El tiempo de la doble presidencia ya empezó

No se necesitan, en fin, dos presidentes para vislumbrar el porvenir de la prensa: su vida será, más o menos, la misma que la de los últimos años.

Por Joaquín Morales Solá

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La política argentina vive días de dos presidentes. Hoy por hoy y, al menos, hasta dentro de una semana, Cristina Kirchner tiene tanto poder como Néstor Kirchner. Con destellos casi imperceptibles de nostalgia, el presidente actual va dejando su lugar de cuatro años y medio; se acomoda lentamente al fugitivo doble comando del gobierno y se prepara para despedirse dentro de muy poco del boato que arrulla a los jefes de Estado. La presidenta electa se mueve, a su vez, con la impronta de los nuevos conquistadores; no hay signos visibles en ella de nostalgias ni de adioses.

La agenda política y la del Estado son virtualmente compartidas por los dos. La secuencia de figuras dobles se reproduce en toda la administración donde hubo cambios de ministro. Miguel Peirano y Martín Lousteau, por ejemplo, andan juntos todo el día y juntos reciben a empresarios y funcionarios. ¿Qué decisión, al fin y al cabo, podría tomar un ministro de Economía que no tuviera repercusiones más allá del 10 de diciembre? Ninguna.

Hasta los periodistas han sido otra vez colocados en la furiosa batidora del oficialismo por los dos tiempos que se superponen. La propia presidenta electa se ocupó de la prensa, sin equidad, cuando insinuó que se ocupaba sólo de la corrupción de los políticos y no de la de los empresarios. ¿Puede, acaso, existir una sin la otra, salvo alguna excepción en la que tales vergüenzas se encerraron exclusivamente en el Estado? Su hombre de confianza, el jefe de Gabinete, Alberto Fernández, continuó luego con el zarandeo periodístico, también en un recinto parlamentario.

No se necesitan, en fin, dos presidentes para vislumbrar el porvenir de la prensa: su vida será, más o menos, la misma que la de los últimos años.

En otros planos, la vida cambiará. La futura jefa del Estado recibió a los máximos jefes militares aun antes de asumir sus funciones. En condiciones distintas, es cierto, su esposo demoró un año en verles la cara a los comandantes castrenses que él mismo había nombrado. Otra diferencia de circunstancias marcó esa reunión de Cristina Kirchner; esta vez los recibió a los militares para darles la buena noticia de que se quedarán en sus cargos.

Resolvió, así, pulverizar en el acto un rumor que enfrentaba a la ministra de Defensa, Nilda Garré, con el jefe del Ejército, Roberto Bendini. Ese murmullo sucedió luego de que Garré relevara a un general, el jefe de Inteligencia de esa fuerza, Osvaldo Montero, por presuntos actos de conspiración para colocar al frente de Defensa a Aníbal Fernández.

La presidenta electa entrevió que ahí se ventilaba un conflicto casi personal entre Garré y Bendini, y decidió encerrar la cuestión en el ámbito de ese ministerio. Bendini es amigo personal de los Kirchner desde que todos ellos vivían en la inhóspita capital de Santa Cruz. Una cosa quedó clara: la cabeza de ese jefe militar no la cortará Garré por más ratificación que haya recibido como ministra.

Aníbal Fernández debió hacerse cargo, mientras tanto, de la inculpación más injusta que recibió en su vida. Testimonios recogidos en la cima aseguran que el ministro suplicó siempre que no lo destinaran al Ministerio de Defensa, porque sencillamente no sabe nada de uniformados ni de reglamentos ni de proyectos militares. El ministro del Interior es un político aguerrido al que le gusta la dura pelea en la escabrosa cancha de la vida pública. En Defensa debería callar para siempre. Fernández preferiría seguramente renunciar a la política si no tuviera enfrente a Carrió, a Macri y a los periodistas, y si, además, debiera atender sólo a los disciplinados militares.

Hay, de cualquier forma, un derroche de energías políticas. En un país donde los militares fueron un instrumento inseparable del poder y de los complots durante casi 60 años, carece de entidad política y de volumen institucional una supuesta conspiración para trasladar de ministerio a un político. Hasta las conspiraciones necesitan de cierta estética.

