Qué Iglesia queremos

Se publica la desgrabación de la charla-debate organizada por la revista Criterio en la que se habló de la Iglesia en perspectiva de futuro. Participaron como panelistas Maria Clara Bingemer (teóloga laica, ex decana de la Facultad de Teología de la Universidad Católica de Río de Janeiro), Gustavo Irrazábal (sacerdote y doctor en Teología, profesor de Teología Moral en la Universidad Católica Argentina), Diego Botana (abogado y vicedirector de Criterio) y Roberto Di Stefano (doctor en Historia por la Universidad de Bolonia, investigador del CONICET y del Instituto Ravignani de la UBA).

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Publicamos la desgrabación de la charla-debate organizada por la revista Criterio en la que se habló de la Iglesia en perspectiva de futuro. Participaron como panelistas Maria Clara Bingemer (teóloga laica, ex decana de la Facultad de Teología de la Universidad Católica de Río de Janeiro), Gustavo Irrazábal (sacerdote y doctor en Teología, profesor de Teología Moral en la Universidad Católica Argentina), Diego Botana (abogado y vicedirector de Criterio) y Roberto Di Stefano (doctor en Historia por la Universidad de Bolonia, investigador del CONICET y del Instituto Ravignani de la UBA). El encuentro tuvo lugar en el Monasterio de Santa Catalina de Siena, en el microcentro porteño, y fue coordinado por la periodista Luisa Valmaggia.

Luisa Valmaggia: Bienvenidos a esta charla-debate titulada: “Qué Iglesia queremos”, intento de diálogo en torno al rol que juega hoy en este mundo tan cargado de incertidumbres, de responsabilidades y de desafíos; y a la vez, cuestionador de la palabra de autoridad de la Iglesia. Por citar un ejemplo, cuando se plantea la legitimidad del aborto, la capacidad de decidir sobre el propio cuerpo, etc. Se trata de un mundo diferente al que conocíamos y nos invita a preguntarnos sobre cómo sigue la Iglesia su destino. Maria Clara Bingemer: Empecemos por plantearnos la realidad del laico, que hoy es muy amplia en la Iglesia. Se trata de una palabra no siempre clara. En efecto, en el Nuevo Testamento no encontraremos ninguna que pueda identificarse con el concepto de laico que utilizamos hoy. Por el contrario, sí encontramos el concepto de pueblo. Además, el laico siempre tiene una definición negativa: el que no es sacerdote, el que no hizo votos religiosos, pero en definitiva es el cristiano, todo bautizado. En este sentido, el teólogo Yves Congar decía que los laicos sólo encontraban tres posiciones posibles dentro de la Iglesia: sentados, escuchando lo que dice el sacerdote; arrodillados, siguiendo la misa que el sacerdote celebraba de espaldas y en latín; o con la mano en el bolsillo, para el sostenimiento de la Iglesia. A esos laicos les correspondía un papel totalmente pasivo hasta que fueron convocados por el Concilio Vaticano II como productores de bienes simbólicos y no sólo consumidores. En la época del Concilio había una visión dicotómica: clero vs. laicado; mundo secular vs. Iglesia. Sin embargo, existía la promesa de que se avanzaría hacia un modelo de Iglesia más integrado, con los carismas en función de la comunidad. Lamentablemente, en el post Concilio los cambios se frenaron un poco. Hoy, considero que una buena porción de laicos está haciendo su camino, sin importarle demasiado si la Iglesia aprueba o no sus decisiones.

