Una democracia más amplia

Por Joaquín Morales Solá

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Quizá hubo ayer el esbozo de una democracia más amplia en la Argentina. Más amplia, por lo menos, que la que aspiraba el Gobierno. Néstor Kirchner ganó las elecciones nacionales y, sobre todo, batió de manera contundente a Eduardo Duhalde en el distrito más grande, donde el ex presidente fue, además, un caudillo de tomo y lomo durante 15 años. ¿Ha muerto el político Duhalde? Nadie muere cuando tiene el 20% de los votos de la provincia de Buenos Aires, que significa, en números concretos de votos, mucho más que los que consiguieron algunos gobernadores importantes. Duhalde deberá, sí, hacer ahora un trabajo infrahumano para conservar esos votos. El peronismo, su electorado básico, es propenso a no perdonar los fracasos electorales y a brincar, en el acto, hacia el podio de los triunfadores. La amplia victoria de Cristina Kirchner es la victoria de Kirchner. Nunca hubo una candidata con menos voz en cualquier campaña electoral. Hasta en los actos partidarios era el Presidente –y no su esposa– el orador central de la tribuna en la mayoría de los casos. No hay recuerdo de una candidata –o candidato– que haya atravesado una campaña sin conceder un solo reportaje periodístico en medios argentinos. En Buenos Aires ganó, definitivamente, Kirchner. Un párrafo aparte merece la gestión política del gobernador Felipe Solá, el primero que rompió el alambrado de la estructura duhaldista para que ingresara el Presidente y se quedara con el feudo. La administración de Solá ha sido motivo de muchas críticas, pero algún mérito debió tener para que el triunfo fuera tan contundente en todas las secciones electorales y para que el corte de boleta –entre la candidata a senadora y los candidatos a diputados nacionales y legisladores provinciales– no tuviera características catastróficas. La democracia será más plural, en efecto. Las derrotas del oficialismo en la Capital Federal, en Santa Fe y en Mendoza permiten suponer que la victoria del Presidente no superará el 40 por ciento (o el 42) de la elección nacional. Es un porcentaje menor que el que lograron, en su momento los ex presidentes Raúl Alfonsín y Carlos Menem en contiendas legislativas en medio de sus mandatos.

La alianza oficial

Pero ¿puede analizarse el triunfo de ayer con los parámetros de 1985 o de 1993? No. La conformación de la alianza oficial de ayer es un hecho absolutamente nuevo, en el que se mezclaron peronistas, kirchneristas auténticos y oportunistas, gobernadores que apostaron al seguro ganador o dirigentes que entrevieron en Kirchner al esperado líder de una corriente de centroizquierda. El cordobés De la Sota tiene un discurso más parecido al de Mauricio Macri (tanto en su contenido ideológico como en su manera de relacionarse con la política y con los sectores sociales) que al del Presidente. Suele repetir, ante públicos selectos, que la vida pública no depara enemigos, sino personas que piensan distinto. La puerta de su despacho jamás se cerró para ningún empresario con intereses genuinos. Pero la gestión de De la Sota depende de la generosidad del Tesoro nacional. Es kirchnerista, por lo tanto. Cosas parecidas podrían decirse del formoseño Gildo Insfrán y hasta del santafecino Carlos Reutemann, tal vez el dirigente peronista con la matriz ideológica más diferente de la de Kirchner. En la misma lista debe incluirse al tucumano Alperovich, que fue, con la misma devoción transitoria, radical, peronista, duhaldista y ahora kirchnerista. Tal vez el único gobernador que no hizo falsas sobreactuaciones haya sido el salteño Juan Carlos Romero, que nunca rezó en el altar presidencial y que se dedicó a gobernar con razonable eficiencia su provincia. La argamasa del kirchnerismo tiene tanto de lo viejo como de lo nuevo, tanto de autenticidad como de especulación. Sin embargo, ¿es posible cuestionar las victorias sólo por la pureza o la impureza de los socios? Decididamente, no. La victoria es lo que parece que es; eso no se discute, salvo cuando llega el instante de la inevitable mala hora. La Capital tiene un líder desde ayer. Macri ganó por segunda vez las elecciones capitalinas. Es cierto que perdió, en 2003, el ballottage con Aníbal Ibarra, pero en esos comicios influyeron elementos exógenos que no se repetirán. Sucedió 20 días después de que Kirchner asumiera el poder y el Presidente, entonces en su mejor momento, lanzó un slogan que opacó a Ibarra: era Macri o el propio Kirchner. Elisa Carrió pudo ser afectada por la deleznable campaña que la sacudió días antes de las elecciones, cuando se denunció que Enrique Olivera tenía cuentas en el exterior, que éste desmintió categóricamente. El Gobierno asegura que esa campaña estuvo armada por el ex ministro radical Enrique Nosiglia y por el ex ministro menemista José Luis Manzano, viejos amigos los dos. El denunciante, Daniel Bravo, funcionario del gobierno capitalino, perteneció siempre a la cofradía radical liderada por Nosiglia.

