Rosariazo del 28 de octubre de 1983

En el acto en el Monumento a la Bandera, algunos medios decían 300 mil y otros calcularon no menos de 400 mil personas. «Será la Argentina de la democracia donde todos vamos a respetarnos en nuestros derechos», dijo Alfonsín.

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Por Ricardo Miguel Fessia.- En el recuerdo siempre estuvo. A veces se aleja un poco más y en otras se evoca, pero en tiempos aciagos como el presente, definitivamente se agiganta.

Hace cuarenta años, el viernes 28 de octubre era el acto de cierre de la campaña nacional para la elección de las autoridades que debía restaurar la democracia.

La Unión Cívica Radical había dispuesto que el cierre nacional sea en Rosario desde hacía varias semanas. Dos días antes había sido el acto del Obelisco y una convocatoria inimaginable. La margen oeste del caudaloso río, donde se levanta el monumento que evoca una de las gestas de Belgrano, sería de escenario. Nada estaba librado a la casualidad. Había entusiasmo, la gente trasmitía fervor, los dirigentes se miraban cautelosos.

Desde el Comité departamental se debía coordinar la marcha hasta Rosario. Las reuniones eran a toda hora y cada referente de las seccionales trasmitían sus vivencias y expresaban sus necesidades de medios de transporte. Fuimos comisionados para ello y durante varios días desde la oficina que daba a la calle del viejo Comité de calle 25 de Mayo al 1800, era solo comunicarse a las empresas de transporte por buses y a todo aquel que tenga “algo para llevar gente”. No existías las “combis” ni los urbanos con ciertas comodidades.

Pero todo valía para responder a los pedidos de medios para viajar. Recuerdo que hablábamos a las localidades vecinas donde tenía algún dato de alguien que tenía un micro. Algunos rescatamos y otros estaban ya ocupados, por algún otro comité de distrito o por un grupo se correligionarios o simpatizantes.

No había otra consigna más que estar en las últimas horas de la tarde junto al Monumento de la Bandera.

La movilización ciudadanía se articulaba en la calle. Esa fue la característica de un tiempo que tuvo la épica fervorosa, la ilusión incontenible y la superación de lo nefando. Fueron los días del reverdecer democrático luego de más de siete años de terrible dictadura.

Esas sensaciones de la esperanza sin contención, al menos para nosotros, fueron tan intensas que es imposible que no permanezcan.

Mucho habíamos bregado y hecho durante los años oscuros y luego del desastre de Malvinas, que desde el primer minuto consideramos una locura asesina del régimen para salvarse, al contrario del resto de las fuerzas políticas que se sumaron al peor fracaso de nuestra historia, se respiraba una frescura que había generado un poderoso movimiento cultural.

Había recitales y aparecían medios escritos como la revista “Humor” y “El Porteño”, donde leíamos críticas inauditas contra un régimen que no había tolerado ninguna objeción. Por las radios se escuchaba “La marcha de la bronca” de Pedro y Pablo, el “Payador perseguido” de Yupanqui, “Doña Soledad” de Zitarrosa. El viejo canal 7, denominado ATC, emitía “Cordialmente”, donde Juan Carlos Mareco invitaba todos los mediodías a figuras recién llegadas al país que habían huido a la carrera de la persecución de la organización estatal Triple A o de las Fuerzas Armadas.

La ciudad había sido la sede del cierre de otras fuerzas. El sábado 23 el peronismo subió a su fórmula del rafaelino Italo Argentino Luder y el chaqueño Deolindo Felipe Bittel. Claro que también hablaron el “Tati” Vernet y “Caito” Cevallos, que se sabían ganadores con cierta comodidad. Cumpliendo con el rito sagrado, en el escenario también estaba Lorenzo Miguel, que apenas anunciarlos, brotó una silbatina ensordecedora que fue rápidamente tapada por los bombos y gargantas de los muchachos de los gremios y al son del bombo del “Tula” .

El 27 de octubre fue el turno del Partido Intransigente en la entonces Plaza Pinasco, hoy Montenegro, que se la veía repleta de jóvenes. A las 20 horas el primer orador fue Marcelo Giannastasio, de la juventud rosarina del PI. Luego hablaron el candidato a intendente, Néstor Arroyo, José Madariaga, candidato a gobernador de Santa Fe, el rosarino Lisandro Viale, candidato a la vicepresidencia. Cerró el acto el “Bisonte” Oscar Alende, una referencia política y hombre de vida austera. Recuerdo que en un pasaje destacó la importancia de la honradez para ejercer cargos públicos. “Yo no tengo tras esta larga vida mía más que la casa, el auto y un poco de platita para pagar el entierro. Pero soy un hombre feliz”. Eran otros tiempos.