Valmaggia: ¿Por qué crees que se abre este camino? Bingemer: Creo que en el campo de la moral personal los laicos fueron encontrando una imposibilidad real de vivir totalmente dentro de las normas eclesiales, con respecto a la vida conyugal, sexual, al planeamiento familiar, a la discusión de cuántos hijos tener o no tener. En ese sentido, muchas de sus decisiones personales reciben el respaldo de directores espirituales, sacerdotes y su comunidad o grupo de pertenencia. Esos laicos siguen llevando una vida sacramental y participando de la comunidad. Hay dentro de la Iglesia lo que llamo un “cisma blanco”: los laicos están buscando su camino porque tienen fe, creen en el Evangelio, pero no encuentran que las normas institucionales los ayuden en su vida. Esto pasa muchísimo en Europa, en mi país (Brasil), y sobre todo con los laicos más letrados, que conocen la teología o que están mejor informados. Por otro lado, mientras se advierte una carencia enorme de ministerios que atiendan a la comunidad, los laicos son llamados a hacer muy poco. Según el Derecho canónico, el laico ni siquiera puede acceder a la lectura de los textos sagrados o a ocupar los lugares donde se ubica el presbítero. La Conferencia Episcopal brasileña dio a conocer un trabajo donde decía que el 80% de los católicos no recibe la eucaristía los domingos no porque no quieran, sino porque no hay clero, y por lo tanto, no tienen misa. Realizan la celebración de la Palabra, reuniones presididas por laicos (la mayoría mujeres), pero no hay eucaristía. En ese marco, la gente sugería convocar a los sacerdotes que habían dejado el ministerio para que siguieran ejerciéndolo, o ampliar el alcance de los ministerios laicos. El documento de conclusiones fue: Lamentamos que muchos católicos no puedan recibir la eucaristía por falta de clero. Debemos más que nunca rezar por nuevas vocaciones sacerdotales. No se pensó en que quizás era un buen momento para habilitar a los laicos a realizar ciertas cosas que de hecho ya estaban haciendo. Gustavo Irrazábal: Coincido con Maria Clara en que lo que el Concilio Vaticano II pensó para la Iglesia quedó a mitad de camino. A mí me interesa enfocar el tema desde la perspectiva del poder. El manejo del poder es un gran desafío para la Iglesia, y cuesta plantearlo. En los siglos anteriores, cuando había una visión más jurídica de la Iglesia, el problema del poder se trataba con más naturalidad. Empíricamente se planteaban analogías con el poder político, pensando, por ejemplo, como Roberto Belarmino, quien consideraba que la monarquía era el mejor tipo de gobierno para la Iglesia. El hecho de que el Concilio presentara una visión distinta, donde lo jurídico quedaba en segundo plano frente a la Iglesia como misterio, contribuyó curiosamente a que el tema del poder ya no se planteara con suficiente transparencia. Esto redunda en la actualidad en la existencia de muchas estructuras del poder intocables, lo cual permite que se siga manteniendo un esquema piramidal, de raíz medieval, donde el poder de Dios se canaliza exclusivamente a través de la mediación de la jerarquía de la Iglesia. Nadie lo afirmaría teológicamente, pero en la práctica hay muchos elementos que dan cuenta de que ese esquema básico sigue sin alteraciones.

Valmaggia: ¿Qué garantiza ese esquema que no se altera? Irrazábal: El proceso por el cual el Papa fue subordinando a los obispos, en algún sentido, a una función que se asimila a una cadena de ejecución, y éstos fueron perdiendo su real autonomía. En ese proceso de centralización se acentúa la función piramidal del poder de la Iglesia, que es contraria a la visión de la Iglesia como pueblo de Dios. También es contraria a la visión de la Iglesia en su dimensión pneumatológica, es decir, a partir del Espíritu Santo y los carismas Él suscita. Este problema del poder hace que hoy los católicos se sientan incómodos dentro de la Iglesia y que esa cultura tenga rasgos premodernos, que chocan constantemente con la sensibilidad que la rodea. Todo poder humano, incluido el de la Iglesia, necesita control y participación institucional, y es lo que nos está faltando. Esto lleva a confundir la responsabilidad última con la responsabilidad única, de manera que, según los ámbitos, el Papa o los obispos tienen la última palabra, pero también tienen la penúltima. Estos son los problemas con los que nos enfrentamos de manera cotidiana.

