La fábrica de pianos «La primera» constituyó un emblema para Pilar

Este emprendimiento artesanal funcionó durante 53 años: de 1939 a 1992, vendiendo pianos en Argentina y en el exterior. En su esplendor fabricaban 1.200 instrumentos por año y ocupó a 230 empleados. El cambio de conducción, la crisis económica y la importación fueron la debacle para su posterior cierre.

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Por Emilio Grande (h.). Como lo indica su nombre, «La primera SA» fue la primera fábrica de pianos de la Argentina y Sudamérica, emplazada en la vecina localidad de Pilar, a 38 kilómetros de Rafaela, la que funcionó desde 1939 a 1992.

El objetivo planteado originalmente fue retener en la zona mano de obra, y al mismo tiempo, evitar el éxodo y el desarraigo, dos problemas del interior del país, profundi­zados por la clausura del molino harinero «Estela» y el cierre de los talleres ferroviarios de Pilar. Entonces el cura párroco Venancio Cruz, el maestro Máximo Manetti (director de la escuela primaria), los vecinos Antonio Tebernier, Francisco Pochettino, Silvio Levri­no, Sebastián Miloni, Domingo Oliva y el Dr. Lépore, proyectaron la creación de otra fuente laboral para la comunidad pilarense.

Las gestiones realizadas llegaron a buen puerto, convenciendo a un artesano santafesino para que se radicara en Pilar. Se trataba del constructor de pianos José María Alcaide, quien fue convocado como director técnico para sumarse a este emprendimiento que empezó a funcionar el 2 de octubre de 1939, siendo impulsado por el mencionado Pochettino, quien fue presidente del primer directorio. Los trabajadores se convirtieron en accionistas y aportaron sus ahorros para capitalizar los primeros pasos de «La Primera».

Con el paso del tiempo, la producción fue de menor a mayor: de 24 por año al principio, entre 1961 y 1966 llegó a terminar 1.200 instrumentos anuales, bajando a 600 en 1976 (ese año Pilar cumplió su primer centenario). En su auge, llegó a dar trabajo a 230 personas y su planta fabril cubría 6.290 metros cuadrados.

«Acá se hacía todo, inclusive los armazones de fundición, que estaban a cargo de la familia Gatti, que comenzó siendo una subsidiaria de La Primera y hoy es la principal fuente de trabajo de Pilar», contó Herison Chio­sso, quien fue operario durante más de 38 años.

Y agregó: «La fábrica se dividía en distintas secciones: la carpintería gruesa, la herrería (donde se hacía el matrizado de clavijas y la perforación del armazón), la de armado de los puentes y la caja armónica, la carpintería, la de encordado (donde se construían las bordonas del piano, con el acero y el cobre), la de enchapado (donde se le ponía el traje a la madera) y la de rearmado en un sector. En otro estaban los que fabricaban las máquinas, las perforaciones de los mecanismos, el teclado, le daban el lustre y el terminado. También se hacía la afinación, que dejaba los pianos listos para que se pudieran tocar».

Se vendían con la marca Burmeister en distintos lugares de nuestro país: Casa Colombo de Rafaela, Canale Hnos. de Córdoba, Pianolandia de Mendoza, Establecimiento Musical Paneli de Bahía Blanca, Casa Soprano y Antigua Casa Núñez de Buenos Aires, Inlawer de Eldorado (Misiones), Casa Alvarez de Santa Fe, entre otros, como así también exportaron a Suiza (1969), Italia (1974), Venezuela, Perú, Ecuador, Paraguay y Bolivia.

En la década 70 del siglo comenzaron también a fabricar muebles y 1986 llegaron a fabricar guitarras y órganos eléctricos. El cambio de costumbres en la sociedad y la aparición del órgano electrónico, comenzaron a tener un impacto negativo en la fabricación, venta y uso de pianos.

