El legado de Milan Kundera

Su prosa como escritor es clara, los personajes se definen por sus actos, el paisaje tiene algo frío. ¿Por qué era un narcisista?

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Por Ricardo Miguel Fessia.- «¡El optimismo es el opio del pueblo! Cualquier atmósfera saludable apesta! ¡Viva Trotsky!», escribió Kundera en el punto clave de “La broma”, su primera novela conocida en 1968 y en esas tres frases, que, en efecto, eran una broma que se dirigía a la tragedia, ya anunció toda su literatura.

Hijo del pianista y musicólogo Ludvik Kundera, nació en Brno el 1 de abril de 1929 las vicisitudes políticas marcaron su juventud, obligándole a interrumpir sus estudios o su labor docente. Esa influencia paterna lo llevó a estudiar musicología y composición musical, que si bien no se dedicaría a ello, se observan las influencias y referencias a la música a lo largo de su obra literaria.

Luego de perder su trabajo en el Instituto Cinematográfico de Praga, fue desde 1975 profesor visitante en la Universidad de Rennes; en 1979 fue privado de la ciudadanía checa y se estableció en Francia. El comunismo le explicó en el único lenguaje que conoce lo que significa la disidencia y el pensar que existe otra posibilidad. Adoptó la nacionalidad francesa en 1981 y, entre 1985 y 1987, revisó personalmente una traducción integral de su obra novelística al francés; a excepción de las iniciales, la mayor parte de sus obras aparecieron primero en francés y luego en checo. Después de unos inicios poéticos caracterizados por la adhesión, en algunos casos polémica, a los sueños de la nueva generación comunista de después del 48 (“El último mayo”, 1955), se orientó definitivamente hacia la narrativa.

Toda su producción ulterior no fue sino una sistemática desmitificación de los mitos de su generación y de la izquierda checa y europea en general, operada valiéndose de las más refinadas técnicas que la evolución de la novela ponía a su disposición (polifonía, alternancia de narradores, cruce de crónica y disertación filosófica), insertadas en un discurso musical con variaciones sobre el tema, recurrencia de un mismo motivo, contrapuntos de motivos distintos, en un continuo fluctuar entre la realidad física de los hechos y la realidad ficticia de los personajes, entre historia y novela.

La prosa es clara, los personajes se definen por sus actos, el paisaje tiene algo frío. Tomás y Teresa están en el recuerdo de cualquier lector de “La insoportable levedad del ser”, por más años que hayan pasado, son un mito de amor verdadero pero infeliz, contradictorio y en parte autodestructivo. Tomás era un hombre encantador e inteligente pero también un mujeriego y Teresa, la conciencia crítica de la novela, intentaba entender por qué. ¿Por qué era un narcisista? ¿Por qué en la intimidad de los amantes encontraba un espacio de moralidad en el que no podían entrar los odiosos comisarios políticos ni el sentimentalismo kitsch? ¿Por qué era su forma de hacerse daño a sí mismo?

“La insoportable levedad del ser” era a la vez una novela erótica y filosófica. Llegó en el mismo año que “El nombre de la rosa”, de Umberto Eco, y entre los dos libros quedó definida una forma de rebeldía solitaria, irónica y apolítica propia del fin del siglo pasado. Después de “La insoportable levedad del ser” y de un libro más de relatos que tituló “La inmortalidad”, Kundera abandonó el idioma checo por el francés e inició la segunda mitad de su carrera. En esos años, el mundo del que se había burlado, el de las repúblicas populares del este de Europa, se rompió, y sus anfitriones occidentales buscaron en él una guía con la que entender aquel momento. Su respuesta consistió en rebelarse contra esa demanda y en escribir en un plano cada vez más abstracto sobre la naturaleza humana. La inmortalidad, por ejemplo, era un ensayo sobre el cuerpo expresado en una sucesión de viñetas más o menos impresionistas. Sólo en “La ignorancia”, Kundera abordó el trauma de dos exiliados checos que se enfrentaban al regreso a casa y hallaban en el sexo, como no, una manera de dar sentido a su melancolía.

Siguió escribiendo hasta 2013 y después su voz se fue apagando. Como no daba entrevistas, nunca sabremos si se sintió un poco anacrónico en su última década de vida, en los años en los que el mundo volvió al énfasis y el moralismo. Si sus lectores lo olvidaron, le deben un desagravio. Anoche, muy tarde corrió la noticia del final de Milan Kundera.

El autor es rafaelino, radicado en la ciudad de Santa Fe. Abogado, profesor titular ordinario en la UNL, funcionario judicial, ensayista.

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