Mitre: uno de los fundadores de la Argentina moderna

Con una temprana inclinación por las letras, Mitre fue un espíritu renacentista que se multiplicó como escritor, periodista, historiador, político y militar mientras el país iniciaba su desarrollo. Se cumplen 200 años de su nacimiento.

Compartir:

Por Antonio Requeni.- Se ha dicho, con razón, que Bartolomé Mitre fue la figura histórica más completa que tuvo el país. Protagonista de primera fila de nuestro desarrollo como nación, fue no solo político y militar, sino también periodista, historiador, poeta, traductor y novelista.

Nació el 26 de junio de 1821 en Buenos Aires (en la actual esquina de Lavalle y Suipacha) y pasó parte de su infancia en Carmen de Patagones, donde creció en contacto con la vida del campo. La tiranía de Rosas obligó a su padre, Ambrosio Mitre, a exiliarse con su familia en Uruguay. La adolescencia y primera juventud del prócer durante el ostracismo uruguayo fue de enorme importancia. Allí inició su formación militar y dio las primeras pruebas de su vocación literaria. Había sido, desde la niñez, un gran lector. En Montevideo, su pasión por el conocimiento lo llevó a estudiar varios idiomas y lenguas aborígenes. Allí, además, se enamoró de Delfina de Vedia, que sería más tarde su esposa y compañera de toda la vida.

Ricardo Rojas, en su Historia de la literatura argentina, comentó: “De Montevideo salió poeta y soldado para ir a correr, adolescente todavía, la aventura de su largo batallar contra la tiranía”.

Muy joven comandó una batería de la línea fortificada de Montevideo, asediada por Oribe. También en la capital uruguaya, con solo 17 años colaboraba en El iniciador, periódico fundado por los proscritos en el que escribían Miguel Cané, Félix Frías, Andrés Lamas y Juan María Gutiérrez. Fue en la misma época cuando empezó a escribir sus primeros versos. Años después, en 1838, público Ecos de mi lira, que posteriormente amplió y refundió en Rimas, libro salido de la imprenta Casavalle en 1854.

Rimas, colección poética considerablemente aumentada por el autor en una nueva edición de 1891, consta de un extenso prefacio dirigido a Domingo Faustino Sarmiento, quien había manifestado su reticencia respecto del género poético. Ricardo Rojas escribió: “En aquella época en que Sarmiento y Alberdi preconizaban programas económicos y materiales, las Rimas de Mitre, en su prólogo y sus notas, fueron prestigiosa afirmación de que la nueva República necesitaba también de las glorias del arte”.

El libro se dividía en cuatro secciones: “Poemas patrióticos”, “Armonías de la pampa”, “Poesías diversas” y “Poesías familiares”, a las que se añadía el capítulo “Imitaciones y traducciones”. En la primera parte Mitre alude a episodios como la batalla de Sauce Grande y el Sitio de Montevideo; hay una elegía a Juan Lavalle y a otros mártires de la libertad y un himno al 25 de Mayo. Son interesantes los nostálgicos versos que dedica a Buenos Aires, a la que en aquellos momentos no podía regresar.

Cabe destacar que en el capítulo “Armonías de la pampa”, donde extraña su niñez campesina y los personajes y costumbres de aquel contorno bucólico, se refiere a Santos Vega. Mitre es el primero en abordar poéticamente la figura arquetípica de nuestra campaña que años después inspirará los versos de Hilario Ascasubi Rafael Obligado. Otras interesantes composiciones son las que describen el juego del pato, el caballo del gaucho y otros cuadros costumbristas que se adelantan a los temas de la posterior poesía gauchesca.

Entre las “Poesías diversas” y las “Poesías familiares “, de carácter más íntimo y sentimental, encontramos versos circunstanciales dedicados a sus amigos y otros tiernos, candorosos, para su hija recién nacida, Delfina. El libro concluye con traducciones de versos de Horacio, Lord Byron y Víctor Hugo. Contemporáneamente, Mitre escribió el relato “Memorias de un botón de rosa” y dos dramas teatrales de carácter histórico: “Policarpa Salavarrieta” y “Las cuatro épocas”. De esta última tenemos noticia por Juan Bautista Alberdi, que la cita en sus Escritos póstumos; allí afirma que la obra fue representada con éxito en Montevideo. Ninguna de estas obras literarias ha llegado hasta nosotros.

