Reflexiones sobre la crisis actual

Por Daniel Pustilnik.- Que vivimos una época sin precedentes es algo que ahora pocos discuten. Y como dijo Ortega y Gasset «una característica de las épocas de crisis históricas es la pérdida del valor del mundo de las convicciones, sin que se estructure ordenadamente un nuevo mundo para servir de directriz la pensamiento y la conducta de las nuevas generaciones». Por lo tanto, es necesario reflexionar sobre nuestra situación con miras a encontrar, o al menos atisbar, algún principio de solución a los males que nos aflijen. Lógicamente, debemos primero volver sobre nuestro pasado inmediato, a fines de no repetir los mismos errores que nuestros predecesores. En tal sentido, el autor de estas líneas tratará, dentro de sus limitaciones, de ser lo más objetivo posible, sabiendo de antemano que el equilibrio deseado no es tarea fácil cuando se es testigo cotidiano de hechos y miserias humanas que ni la imaginación más fértil hubiese concebido hace unas décadas. Muchos argentinos pasamos la mayor parte de nuestra vida en el trabajo diario, amando en silencio a nuestro país y despreciando, también en silencio, a muchas de sus autoridades. Hemos vivido impregnados por los discursos altisonantes, las gastadas frases de los gobernantes de turno y sus cómplices, que mientras evocaban a Dios, la Patria, la Constitución, la Bandera, etc., achicaban y empobrecían la Nación, al tiempo que agrandaban sus cuentas y bienes. Así lograron hacer caer en un profundo escepticismo, descreimiento y apatía, a generaciones enteras que, por falta de otras motivaciones, buscaron sólo el camino de la salida y el interés personal. Y al caer en el vacío por la magnitud de la crisis carecen ahora de las dos cosas: Pan e Ideales. Y sin ideales no es posible evolucionar. Si no se imagina primero y luego se intenta arar, rastrear, sembrar, regar y cosechar el trigo, tampoco habrá pan para la mesa. Miremos hacia atrás, al pasado reciente: empezando por Yrigoyen, por ejemplo. Cuyo derrocamiento en 1930 por un golpe militar es sólo la parte visible de un proceso, que destruye un embrionario proyecto de «País Independiente», que bregaba por dejar de ser colonia. Como lo definieron muchos: fue un golpe con «olor» a petróleo y la empresa nacional YPF, tenazmente defendida por un General patriota como Mosconi, resultó una de las grandes derrotadas. Quedó así demostrado, por la fuerza de los echos, que el campo Nacional no tenía aún fuerzas suficientes para cambiar su destino, que continuó dominado por los «factores de poder» de la época o lo que ahora, ya más domesticados, llamamos «establishment». También comenzó a visualizarse que cuando hay transformaciones progresistas en la Economía se interrumpe el desarrollo y proceso democrático. No tan casualmente, y en el golpe de 1930, entró en la Casa Rosada para detener a Don Hipólito Irigoyen, junto a otros militares, el coronel Alvaro Alsogaray, días después Jefe de la Casa Militar del Gobierno Provisional. Comenzaba así la «década infame». El hijo de Alvaro Alsogaray, de 15 años e igual nombre que el padre, y en esos tiempos cadete del Ejército, participó del golpe a bordo del side-car, de una moto que rondaba la Plaza Mayor para «disuadir» a algunos manifestantes. Realicemos ahora el ejercicio inverso: miremos desde el presente hacia el pasado: Alvaro Alsogaray, hombre de confianza del Gobierno «Peronista» de Menem en 1990, a quien también le suministró su clon femenino María Julia, sería el ejemplo perfecto de cómo los gobiernos cambian, pero «El Poder» está siempre en pocas y predilectas manos. En efecto, el capitán-ingeniero Alvaro Alsogaray fue: * Subsecretario de Comercio del Gobierno del general Lonardi. * Ministro de Industria y Comercio del general Aramburu. * Ministro de Economía del Dr. Frondizi. * Ministro de Economía del Dr. Guido (títere de los militares). * Embajador argentino en Estados Unidos, cuando su tío, el general Julio Alsogaray, expulsó al Dr. Illía del Gobierno en 1966, ocupando el Comando en Jefe del Ejército. Qué lejos comenzaron a quedar del pueblo, desde 1930, esos militares de aquel Ejército que evocaba el General Mosconi: «nuestro Balcarce, que siendo general pidió prestada una camisa para formar en una revista de tropas; o San Martín, que después de firmar en Maipú y liberar a Chile, manda a dar vuelta su levita para ahorrar en atuendos. Y qué visionario