Descenso de la producción

«Año a año nos vamos sacrificando más en la producción, en los elementos que tenemos. En esta fábrica se hacían 110 pianos mensuales. Pero allá en el 80 comenzamos a bajar la producción ya que no había casi ventas: la gente de la república había perdido su poder adquisitivo. Y así llegamos a esta época donde cada vez las ventas son menores. Hace 8 meses que no se vende un piano en una casa de música. Nos mantenemos con un plan de ahorro para vender el piano en 40 cuotas mensuales. Mientras tanto, hacemos otras cosas como taburetes, banquetas o juegos de living. Pero hemos bajado otra vez la producción de pianos, que ahora anda en los 22 o 23 mensuales», graficó el entonces gerente de la empresa Manuel Feijóo en 1986.

En la misma línea de pensamiento opinó ese año el ex carpintero José Imseng: «cuando comencé aquí se hacían entre 107 y 110 pianos por mes y había 230 obreros. Hoy no sé si llegamos a 70 piano»».

Las miles de piezas que lleva en su interior un piano requieren cientos de manos habilidosas, años de entrenamiento y una distribución del trabajo, donde cada parte de este musical rompecabez encaje perfectamente.

«La afinación es la sincronización de los sonidos, de la música. Se empieza la afinación con un diapasón que nos da la nota la, para después ir haciéndolo todo a oído. Se hace la repartición en el centro del piano, luego se desplaza a los bajos y finalmente a los tiples o agudos. La afinación del piano es como un buen vino: lleva su tiempo. Nosotros aquí en la fábrica le damos cinco o seis afinaciones, pero la última es en la casa de música o en el hogar. Yo tuve a Elvio Weppler, maestro de maestros de afinado­res. Hace 32 años que trabajo acá. Empecé haciendo el encordado del piano y hoy hace 24 años que hago la afinación. Y la hago con mucho cariño, con mucho amor, con toda la dedicación, porque quiero al piano. Me gusta, me gusta la música del piano. Tengo una vida, mi vida, dentro de la fábrica y quiera Dios que pueda llegar a jubilarme dentro de ella», confesó Juan Carlos Kinzel.

En el libro de visitas de la empresa firmaron el músico tanguero Lucio Demare, Los Hermanos Ábalos (grupo folklórico de Santiago del Estero), el pianista Príncipe Ka­len­der (su nombre originario era Marcello Boa­sso, nacido en la ciudad italiana de Torino y luego radicado en Argentina), el músico Feliciano Bru­nelli (nació en la ciudad francesa de Marsella, luego su familia vino a nuestro país para establecerse en Rafaela y después él se radicó en Buenos Aires), la poetisa chilena Gabriela Mistral, entre otros.
En los últimos años, la mayor parte de las acciones fue transferida a la firma nacional Burmeis­ter-Lamberghini. El cierre definitivo se produjo en marzo de 1992 por mala administración, el contexto de crisis económica de la Argentina y el ingreso de pianos rusos de una calidad inferior.

«Hace unos días falleció mi papá Miguel. Tengo cantidades de historias y anécdotas de la fábrica de pianos porque fue un emblema de nuestro pueblo, como la fábrica de raquetas Béliz, que usó Guillermo Vilas en 1976. Cuando el pueblo era muy pujante y llegaba a casi 10.000 habitantes, después vino la decadencia y una de las fábricas que cerró fue la de pianos, que tenía un trabajo artesanal de los empleados. Mi papá entró con 17 años, trabajó 21 años y pudo hacer sus estudios de maestro carpintero», testimonió Ga­briel Ronchino ante la consulta de este cronista. El citado fue el motivador para investigar esta atrapante historia, quien nació en Pilar y hace 15 años está radicado en Josefina.

Hoy el edificio de «La Primera» espera una explicación de la historia frustrada porque lamentablemente no pudo continuar tocando la música afinada de sus pianos, los que están dispersos por tantas latitudes de Argentina y el mundo…

Fue publicado en diario Castellanos de Rafaela, 8 de mayo de 2020. Fuentes consultadas: Historias de la Argentina secreta, colección documental, fascículo 11 «Pilar: un pueblo de pianos» (1986); Gabriela Redero en diario El Litoral de Santa Fe (19 de noviembre de 2000); infomercury.medios.com.ar; Fernando Algaba en diario La Opinión (26-27 de junio de 2012).

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