Los 100 días de Biden

Por Rodolfo Zehnder.- Contra todos los pronósticos, Biden demostró no ser un líder vacilante. Su misión, al asumir la presidencia, se resumió en cuatro verbos: reparar, restaurar, curar, construir. Y estos primeros 100 días abonan la afirmación de que lo está intentando con fuerza. De hecho, su popularidad va en contínuo aumento, llegando a tener un 55% de aprobación, en particular por su política frente a la pandemia (69%).
Estados Unidos vive hoy la mayor fractura social y política de su historia, y además de un fuerte malestar por la globalización, al punto que marca cierta insistencia por el proteccionismo, como Trump, rechazando el globalismo de Clinton y Obama. Está claro que EE.UU. es hoy una superpotencia en declinación, y Biden debe administrar dicho declive, evitar que se profundice, y tratar de que resurja de algún modo. En cierto modo, la de Biden es una administración de transición. En efecto, necesariamente se producirá un recambio generacional, pues difícilmente pueda aspirar -por razones de edad- a un segundo período presidencial. Además, se da una suerte de transición demográfica, en tanto la mayoría blanca va porcentualmente decreciendo. Por otra parte, en virtud de la actual pandemia se aceleró el desafío de nuevas formas de trabajo. Hay una transición energética también, dispuesto el país a prescindir cada vez más del petróleo en favor de fuentes alternativas. Y, por último, una transición marcada por el acelerado avance tecnológico.
En política interna, Biden implementó un Plan de Rescate: 1,9 millones de dólares en ayuda a los Gobiernos estatales y locales; en cheques directos a las familias (1.400 millones); en crédito fiscal por hijo, ampliado; en asistencia a pequeñas empresas; y ampliando la compensación por desempleo. Creó un Plan de Empleo: un paquete de infraestructura que aportará 2 billones de dólares para la construcción y refacción de puentes, carreteras, aeropuertos, redes de agua potable y de luz, y servicio de banda ancha. Ha lanzado un Plan de la Familia Estadounidense, destinando recursos a la educación y cuidado de los niños (1,8 billones). Planea invertir 400.000 millones en atención médica domiciliaria. Los recursos se obtendrán de una reforma tributaria, aumentando los impuestos de las grandes empresas, en especial el de ganancias.
Encaró la pandemia de Covid con decidido éxito, mediante un eficiente plan de vacunación. Mientras Trump pretendía minimizar la intervención del Gobierno central, dejándolo librado a los 50 Estados, Biden asumió el desafío de distribuir las vacunas y supervisar los suministros; había prometido para abril entregar 100 millones de vacunas, y ya entregó 200 millones, al punto que ya arribó a un estado de exceso.
En sintonía con su preocupación por las cuestiones de género, e igualdad racial, impulsadas en particular por su vicepresidente, estableció un Consejo de Política de Género, y no trepidó en desprenderse de funcionarios que habían incurrido desaprensivamente en expresiones verbales seudo machistas.
En materia energética retornó al Acuerdo de París, hecho significativo que marca su preocupación por la cuestión medioambiental; y plantea invertir decenas de miles de millones de dólares en la construcción de una “economía verde” para respaldar su objetivo de un recorte abrupto (hasta un 52%) de las emisiones de carbono para 2030.
En política migratoria, revocó los decretos de Trump que limitaban la inmigración y justificaban la separación de las familias en la frontera sur. Y si bien en un principio se había negado a aumentar el límite de 15.000 entradas de refugiados por el presente año fiscal, bien pronto dio marcha atrás y prometió aumentar dicho límite, demostrando mayor sensibilidad. De todos modos, su política aquí es controlar el flujo migratorio, pero no sólo con medidas restrictivas (mucho más flexibles que las de Trump) sino propiciando que los países de América Central y Méjico creen las condiciones como para que sus poblaciones no se vean obligadas a emigrar; tal el objetivo de la vice-presidenta Kamala Harris en su reciente visita a Guatemala.
Particularmente sensible a los rechazos que genera la represión policial de tumultos, Biden encarará un plan de reforma de la institución policial, y de un efectivo control de armas, cuya masiva utilización no dudó en calificar como una “vergüenza” a nivel internacional; si bien para ello deberá contar con el apoyo del Congreso, prácticamente dividido por partes iguales entre demócratas y republicanos.
Mientras que Reagan y su sucesor republicano (Bush) planteaba “El problema es el gobierno”, Biden entiende que es una parte fundamental de la solución, y de ahí su política proactiva en los distintos frentes.
En política exterior, recordemos que Biden es un hombre del establishment, convencional; un internacionalista (al revés de Trump, que era un outsider confrontativo), con fuertes contactos internacionales, y que plantea un regreso a la diplomacia profesional, la que tanto había despreciado Trump. El principal eje de la política exterior de Biden es el ascenso de China como competidor y sobre ello gira su principal política. Biden considera que China está decidida a desplazar en todo lo posible a EE.UU., y que el crecimiento económico chino es el sustento de su régimen autoritario. Para mayor complicación, la postura a adoptar frente a ello divide a los aliados de EE.UU., desde posturas más rígidas (Reino Unido) a más flexibles (Francia y Alemania).
