Por María Herminia Grande.- Esta semana se cumple un año de la era Francisco, ese obispo sencillo e inteligente que abrazó el Evangelio dando testimonio de ello en cada acto. En sus primeros 365 días de papado nunca dejó de sorprender. Tal vez Bergoglio no termine de entender por qué sorprende al mundo haciendo lo que debe: no mentir, no robar, amar a Dios por sobre todas las cosas y amar a un hermano como a sí mismo. Llegó al Vaticano en momentos en donde la feligresía católica se distanciaba día a día, no sólo de la práctica religiosa sino de su propia fe. No faltaron elementos para justificar tal distanciamiento dado que actitudes de hombres que decían representar a Dios producían tal efecto. Sacerdotes y obispos pederastas, sacerdotes y obispos ricos entre pobres, el banco Ambrosiano. Podríamos decir que Francisco llegó al sillón de Pedro en momentos donde la credibilidad del catolicismo se desbarrancaba. Sin perder la alegría, el Papa jesuita que abrazó a Francisco marcó los temas más profundos. Aquella preocupación evidenciada en 2007 en Aparecida: “Los pobres sobran”, se manifestó nuevamente cuando dijo que “el Episcopado no es para sí, sino para la Iglesia, para la grey, para los demás, pero sobre todo para quienes para el mundo son descartables”. Durante este año también puso en agenda temas que permanecían bajo llave: la homosexualidad, los divorciados vueltos a casar, la importancia de la mujer en la iglesia; y por otro lado se convirtió en el gran “fabricante” de sacerdotes y obispos que llevan su sello: vivir de acuerdo a la fe que se profesa. Sus pastores tienen que estar al servicio de su comunidad, dispuestos a todo sacrificio por los necesitados y deben vivir como les indicó en junio del año pasado: de una manera simple y humilde. Cuando el Papa designa a nuevos obispos está buscando constituir el mejor equipo para el gran desafío cual es, restañar la credibilidad perdida para propios y ajenos. Para con los católicos debe lograr su vuelta a casa. Para quienes no comparten su fe, el respeto.

Al escribir estas breves líneas sobre el papa Francisco me resulta imposible no asociar su conducta y su acción política evangélica con la política terrenal argentina. Sin lugar a dudas Argentina podrá volver a ser una patria justa, si desde la política quien pretenda gobernarnos, da muestra con su propia actitud de simpleza, entrega, servicio y humildad. También es necesario que seleccione a su equipo de colaboradores teniendo en cuenta estas características. Y ese equipo debe dar cuenta con su accionar que está trabajando por quienes sobran, por quienes son descartables. Parafraseando al papa Francisco cuando dice que no quiere obispos de aeropuerto, ni obispos con psicología de príncipe, tampoco obispos “mánager” o CEO; se necesitan políticos que caminen el barrio, que estén en el ómnibus o en el taxi cuando arrecian las balas, que visiten las fábricas, que vayan a las villas miserias, que concurran por las noches a los hospitales, que recorran las calles a bordo de un patrullero, que su vida y su accionar sean creíbles. La política tampoco necesita de mánager, gerentes o CEO, la política necesita hombres y mujeres comprometidos con los valores.

En definitiva, nuestra política argentina necesita encontrar en sus representantes políticos alguien que, como dijo Michelle Bachellet en su discurso de asunción, represente la urgencia de millones de personas. Los políticos deben sorprender a la sociedad que sólo les pide que hagan lo que deben: no mentir, no robar, amar al otro como a uno mismo.

Hoy tenemos una sociedad dividida donde los que pudieron tener familia, valores, comida y educación, deben hacer el esfuerzo de abrazar la política del cambio. La propia sociedad alberga en su cuerpo un porcentaje importante de personas que no han crecido en familia, que no han sido educados en valores, que han vivido la escasez de la comida. Es sobre este sector, peligrosamente huérfano, donde el Estado, la política y la sociedad deben coincidir para lograr la reorganización de este presente con una desbocada comunidad (¿alguna vez hemos visto cómo tiran con naturalidad a un hombre discapacitado desde un puente como sucedió en Avellaneda?).

No dejo de mirar con atención los esfuerzos de la intendenta Fein ante la realidad del narcotráfico. Esta semana se reunió en Buenos Aires con la ministra de Seguridad de la Nación, María Cecilia Rodríguez, con quien recorrió lugares donde trabaja la policía comunitaria. Quiero al respecto, recordar lo que el doctor Alberto Binder, jurista y especialista en sistema de seguridad, hombre de consulta del socialismo, me dijo el 26 de enero de 2013 a propósito del anuncio que la propia intendenta hacía sobre el sistema de policía comunitaria para barrios con problemas graves de seguridad: “Los municipios tienen que cambiar fuertemente, yo creo mucho en la policía municipal, pero ésta no puede resolver los problemas que son muy graves. Si usted tiene un barrio en el que se instaló una mini banda de droga, eso no es un problema de policía municipal, ahí intervienen la investigación provincial y federal, lo municipal necesita otro tipo de trabajo o para resolver otros problemas. Pero el delito duro no lo resuelve la policía municipal, sino otras áreas de la policía que es, donde insisto, no se están resolviendo bien las cosas. Porque no es tan sencillo, porque si la cosa fuera poner 20 policías en un barrio tendrían que ser muy tontos los políticos para no hacerlo o la misma policía. El problema es que las bandas cambian de lugares, tienen redes, no es tan simple en ese sentido. Pero esto se hace con capacidad de investigación y al mismo tiempo en que uno tiene logros en la desarticulación de esos mercados, va entrando a otras áreas del Estado para evitar que se reproduzca, esto implica una tenacidad y una consistencia en el trabajo que hace rato que no tenemos”.

Fuente: diario El Ciudadano, Rosario, 15 de marzo de 2014.

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