Perfumes de Palo Santo (*)

Por Adán Costa.- Miércoles. Dos de la tarde, de una tarde que amenaza con superar los treinta grados en este invierno subtropical. Estamos en el noreste de la provincia de Salta. Chaco salteño profundo, el monte desmontado, en una región que atrapada en medio de los ríos Bermejo y Pilcomayo, una cuña puesta entre las naciones hermanas de Bolivia y Paraguay.

La ruta nacional 81 camina entre Salta y Formosa, de este a oeste, y allí han ido a parar muchas de las tantas comunidades wichis que el inca invasor primero, el español y el criollo después, llamaron despectivamente «matacos». Aún en la provincia de Formosa, un departamento lleva ese nombre ignominioso para el espíritu originario: «Matacos». La toponimia, lo sabemos, en ocasiones refleja los desaciertos del ser humano, como en la Patagonia se repletó de pueblos y ciudades con nombres de coroneles y generales del ejército genocida de Roca que catapultaron sus glorias mediocres en su exterminio de las naciones mapuches y tehuelches. La historia la escriben los que ganan, suele decirse.

El territorio comunitario es muy árido, la tierra tremebunda, polvorienta, sólo el cactus nace allí y sus panzas repletas de agua son a veces un sosiego para la sed y la falta angustiante de agua de estas comunidades. Y algunos pocos quebrachos blancos, ya que los colorados, madera preciosa, ya han sido objeto de la angurria extractiva de los poderosos. El sol siempre abrazador.

Y allí nos estaban esperando, un grupo de wichis, con su líder, Félix Paz, que nos anunciaba que nuestra visita, el Estado nacional, era histórica. Jamás algún organismo público se había acercado a visitarlos, nos dijo en su saludo de bienvenida. Entiendo que quizá pudo ser exagerada la referencia, tal vez orientada para celebrar nuestra presencia, o motivar nuestro ánimo, para que podamos ver lo que nadie quiere ver.

Una palabra puede resumirlo todo, y puede ser síntesis de una complejidad injusta: aislamiento. Físico, geográfico, social, cultural. El nudo en la garganta que nos trajo congoja, pero también responsabilidad para con esos seres humanos, hermanos y compatriotas nuestros, sólo se suavizaba de a ratos, cuando soplaba un caluroso viento norte trayendo el penetrante aroma de azahares y palos santos. Rara paradoja. Era un perfume natural y embriagador que nos llevaba a un edén imaginario y silvestre, cuando en realidad era el infierno lo que estábamos pisando.

Arnaldo, un niño-hombre de sólo doce años se ofreció de guía y me ayudó a traducir el idioma wichi de sus ancestros cuando realizaba mis entrevistas. Su nombre, era el nombre de su abuelo. Había nacido un mes de febrero, como yo. A veces las empatías también entienden de órdenes causales, escritos en clave ancestral, que el hombre aún hoy procura descifrarla sin lograrlo del todo. Se acercó a mí, y no me dejó hasta que todos nos fuimos de ese lugar. Hablaba poco, era una presencia silenciosa, una presencia de sólo doce años.

Doce años. Una vida por delante y mi sensación de que allí su vida estaba ya jugada. Le pregunté si se quería irse de allí en algún momento de su vida, y su respuesta fue un no seco y conmovedor. Estoy bien acá, me gusta estar con mis familias, me dijo. Yo le dejé entrever una especie de augurio, un deseo: seguramente en un tiempo serás un líder, un guía. No me dio respuestas, sólo me escuchaba.

Cuando concluí con mis tareas, le agradecí infinitamente sus intermediaciones con la lengua originaria, le regalé un pequeño libro que yo llevaba en mi morral de viaje. Tuve la extraña sensación que era tan poco lo que yo podía hacer por él, por ellos, me cargué de culpas, muchos de mis compañeros también la tuvieron. Esa culpa de conciencia, social, no individual. Es esta sociedad en la que vivimos la que ha permitido que ocurra esta injusticia social. Esta sociedad necesita cambiarse desde sus raíces.

Cuando finalmente nos fuimos, miré fijamente a Arnaldo, como intentando un saludo fraterno. Sus ojos profundamente rasgados hablaban tanto que no eran necesarias las palabras.

10/08/14

(*) Apreciaciones tomadas el miércoles 6 de agosto de 2014 en tareas de realización de una Encuesta de Condiciones de Vida de los Pueblos y Comunidades originarias de la Argentina, en la Comunidad wichi “Peiscuk”, también conocida como “San Patricio”, en los alrededores de la localidad de “Los Blancos”, departamento Rivadavia, provincia de Salta.

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