Biden planteó el antagonismo entre democracia y autocracia a nivel mundial, y en ese espíritu debe leerse su calificación de Putin como asesino, expresión vertida sólo para el consumo interno, y en función de la sospecha -ya una convicción- compartida por demócratas y republicanos sobre la injerencia rusa en las elecciones y hackeo cibernético.
Biden intentará consolidar la estructura de cooperación internacional, que había abandonado Trump; estrategia algo retrasada por las exigencias internas de la vacunación. Incluso ha iniciado gestiones extraoficiales para reactualizar el acuerdo nuclear con Irán. Está claro que Biden tratará de recuperar la pérdida de credibilidad que sufrió EE.UU. en el mundo merced a la política de Trump, y al multilateralismo que tuvo a EE.UU. como su principal mentor.
La relación con Rusia es particularmente difícil, en particular por la situación de Ucrania y la expansión de la OTAN. De todas maneras, Biden no la considera el principal adversario, sino a China. Washington no cree que la situación de Ucrania desemboque en un conflicto armado, y de hecho ha comenzado la retirada de las tropas rusas de la frontera, si bien el conflicto subsiste y es de pronóstico incierto. De todos modos, tratará de mejorar la hoy por hoy fría y distante relación con Rusia (ambos países expulsaron recientemente a varios diplomáticos e intercambiaron sanciones económicas) y de evitar que ésta incremente su relación con China (el reciente acuerdo ruso-chino genera preocupación) y su inserción en América Latina, la cual hasta ahora es bastante menor a la que representa China y su flujo de inversiones en esta área.
Con respecto a América Latina, no hay en la Casa Blanca una política puntual como tal, porque el interés central está puesto en China y Asia en general. Brasil no está por el momento en el centro geopolítico de Washington, al menos mientras presida Bolsonaro. La última gira de Juan González no lo incluyó, pero sí a Colombia, Uruguay y Argentina. En cuanto a Venezuela, no hay una hoja de ruta especial, sino cierto grado de indefinición, a resultas de lo que vaya ocurriendo, y sin perjuicio de que Washington tiene claro que Maduro es un dictador y que existen flagrantes violaciones a los derechos humanos, como lo señalara Naciones Unidas. Con Méjico existe una tensión particular, en el campo de las migraciones y en el energético, en tanto Méjico apuesta al petróleo y EE.UU. marcha por el camino contrario, al par que presiona para que Méjico cumpla con las exigencias medio ambientales que éste no está dispuesto a hacer.
Biden, que en su momento se opuso a la guerra de Vietnam, produjo en estos días un hecho auspicioso, al reconocer como tal el genocidio armenio perpetrado por Turquía a principios del siglo 20, férreamente negado por ésta. Decidió también el completo retiro de las tropas en Afganistán.
En el Partido Demócrata conviven moderados y progresistas. No está claro si esa transición o recambio generacional favorecerá a uno u otro. El ala progresista pugna por una “economía verde”, un nuevo trato social. La mayoría del equipo de gobierno es joven y progresista, al igual que en el Congreso. Pero esta presunta preponderancia del ala progresista contrasta con algunas políticas internas de Biden quien, al igual que Obama, está otorgándoles muchas concesiones a los republicanos, en aras de poder gobernar.
En política exterior hay un equipo compacto, que lleva adelante una política de restauración, que apunta a la “paciencia estratégica”. O sea que en este campo Biden no representa un nuevo paradigma, si bien en política interior sí. El ala progresista pugna por un retorno de todas las tropas de EE.UU. en el exterior, pero a la vez por incrementar el soft power.
EE.UU. vive una sensación de alivio, tras la etapa disruptiva de Trump. Hay una sensación de cambio de era pero sin demasiado optimismo (al contrario de lo que sucedía cuando asumieron Clinton y Obama). Se trata de revertir daños y cambiar de rumbo, volver al escenario de organizaciones mundiales, a recuperar la confianza en los aliados y aún entre los opositores. Biden triunfó en las elecciones, pero se trató de un triunfo electoral con conflictividad social (al contrario de lo que sucedió cuando ganaron Roosevelt y Reagan). Se verifica en EE.UU. una ruptura del pacto social establecido en el siglo 20. Los estadounidenses comienzan a cuestionar la fortaleza y credibilidad de ese pacto, tanto en lo económico como en lo político, o sea tanto del modelo económico como de la democracia misma. Y ése es el mayor desafío para Biden.

El autor es docente universitario de Derecho Internacional Público; miembro del Consejo Argentino para las Relaciones Internacionales y de la Asociación Argentina de Derecho Internacional. Fuente: https://diariocastellanos.com.ar/

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