A los 26 años, Mitre continuó su exilio en Bolivia. Allí alcanzó el grado de teniente coronel, dirigió el Colegio Militar y siguió cultivando el periodismo y las letras. En la ciudad de La Paz escribió Soledad, una de las primeras novelas sudamericanas, precedida en la Argentina pocos años antes por Amalia, de José Mármol y La novia del hereje de Vicente Fidel LópezSoledad se publicó como folletín por entregas en el diario La Época, que Mitre dirigía, y luego, también como folletín, en El Comercio de Valparaíso. Como libro, la primera edición –de la que hay un único ejemplar en el Museo Mitre– apareció en 1847. Un editor chileno, Pedro Pablo Figueroa, la reeditó en 1907, ya fallecido el autor. Una nueva edición, en 1923, fue hecha por el Instituto de Literatura Argentina de la Facultas de Filosofía y Letras de Buenos Aires. Esta romántica novela es el único libro de Mitre en el que no hay elementos históricos sino específicamente ficcionales.

La historia, que transcurre en Bolivia en 1825, cuenta las peripecias sentimentales de Soledad, una muchacha de 19 años forzada por la familia a casarse con un hombre de 58 y enamorada de su primo Enrique, compañero de juegos en la infancia. Soledad lucha interiormente por lo que ella denomina “libertad del corazón “. Mitre dice: “La heroína es una mujer qué tiene un corazón y siente, tiene una inteligencia y piensa, que es débil como mujer algunas veces y cuya imaginación se descarría como criatura humana que es”. ¿No podría aplicarse este juicio a la Madame Bovary de Flaubert? La novela, a la que Mitre, en su madurez, no dio demasiada importancia, preanuncia otro relato clásico del romanticismo americano, María, de Jorge Isaac.

Tras estas creaciones juveniles, Mitre no volvió a cultivar la literatura de ficción, optando por su muy importante labor historiográfica y la traducción. No voy a detenerme en sus monumentales historias de San Martín y Belgrano. Son obras que participan de la literatura pero su finalidad es menos literaria que documental. Lo mismo puede decirse de la publicación de sus discursos, que revelan una insoslayable capacidad oratoria.

De regreso en Buenos Aires fue uno de los organizadores del Ejército Grande que venció a Rosas en Caseros, batalla en la que participó. En 1859 experimentó el revés de Cepeda y en 1861, el triunfo de Pavón; fue presidente en 1862, un año después fundó el Colegio Nacional de Buenos Aires y fue controvertido protagonista de la Guerra del Paraguay. En 1870 fundó el diario La Nación, una tribuna de doctrina. Será luego senador, embajador en Brasil y Paraguay, jefe del Partido Nacionalista y partícipe siempre de los avatares políticos del país.

Durante muchos de esos años consagró sus ocios (es increíble que haya podido tenerlos) a la traducción de la Divina Comedia. La labor fue interrumpida por algunos períodos, y finalmente retomada hasta ponerle término en 1891, cuando contaba 70 años. Después de varias correcciones, la edición definitiva vio la luz en 1897.

Cuando Mitre inició su versión de la magna obra de Dante, la más conocida era la del conde de Cheste, nombre con el que firmaba sus obras el militar y político –como él– Juan de la Pezuela, quien llegó a presidir la Real Academia Española desde 1877 hasta su muerte en 1906 (el mismo año de la muerte de Mitre). En el prólogo de su traducción, el argentino objetó el trabajo del Conde de Cheste. “Sin ser absolutamente infiel –dijo– es una versión contrahecha, remendona, cuya lectura es ingrata y ofende con frecuencia el buen gusto y el buen sentido”.

Tampoco la traducción de Mitre se vio exenta de críticas. Es conocida la cuarteta humorística de René Zapata Quesada : “En esta casa parduzca/ vive el traductor del Dante./ Apúrate caminante/ no sea que te traduzca”. Pero esas pullas, incluidas las de Borges, son a mi criterio injustas. Mitre logró la dificilísima empresa de trasvasar a nuestro idioma los tercetos dantescos en perfectos e impecables endecasílabos, sin traicionar el sentido del poema.

Mitre llegó a la ancianidad con una bien ganada aureola de patriarca, distinguido como miembro de academias e institutos de América y Europa. En 1901, al cumplir 80 años, rodeado de hijos y nietos, fue objeto de un verdadero jubileo cívico. El acontecimiento tuvo repercusión continental. Cinco años después, el 19 de enero de 1906, falleció en su casona de la calle San Martín.

El 12 de febrero último, el historiador Miguel Ángel de Marco escribió en las páginas de este diario palabras que pueden servir de colofón a esta semblanza: “Es justo que este año el país lo recuerde como uno de los fundadores de la Argentina moderna”.

El autor es miembro de la Academia Argentina de Letras y de la Academia Nacional de Periodismo. Fuente: https://www.lanacion.com.ar/ideas/

Compartir:

Deja una respuesta

Tu dirección de correo electrónico no será publicada. Los campos obligatorios están marcados con *