Valmaggia: Diego Botana, hablanos de la relación Estado-Iglesia en la Argentina. Diego Botana: Un primer aspecto en la relación Estado-Iglesia tiene hoy un elemento muy simbólico, que es el famoso presupuesto de culto. Esto significa que el Estado realiza un aporte presupuestario anual a la Iglesia católica (en 2007 osciló entre 17 y 19 millones de pesos anuales), que se materializa a través de asignaciones no remunerativas para obispos, seminarios y parroquias. Gustavo Irrazábal habló de las estructuras que no se tocan y Maria Clara, de la situación pos conciliar. Una de las primeras cosas que trató el Concilio fue promover, mediante la firma de concordatos, la derogación paulatina de todos los sistemas de patronato que existían en ese momento en los distintos lugares del mundo. Uno de los primeros concordatos corresponde a la República Argentina y data de 1966; en él se pacta la derogación del derecho de patronato. El patronato era un privilegio otorgado por el Papa a los monarcas españoles: bajo el compromiso del monarca de sostener la evangelización en las nuevas tierras, el Papa le delegaba el derecho a designar a los obispos en las nuevas tierras a descubrir; con lo cual el monarca tenía el derecho de designar un obispo y, como contraprestación, el monarca debía sostener económicamente el culto católico. En el siglo XIX se dio una gran discusión: si el derecho del patronato es una herencia de la soberanía de la República Argentina o si es un privilegio sólo otorgado por el Papa hacia una persona determinada. El padre Cayetano Bruno sostuvo en uno de sus libros que: “En 1834 este tema quedó zanjado y para la intelectualidad de la época el patronato era un atributo de la soberanía”. ¿Qué significa? Que ante el acto jurídico unilateral con el cual la República Argentina se declara independiente del Estado español, el paquete de soberanía incluía el derecho del patronato. Además, la Declaración de la Independencia en 1853 establece que el Presidente o Director Supremo tiene el derecho de ejercer el patronato: “Católicos y protestantes, calvinistas y judíos podrán sentarse a la mesa común para debatir las políticas nacionales sin ningún inquisición sobre sus principios”. Argentina, antes de 1853, tomaba el modelo de la religión de Estado, pero ese año aparece un nuevo elemento, la libertad de culto, lo cual impedía que la hubiera. Así se crea un esquema muy argentino: un sistema mixto que de algún modo sigue vigente. Por un lado, el derecho al patronato; y por otro, la libertad de culto. Joaquín V. González aplica este sistema mixto: el artículo 14 de la Constitución habla de la libertad de culto y el artículo 2, del sostenimiento de culto. En la Constitución de 1853 la palabra “sostener” es utilizada en muchas oportunidades. A partir de ese momento, si bien estaba claro que se trataba de un sistema mixto, empezaron a construirse importante cantidad de teorías a partir del artículo 2 en torno a los alcances del sostenimiento, que no es sólo económico. El reconocido constitucionalista argentino Germán Bidart Campos sostenía que había una unión moral entre la Iglesia y el Estado, pero que no implicaba que fuera una religión de Estado. A través del tiempo y de estas estructuras intactas, 1853 fue muy claro: el Estado toma el patronato y una de las obligaciones de éste, al tomar el patronato, es sostener el culto mediante una asignación presupuestaria. En 1966 concluyó el sistema de patronatos por el concordato firmado, pero el presupuesto de culto continúa sin ninguna modificación. Por el contrario, con algunas reformas en 1979 y 1982, se clarifica el sistema. Se trata de un tema simbólico y es importante tenerlo en cuenta; en la actualidad representa entre 6 y 8 por ciento del presupuesto global de la Iglesia. Hoy muchos sectores intentan justificar la existencia del presupuesto de culto bajo dos líneas de pensamiento. Por un lado, que ante la confiscación de bienes de Bernardino Rivadavia corresponde que el Estado argentino salde de manera perpetua esa deuda que habría adquirido. Un segundo argumento es que el sostenimiento significa algo más, entonces el Estado argentino está obligado a sostener a la Iglesia católica. Monseñor Carmelo Gianquinta consideró: “¿Qué hemos de hacer ante el procedimiento del presupuesto de culto? Algunos insisten en el tema de la confiscación de los bienes de la Iglesia que hizo Rivadavia en el siglo pasado publicando sumas astronómicas de lo que el Estado se supone le debe a la Iglesia por tal expropiación. Otros, basados en el artículo 2 de la Constitución Nacional, juzgan que el Estado debe otorgar un presupuesto de culto digno de tal nombre en lugar de las migajas que actualmente le tira a la Iglesia”.

