento, entre los dos barrios un total de 55 comedores comunitarios entregan diariamente raciones a cerca de 14 mil personas. Ocho de cada diez comedores reciben diariamente alimentos del Programa de Apoyo a Grupos Comunitarios del Gobierno de la Ciudad de Buenos Aires; las organizaciones esencialmente actúan como gestores locales de un programa alimentario estatal. Aunque su enfoque principal está en suplir las necesidades de alimentación, las organizaciones barriales dirigen sus acciones en forma creciente a actividades de promoción –educativas, recreativas, deportivas, culturales, laborales y de salud– que procuran ampliar las capacidades a largo plazo de la población. Los programas de apoyo escolar, en los que participan casi tres mil niños y jóvenes, aportan un acompañamiento escolar que muchas veces los padres no pueden brindar debido a sus bajos niveles de educación, y ayudan a compensar la baja calidad de las escuelas de la zona. También funcionan como ámbitos de contención que ayudan a alejar a los chicos de la calle y del consumo de drogas. En áreas en las cuales la oferta pública de bienes y servicios es deficitaria, como es el caso de las guarderías y jardines de infantes, las OSC surgen para atender las necesidades no cubiertas por el Estado. Los relatos de los referentes también dan cuenta de una creciente incursión en estos territorios, desde fines de los años ’90, de organizaciones con orígenes fuera del barrio, (caritativas, educativas, de derechos humanos, de investigación y movimientos sociales). Éstas tienden a estar compuestas por personas con perfiles técnicos o profesionales y tener fuentes de recursos más diversas y mayores vínculos con autoridades estatales que las OSC de base. Las parroquias de la Iglesia católica son las instituciones que más han contribuido al mejoramiento de las condiciones de vida en las villas de la Ciudad, tanto por sus obras de asistencia social –con un enfoque en los últimos años en la prevención y tratamiento de las adicciones– como por su capacidad de crear vínculos entre las organizaciones locales y personas y entidades fuera de las villas. Los “curas villeros” viven en los barrios, conocen a la gente y son parte de sus vidas pero también sus posiciones les permiten desarrollar relaciones de confianza y cooperación con autoridades estatales, incidir en políticas públicas y acceder a recursos de entidades religiosas y del sector privado. La gran cantidad de organizaciones de afuera identificadas en la villa de Barracas (34 versus sólo 9 en el Bajo Flores) parece resultar, al menos en parte, del fuerte trabajo de los sacerdotes de la Parroquia de Caacupé durante los últimos 15 años. Numerosos referentes manifestaron en las entrevistas que los sacerdotes habían contribuido al desarrollo del sector de la sociedad civil en el barrio por su contribución a la disminución de la violencia y las fricciones entre los distintos sectores y por los vínculos que forjaron con las organizaciones barriales y con personas e instituciones de afuera de la comunidad. Se creó la Parroquia Santa María Madre del Pueblo de Bajo Flores en la misma época que la de Barracas pero ha sido sólo en los últimos años que esta parroquia ha ampliado sus acciones de asistencia social a través de la creación de nuevas obras (un jardín maternal, una escuela de oficios y un centro de prevención y tratamiento de adicciones). El alto nivel de inseguridad en la villa del Bajo Flores también podría explicar la menor incursión de organizaciones externas al barrio. El accionar de las organizaciones barriales es evidencia clara de la participación de los vecinos de las villas en la formulación de soluciones para los problemas colectivos. Este hecho no deslinda al Estado de la responsabilidad de proveer infraestructura, educación, salud y otros servicios públicos en forma equitativa a todos los habitantes de la Ciudad. Es sólo un reconocimiento de la realidad. La calidad de los servicios estatales no es igual en todos los barrios, existe corrupción y mal uso de los recursos públicos (el caso de los edificios “Sueños compartidos” construidos por la Fundación Madres de Plaza de Mayo es un ejemplo) y a veces pareciera que los gobiernos utilizan sus programas sociales en los barrios pobres para consolidar su poder más que para instrumentar políticas duraderas. Existe creciente consenso sobre la necesidad de adoptar intervenciones multisectoriales que prioricen la integración social, hagan más equitativo el acceso a la infraestructura y servicios de la trama urbana y atiendan las múltiples dimensiones de la pobreza incluyendo empleo e ingreso, alimentación, salud y educación. Las organizaciones de base pueden ser protagonistas en la resolución de los problemas estructurales y colectivos; su accionar no tiene que estar limitado a la gestión de programas sociales. Según los propios miembros, el poder de negociación de las organizaciones representativas locales se ve debilitado por la falta de apoyo y participación de los vecinos, la baja cohesión interna y los intereses creados entre funcionarios estatales y personas en posiciones de poder en las villas. La construcción de organizaciones representativas barriales sólidas e independientes parece ser una tarea pendiente y necesaria para que haya un interlocutor responsable de presentar los intereses y necesidades de los vecinos ante el Estado. Los funcionarios públicos también deben ser receptivos de las organizaciones y dialogar más antes de presentar soluciones. Además, existe un rol para las organizaciones de afuera en el proceso de integración: las universidades, organizaciones de investigación o especializadas en distintas temáticas (salud, tratamiento de adicciones, derecho, sanidad, vivienda, etc.) pueden aportar sus conocimientos, proveer asistencia técnica y fortalecer las organizaciones barriales, contribuyendo así a la consolidación gradual de los asentamientos informales para que dejen de serlo. Construir puentes entre organizaciones de adentro y de afuera de las villas también puede favorecer la creación de relaciones de confianza y cooperación entre personas de distinta condición socioeconómica, mejorar nuestra capacidad de entender la situación del otro, sus motivaciones y necesidades, un paso necesario para la integración urbana.

La autora es profesora e investigadora de la Facultad de Ciencias Económicas de la UCA.

Fuente: revista Criterio, Buenos Aires, Nº 2384 » AGOSTO 2012.

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