Campaña contra Carrió

Aunque fuera cierto todo aquello, no caben dudas, con todo, de que el Gobierno pescó al vuelo la campaña contra Carrió y se montó en ella. Carrió no supo manejar el conflicto y terminó mandándolo ella a la tapa de los diarios. No obstante, es probable que su derrota hubiera estado fijada de antemano, aunque, quizá, con diferencias menores con respecto al ganador. La distancia de Macri es lo suficientemente grande como para suponer que su victoria se había elaborado desde hacía tiempo en el inconsciente colectivo. Carrió ha hecho una buena elección en la provincia de Buenos Aires. Penetró su influencia personal en grandes sectores del conurbano bonaerense. Su proyecto presidencial, el único explícito durante la pasada campaña, no está terminado; sólo sufrirá dificultades que no habrían existido de ser ella la ganadora. ¿Con qué armas sedujo Macri? Vale la pena hacerse esta pregunta porque explicaría también la derrota del canciller Rafael Bielsa. El canciller no ha hecho una mala elección si se tiene en cuenta la escasa intención de voto con la que empezó. Más mérito tiene su elección si se compara a este Bielsa con el de hace dos años y medio, cuando no superaba el zócalo de las encuestas. El Presidente lo ayudó a subir en las encuestas –es cierto–, pero también le fijó un techo muy bajo. Todo hay que decirlo: el estilo confrontativo y beligerante de Kirchner no es el estilo que le gusta a la sociedad de la Capital. En el distrito donde reinaron Fernando de la Rúa, Gustavo Beliz y hasta Italo Lúder es evidente que se ponderan las buenas formas y la moderación en las relaciones políticas. Bielsa comenzó a crecer como canciller con esas maneras, pero luego lo empalideció la impronta presidencial. Aquel estilo moderado es el de Macri. Su discurso de anoche fue una pieza elaborada para ese electorado sereno y centrista, que parece detestar las excitaciones. Fue, también, el discurso de un candidato presidencial y no sólo el de un candidato a diputado. Es probable que Macri haya lanzado ayer su proyecto presidencial para dentro de dos años. De hecho, aceptó la candidatura a diputado nacional sólo porque creyó que no podría aspirar a la presidencia si la esquivaba. Con los pobres resultados bonaerenses de Ricardo López Murphy, Macri comienza a perfilarse también como el líder nacional de una corriente de centroderecha. Duhalde necesitará construir rápidamente un proyecto presidencial alternativo al de Kirchner para 2007; necesitará hacer eso para retener a sus votantes de ayer. Nunca dejó de hablar con Macri y éste manifestó siempre referencias respetuosas para con el ex presidente. ¿Existe ahí el embrión de una futura alianza política? Kirchner ha ganado, pero ninguna victoria es absoluta ni despeja el horizonte de potenciales rivales. Desde ayer tiene uno con maneras y con ideas muy distintas de la suyas.

Joaquín Morales Solá

Fuente: diario La Nación, 24 de octubre de 2005.

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