Valmaggia: ¿Cómo ven los sociólogos el proceso de secularización y el futuro religioso? Roberto Di Stefano: El proceso de secularización no es lo que los sociólogos del siglo XIX previeron: una desaparición, marginación o privatización de la religión; por el contrario, vemos hoy que la religión está en todas partes, incluso en las sociedades más modernas, lo que lleva a algunos sociólogos a pensarla más bien como una permanente recomposición de lo religioso propia de las sociedades contemporáneas. Es decir, la religión no desaparece, pero sí se recompone. Una de las cosas que está dando vueltas en esta conferencia es por qué motivo la Iglesia no es el lugar privilegiado de la religión. ¿Por qué la mayoría de los católicos no participan del culto ni de la vida comunitaria de la Iglesia? El sociólogo francés Pierre Bourdieu decía que la religión se mueve entre dos polos posibles: el absoluto control institucional y la absoluta desregularización. En nuestras sociedades la marca se va corriendo hacia la desregularización; sigue habiendo autoridad religiosa, pero el poder de esta autoridad no es capaz de controlar las conductas de los individuos, como indicaba en su exposición Maria Clara. Para el catolicismo las conductas de sus feligreses son importantísimas, ya que por razones teológicas siempre ha tendido a regular las conductas individuales y colectivas. Esto presenta un gran problema en la sociedad contemporánea, que defiende a rajatabla el principio de la autonomía de los individuos. Si se piensa en las últimas décadas, desde el Concilio a la actualidad han cambiado los comportamientos individuales y colectivos. Las grandes transformaciones en las costumbres que hubo en la década del 60 dejaron al Concilio completamente desactualizado. Y la Iglesia católica debería pensar cómo ser capaz de adaptarse a los cambios que vive nuestra sociedad sin por ello renunciar a su mensaje religioso. En definitiva, es una adaptación que ha realizado con éxito a lo largo de dos mil años: en algunas cosas pudo imponerse y en otras tuvo que ceder. Antes de la Cuaresma, por ejemplo, tuvo que permitir que se celebrara el Carnaval.

Valmaggia: ¿Cuál es el rol de los medios de comunicación respecto de la Iglesia, teniendo en cuenta estos cambios? Bingemer: Según mi punto de vista algunos medios de comunicación tienen un rol opositor a la Iglesia. Creo que si la institución continúa con un tipo de comunicación desactualizado, esperando que la gente vaya al templo, no conseguirá comunicarse de manera correcta con las personas, y creo que es lo que está pasando en la actualidad. Quizás la Iglesia siga teniendo éxito en su comunicación con los fieles en los medios rurales o los pueblos, pero en las grandes ciudades, es decir, lo que tiene que ver con pastoral urbana, queda un interrogante, porque mucha gente exige otro modelo. Pienso en un modelo que pueda encontrar ciudadanía en la velocidad y complejidad que define a la comunicación, que fabrica ídolos y los derrumba al día siguiente, que hace circular informaciones falaces de manera veloz. Di Stefano: Como historiador del siglo XIX, debo decir que soy especialista del momento en el cual se formó la escena pública a partir de debates públicos. En esa época tuvieron mucha importancia los debates religiosos y estos fueron llevados adelante por clericales, anticlericales, laicos y sacerdotes que utilizaban todos los medios a su alcance para debatir abiertamente. Tomaron los grandes temas de su momento y supieron debatirlos, admitiendo que del otro lado había gente que decía lo contrario, y era legítimo. Irrazábal: Existe el miedo de que si no se ejercita el poder para controlar y uniformar el pensamiento y la cultura, la unidad de la Iglesia estalla y desaparece. Alguien llamó a este miedo “patología de la verdad y la unidad”. A mí me gustaría decir que sucede exactamente lo contrario. En primer lugar, confío en que, con ciertas reglas, el libre debate contribuye a la ortodoxia, que si bien muchas veces se confunde con lo que pensó la Iglesia en los últimos tiempos, en realidad se conoce a través del libre diálogo y en un clima de libertad. Si la verdad no tiene fuerza propia, el poder no se la va a prestar. En primer lugar, la ortodoxia requiere libertad. En segundo lugar, la unidad no se logra uniformando a una comunidad sino formando a la gente para desarrollar un sentido crítico. Botana: Creo que la influencia de los medios de comunicación se percibe como bien lo describe Irrazábal: hay un enorme espíritu crítico y una gran cantidad de información, por lo tanto, las argumentaciones de la Iglesia tienen que estar sólidamente fundamentadas en bases reales. El ejemplo típico de lo contrario es el presupuesto de culto, donde los argumentos son muy flojos y fácilmente debatibles. En cambio, si se dan debates profundos y serios sobre estos temas, se puede arribar a conclusiones muy sanas.