para todo el Siglo fue su discurso en la comida de camaradería Ejército-Armada, del 8 de julio de 1926, cuando dijo «mientras la Armada y el Ejército se mantengan en el marco que la Constitución les indica en el libre juego de las Instituciones y no intervengan ni se alarmen por las luchas cívicas de nuestra política interna, porque ellas evidencian, a través de las agitaciones democráticas y de las fiebres periódicas de los gobiernos Republicanos, mayor aptitud en el pueblo para ejercitar sus derechos ciudadanos y mayor capacidad para la función pública». Qué remota y pequeña parece la crisis de 1890, cuando el Dr. Estanislao Cevallos cuenta que ocho años después (1898), en su visita a Estados Unidos, un alto funcionario Norteamericano le preguntó al conocerlo: «¿es usted de ese gran país que hace bajar el precio de nuestro trigo?». Qué abismos nos separan y cómo pudimos caer tan bajo que en 1941, plena Guerra Mundial gestándose el 17 de octubre de 1945 (por las malas condiciones de vida), el Jornal de un peón herrero era de $11,30, el de un peón albañil de $8,24 y el kilo de pan valía $0,37. Es decir, que en esa época de crisis podían comprar entre 22 y 30 kilos de pan en un día, mientras que ahora, revolución tecnológica mediante, los pocos afortunados que tienen trabajo sólo pueden comer la mitad. Estas y otras aberraciones hacen que nos formulemos algunas preguntas para ensayar algunas posibles soluciones: 1) ¿Qué mecanismos perversos debemos destruir para que en el país de las vacas, por ejemplo, la leche no sea artículo de lujo. Mientras que al sacrificio tambero se le paga cuanto más la cuarta parte del precio al consumidor? 2) ¿Qué pasos concretos deben darse en el plano internacional para que cesen las políticas proteccionistas. Que se paguen precios justos a nuestras exportaciones producidas, en base a sueldos de hambre, mientras debemos comprar equipos y remedios cada vez más caros, elaborados en los países industrializados, a través de enormes ganancias empresariales y salarios obreros de más de 2.000 dólares al mes? 3) ¿Tenemos los recursos humanos, alimenticios, energéticos, mineros, etc., como para refundar el País sobre la base de una mayor autonomía y una distribución más justa de la riqueza a crearse? 4) ¿Qué orden de prioridades en la asignación de recursos tenemos que darle a la educación, alimentos, salud, justicia, etc., en función de las apremiantes obligaciones actuales y la necesidad de reestructurar la economía en el mediano y largo plazo? 5) ¿Debemos resignarnos a que las multinacionales, obedeciendo sólo a sus proyectos de lucro a nivel mundial, sigan manejando nuestro país como una sucursal de quinta categoría? 6) ¿Cómo debemos retomar el control de las empresas claves privatizadas? 7) ¿Qué hacemos y qué orden de prioridades daremos a nuestra deuda externa e interna, a nuestros chicos cada vez más desnutridos, jubilados, desocupados, maestros, empleados públicos y privados, o con «nuestra» policía y fuerzas armadas y de seguridad? 8) ¿De qué forma se puede amortiguar, en función de nuestros intereses, la desproporcionada incidencia -llamada ahora globalización- que tienen sobre la vida económica y social del país los centros de decisión extranjeros (Organismos financieros, multinacionales, gobiernos, etc.? 9) ¿Cómo debemos obrar de manera de no favorecer por aturdimiento o confusión a los mismos intereses que nos oprimen? 10) ¿Qué tipo de Instituciones Sociales, económicas, jurídicas y políticas, debemos aspirar a tener para maximizar el grado de bienestar de nuestro pueblo? 11) ¿Cómo debemos hacer para cambiar un sistema que gasta cifras absurdas en propagandizar un producto, de manera tal que el costo mayor de ese artículo son los análisis de mercado, el «lobbing» (grupos de presión y coimas en los diversos poderes, la propaganda, el envase y las relaciones públicas cuestan más que el valor del producto en si mismos? 12) ¿Bajo que régimen de propiedad privada, mixta, estatal, cooperativa, etc. deberá organizarse el área social y económica? En otras palabras, ¿qué tipo de país y sociedad queremos y cómo podríamos construirlo? Estos son algunos de los tantos interrogantes que debemos respondernos como un primer paso para definir qué debemos sustituir y, posteriormente, cómo podemos cambiarlo.

Fuente: diario Castellanos, 7 de Febrero de 2003.

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