Desde la mañana del viernes la ciudad estaba tomada por las sensaciones sobre lo que ocurriría por la noche. Las radios transmitían desde temprano sobre los detalles de la organización del acto y anunciaban la llegada de los dirigentes de todo el país que iban arribando. Los cronistas nacionales caminaban con calle Córdoba para semblantear a los vecinos y en las calles era un ir y venir de boinas blancas.

No subimos al último de los micros que partía de la sede partidaria luego de apagar la luz y cerrar la puerta.

El fervor de la noche fue impresionante. Desde el costado de la nave del Monumento por calle 1° de Mayo había gente hasta donde daba la vista. Los que llegaban no medían riesgos para ubicarse para ver el palco. Tratamos de contener en un espacio y bajo un gran cartelón de “Comité Departamental, Santa Fe”. Hacia atrás y a los costados las distintas seccionales quería lucir su oriflama identificatorio.

El cálculo siempre es aproximado. Algunos medios decían 300 mil y otros calcularon no menos de 400 mil personas.

Para el inicio, trepó al escenario Julia Elena Dávalos para ir poniendo un poco más de candor. A las 20 arrancaron los cuatro oradores. El primero fue el candidato a intendente Horacio Usandizaga, luego Aníbal Reinaldo, aspirante a gobernador y enseguida Víctor Martínez.

A las 20.50 se puso frente a los micrófonos Raúl Alfonsín. Pedía calma luego de las aclamaciones, pero no había forma; no podía iniciar con su mensaje. Pasaron más de cinco para minutos para volcar su emoción por estar hablando desde el Monumento a la Bandera. «La bandera de todos que renace, que no va a ser más de la Argentina ajena, nuestra Argentina, la de todos, la del pueblo, no la Argentina de las minorías, la Argentina de la oligarquía, ni de los matones. Será la Argentina de la democracia donde todos vamos a respetarnos en nuestros derechos».

Luego y en los hechos, las adversidades, el poderoso factor militar, los errores de la propia gestión lo colocarían en lo económico en otro sitio del que anunciaba. Pero había un compromiso en las palabras de talante genuino al postular el programa alimentario para terminar con la desnutrición infantil y la batalla contra la desocupación. “Hay una sola forma de lograr el aumento del salario real y es terminar con la patria financiera”, exclamó, sobre el final de una dictadura que había abrazado un credo económico que aniquiló el perfil industrial y promovió la primacía del sector financiero.

El acto de cerró recitando el preámbulo de la Constitución Nacional. Dos días después serían las elecciones. Fueron a votar más de 15 millones de personas en un país con 29 millones de habitantes. Alfonsín se consagró presidente con el 51,75% de los votos. Aventajó a Luder que obtuvo el 40,16%. Una elección fuertemente polarizada que relegó al candidato del PI a un muy remoto tercer lugar: Alende obtuvo el 2% de los votos.

Despojado de ropajes nostálgicos, habiendo pasado pocos días de una elección en los prolegómenos de otra convocatoria, que serpa definitiva, el contraste de las expectativas hacia la democracia es marcado en comparación con la enfervorizada atmósfera de hace cuatro décadas. En buena parte por las enormes deudas del sistema político que no pudo estar a la altura de sus genuinas promesas.

En noviembre iremos a las urnas con una sociedad de abruptas diferencias, con más de 40,% de pobreza y 4,2 millones de indigentes, según la última medición, con ingresos pulverizados por el empleo de escasa calidad y una inflación desatada que troza el 150%. Inviable todo.

Claro que hubo cambios. El tiempo de las enormes multitudes en el espacio público que marcó aquellos actos de los ochenta dio lugar a otros modos de interpelación de la sociedad civil. Pero reponer un bienestar colectivo es también deber y cometido de la democracia, un sistema que sigue siendo pese a las insatisfacciones masivamente validado, y que por esto mantiene como principal deuda estar a la altura de esas demandas. En 1983 el clima de dudas sobre la viabilidad de las instituciones estaba dado por el no desmantelado poder del factor militar.

De todos modos el entusiasmo descomunal y la inmensa fe cívica que reinaba en esos actos dejaron sus semillas. Un ciclo de opresión indigno y sangriento que se estaba cerrando tenía como contracara la ilusión y una confianza enardecida por la recuperación de instituciones quebrantadas. Aquellos días eran de esperanza, de curiosidad y de alegría.

Quien esto escribe tuvo la fortuna de haber asistido a esas gestas. El recuerdo es claro, hasta en los detalles. El principal, el del alborozo y la fe de los sectores populares por un sistema que abra las puertas a una vida mejor. Hoy la democracia, con deudas enormes, deja en claro que la gran mayoría de las personas siguen esperando aquello y nos merecemos algo más que elegir entre el menos horrible.

El autor es rafaelino, radicado en la ciudad de Santa Fe. Abogado, profesor titular ordinario en la UNL, funcionario judicial, ensayista.

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