Valmaggia: ¿A quién le es funcional el presupuesto de culto? Botana: No sé, pero no es bueno. En mi opinión es una carga para la Iglesia y debería liberarse, pero para hacerlo necesita un trabajo catequístico con respecto a la comunión de bienes en la Iglesia para que los católicos entiendan que tienen que sostenerla. Desde el punto de vista de su sostenimiento, la Iglesia argentina sería más evangélica. Di Stefano: En el caso de que la Iglesia sea sostenida por los fieles, ¿va a haber un mecanismo con el cual los fieles puedan controlar qué se hace con ese dinero? ¿O se pretende que los fieles den el dinero y los pastores decidan qué hacer con él sin consultarlos? Me parece que si se pide un sostén de la feligresía debería haber mecanismos transparentes de control. Creo que es mucho más cómodo recibir dinero del Estado que pedírselo a los fieles, porque en este caso empieza a aparecer el problema de qué pasa si el feligrés no está conforme con lo que hacen y dicen sus pastores. Botana: Comparto lo que dice Di Stefano, por eso me parece muy importante que se realice una catequesis, que el propio laico se sienta parte de la Iglesia. También importa la manera en la cual se recauda y se ejecuta ese presupuesto.

Valmaggia: Me gustaría retomar con Maria Clara Bingemer el tema del rol de la mujer en la Iglesia. Bingemer: En el Evangelio dice que a Jesús lo seguían sus discípulos y también muchas mujeres, incluso en esa época la mujer estaba presente y participaba de la vida de Jesús. A lo largo de la historia, la mujer estuvo presente pero siempre en silencio, no accediendo a los niveles de toma de decisiones de la Iglesia. Además de padecer la discriminación por ser mujer también padece el rol secundario de ser laica. A diferencia de la Iglesia católica, la participación femenina en las iglesias protestantes fue mucho más radical y rápida; hay una historia ya probada del pastorado o episcopado femenino y el saldo es positivo. En cambio la Iglesia católica nunca abrió esa puerta para la mujer, pero su participación se va abriendo camino, por ejemplo, el 80% de católicos en Brasil (que mencionábamos antes) que no tienen acceso a la eucaristía, tienen la posibilidad de compartir la Palabra gracias a muchísimas mujeres que presiden las comunidades. También hay grupos que cuestionan puntos muy sensibles de la doctrina, por ejemplo, respecto de los derechos del propio cuerpo femenino de elegir la interrupción del embarazo. Creo que si bien en los países latinos no ha crecido mucho, son mujeres que traen una cuestión personal y que reivindican el derecho de seguir siendo consideradas católicas decidiendo cuestiones a ese nivel. Creo que debería haber una discusión previa: cuestionar el tipo de sociedad en la que estamos inmersos, donde en general se empuja a la mujer a abortar, sobre todo a las más pobres y que se encuentran solas frente a esa decisión. En Brasil, hace unos años, hubo un caso muy resonante de una niña de 9 años que fue abusada por el padrastro y quedó embarazada de trillizos. La mamá de la niña la llevó al médico y decidieron practicarle un aborto. El obispo del lugar hizo declaraciones bastante polémicas: en el derecho canónico el aborto comporta la excomunión automática; aunque la persona no sepa que está excomulgada, lo está. Entonces todos estaban excomulgados: la niña, la madre y el médico. Le preguntaron por el padrastro que abusó de la niña y respondió: él no, porque no participó del aborto. Las católicas defienden la despenalización, argumentando que en los países donde ya es una ley, el aborto disminuyó. Que estas discusiones se den es un hecho bastante nuevo que demuestra que la mujer ya no está dispuesta a que se le diga el lugar que tiene que ocupar; ella misma quiere encontrar su lugar dentro de la Iglesia.