Néstor Kirchner les pidió a los petroleros que aumentaran las inversiones una semana después de que los despojó de gran parte de sus ganancias por los precios del petróleo. El designado ministro de Economía, Lousteau, esbozó una teoría según la cual las retenciones le vienen bien a la industrialización del país, porque las manufacturas industriales no sufren las retenciones que afectan a los productos primarios.

Hasta esas heterodoxias podrían analizarse dialogando con empresarios de los distintos rubros. El problema consiste en que el vistoso argumento del saqueo sucede después del saqueo. Sin diálogo y sin acuerdos, los productores están en condiciones de preguntarse si no les aplicarán nuevas e inopinadas retenciones en cuanto empiecen a vender buenas cantidades de aceite de soja y no sólo soja.

Cristina Kirchner podría inaugurar otros cambios. Hace poco, en una reunión con importantes empresarios extranjeros de servicios públicos, les anunció a éstos que las diferencias de ellos con sus funcionarios se explayarán delante de la presidenta, en encuentros que congregarán a todos los involucrados. Una manera de exorcizar las intrigas de palacio que enloquecieron la vida de los empresarios.

En ese contexto, la permanencia de Guillermo Moreno en el cargo clave de secretario de Comercio Interior asegura la continuidad de una política con pocos atributos, aunque puede perder cierta influencia; el eje de su poder pasa por ser el interlocutor oficial, único y final, con los empresarios. Lousteau ha desentonado con Peirano, es verdad, y encontró en Moreno la expresión corporal de su declamado keynesianismo. Se puede ser keynesiano sin hacer del maltrato un arte.

De todos modos, la mejor noticia que les llegó a los dos presidentes en las últimas horas se refirió a los progresos en Madrid para la compra del 25 por ciento de las acciones de YPF por parte del empresario argentino Enrique Ezkenazi. Repsol decidió la venta de esa parte de su paquete accionario a un grupo argentino para teñir la petrolera argentina de cierto localismo y mejorar su relación con el Gobierno y con la sociedad de aquí. La novedad es que el ministro de Planificación, Julio De Vido, el verdugo de algunos petroleros, no participa de esa operación.

El presidente de Repsol, Antonio Brufau, se reunió antes con otros empresarios petroleros argentinos para explorar la posibilidad de esa venta, pero no hubo coincidencias ni sintonía. Decidió no hacer ningún negocio con ellos. Estos también habían llegado de la mano del Gobierno. Aquí y en Madrid, Brufau comentó más tarde, en cambio, que su impresión de Ezkenazi había sido inmejorable. Usó en ambos lados del Atlántico la misma metáfora: Respiramos el mismo aire . Brufau se convirtió, así, en el mejor promotor de la operación con los Ezkenazi.

La propia Repsol, dijeron fuentes políticas en Madrid, gestionó una porción del financiamiento de la compra por parte de la familia Ezkenazi, que chocó con obstáculos por la volatilidad última de los mercados bursátiles del mundo. Bancos españoles ingresaron en el negocio. Brufau y Ezkenazi saben que sus acuerdos serán examinados por la Bolsa de Nueva York y por el gobierno español en pleno. El periodista Ernesto Ekaizer informó en el diario español El País que los progresos actuales se resolvieron en una reunión de los dos presidentes argentinos con el jefe del gobierno de España, Rodríguez Zapatero, el 10 de noviembre último, en Olivos. Hubo un invitado secreto al encuentro: el propio Brufau.

La tertulia de Olivos fue urdida por dos políticos con experiencia: los embajadores en Buenos Aires y en Madrid, el español Rafael Estrella y el argentino Carlos Bettini. Estrella es un hombre de la confianza personal de Rodríguez Zapatero, y Bettini fue compañero de Cristina Kirchner en tiempos de la universidad compartida.

La relación global con España podría también empezar a encarrilarse. Cristina Kirchner valora ese país quizá más que su esposo; de hecho, almorzará con el líder de la oposición española, Mariano Rajoy, tres días después de asumir. ¿Por qué? ¿El rey Juan Carlos le dijo algo que nadie sabe? Nunca se deben hacer comentarios sobre lo que dicen los reyes. La presidenta electa frena así, en seco, a cualquier impertinente. El otro presidente sólo observa las imágenes de cosas que para él ya han sido.

Fuente: diario La Nación, Buenos Aires, 2 de diciembre de 2007.

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