Valmaggia: ¿A partir del Concilio la Iglesia abre una mayor libertad de participación? Irrazábal: Me parece que lo que está sucediendo en la Iglesia hoy de algún modo está sucediendo con todas las instituciones: la pertenencia se torna más compleja, más libre, más articulada; cada vez son menos quienes pertenecen con cuerpo y alma a una institución, y con la Iglesia pasa lo mismo. Los cristianos quieren vivir y responder a sus necesidades, sus sueños y expectativas; en estos aspectos la Iglesia les ofrece cosas que los ayudan y otras que no. Con una actitud crítica y espontánea, sin tomar decisiones de principios, deciden qué es lo que les sirve y qué no; sucede tanto con el que está fuera de la Iglesia y recurre al templo en situaciones muy puntuales, como aquel que es practicante y va a misa todos los domingos. Muchos católicos van a la misa dominical y en sus vidas privadas toman lo que consideran que les es útil y dejan de lado lo que no. Cuando la persona siente que el sacerdote no va a entender un cierto tema, directamente no lo lleva al confesionario. Nosotros sabemos que hay temas de los que no se habla; hay muy poca gente dispuesta a sacrificar su vida por pura obediencia a un principio.

Valmaggia: ¿Cómo va a trasmitir la Iglesia el mensaje de Jesús en el futuro? Irrazábal: Se pueden decir muchas cosas, pero para mí lo principal es que hay que escuchar más. No hay que imponer categorías de antemano del tipo: el que está afuera y el que está adentro, el que cumple y el que no. Hay que analizar los fenómenos con amor, con empatía, hay que ayudar a la gente a vivir. Sólo desde la escucha y la empatía puede surgir una palabra significativa para el otro. Bingemer: No me animaría a hacer futurología, pero mi primera impresión es que la Iglesia debe facilitar la experiencia de Dios; no enseñar tanto formulaciones morales y dogmáticas, aunque son importantes. Lo primero que debería hacer es facilitar a la gente el encontrarse con Dios, con su Palabra. Porque a partir de aquí todo puede pasar, pero si no pasa eso, no pasa nada. La gente ya no tiene miedo de ir al infierno, no es una nube amenazadora en el imaginario de nadie. Hay que actuar con lo positivo, mostrar la maravilla que es el evangelio. Con la buena noticia, la Iglesia tiene un tesoro en las manos, hay que anunciarla como una opción de vida en plenitud y guiar a las personas a esa experiencia. Di Stefano: La Iglesia ha cambiado tanto que no sé qué pasará en el futuro. Creo que el principal problema es definir cuál es la esencia del mensaje religioso, porque en el caso del catolicismo ese mensaje viene acompañado de una entera teología. Para mí la clave está en esa frase de Jesús, que toma de alguno de los profetas, y que dice: “Misericordia quiero, y no sacrificios”. Botana: Coincido en lo que respecta a que el futuro está en la relación personal con Jesús y con el evangelio. Me parece que el verdadero testimonio cristiano esta básicamente en poder acreditar con la propia vida la buena noticia. Valmaggia: A modo de cierre, ¿qué Iglesia quieren? Irrazábal: Yo quiero una Iglesia sin miedos, tanto hacia afuera como hacia dentro. Que viva de la confianza en la fuerza del evangelio y que busque que los hombres se encuentren con Cristo. Bingemer: Yo quiero una Iglesia que empeñe sus mejores esfuerzos en el encuentro de las personas con Cristo y que para lograrlo se dedique a la narración de la Palabra de Dios. Es necesario cada vez más narrar la historia de Jesús y los testimonios de la gente que se ha encontrado con Cristo. La Iglesia con la que sueño valora más a los testigos que a los técnicos y las normas. Así se convertirá en una Iglesia más participativa y de escucha a los demás, atenta a las señales del espíritu. Di Stefano: Simone Weil decía que la Iglesia debía ser católica en el sentido de abrazar a todos los hombres y mujeres que creen en Cristo. Espero que algún día sea capaz de lograrlo. Para eso es necesario distinguir a la Iglesia de Dios. La Iglesia no debe ser confundida con Dios, porque entonces se la endiosa. Cuando se ponen los intereses de la institución por encima de Dios y del hombre, se cae en lo que les recriminaba Jesús a los fariseos: “para ustedes el sábado, la prescripción religiosa, es más importante que el hombre”. La Iglesia debe estar al servicio de Dios y de los hombres, y a veces parece que fuera al revés.

Fuente: revisa Criterio, Buenos Aires, Nº 2379 » marzo 2012.

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