«El diálogo es la única idea que nos puede salvar, todo lo demás falló»

El reconocido director, creador de la Divan Orchestra, Daniel Barenboim habla de las trabas para la paz en Medio Oriente, la herencia de violencia y odio en la región, y de su relación «emocional» con la Argentina.

Por Laura Lucchini (Milán)

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MILÁN, Italia (Por Laura Lucchini).- En la recepción del Grand Hotel Et de Milán el pasado domingo por la tarde, una voz corre entre camareros y azafatas: «Hoy el maestro está de muy mal humor», advierten. Pasaron unos pocos minutos después de la una cuando Daniel Barenboim baja de su habitación con un elegante traje de pana marrón. Casi de inmediato desmiente los rumores que lo precedieron y con entusiasmo invita a esta cronista a comer. Se muestra atento y accesible. Su desbordante carisma y magnetismo contagian a las mesas vecinas. A las tres, esa misma tarde, dirige el Sigfrido de Wagner en el cercano Teatro alla Scala y se queda hablando hasta el último minuto. Nacido en Buenos Aires en 1942, de padres judíos de origen ruso, Barenboim celebra pasado mañana sus 70 años. Es un artista y un intelectual comprometido, tiene ciudadanía argentina, española, israelí y palestina. Es pianista y director de la Staatskapelle de Berlín. Ha ganado un sinfín de premios, menciones y reconocimientos. Aun así, considera su famosa West-Eastern Divan Orchestra «lo más importante que hago». De hecho, se trata de un proyecto único de apuesta por la paz, en el que árabes, israelíes y españoles acercan sus culturas bajo la dirección del maestro. Su arte conmueve al espectador, pero su desafío va más allá de la música para proponer a Medio Oriente y al mundo un modelo de diálogo y paz. Barenboim admite en el curso de la entrevista que en la actualidad la realidad del conflicto árabe-israelí no podría estar más lejos de la que él considera la única solución posible. Está al tanto de las polémicas negociaciones entre Irán y la Argentina, pero no lo suficiente como para opinar, según explica. Y lo mismo vale para otras cuestiones del orden nacional. Se queja en general de la falta de cultura musical, que considera más grave que la crisis económica: «Cambiar esto es nuestro desafío en este siglo». De la Argentina confiesa conservar costumbres cotidianas y una conexión «emocional». Terminada la entrevista se encamina directamente a dirigir la ópera, andando bajo la lluvia con su habano prendido. -El 15 de noviembre cumple usted 70 años. Parece buen momento para hacer cuentas. Entre tantos reconocimientos, honores y premios, ¿cuál es el logro que más lo enorgullece? -Ninguno. El reconocimiento o la fama no debe ser otra cosa que un impulso más para hacer lo que uno considera importante, interesante o divertido. Me da mucha, mucha alegría y satisfacción que lo que llevo haciendo hace tantos años tiene su reconocimiento, sigo asombrado y naturalmente alegre del hecho de que la gente viene a mis conciertos y me quiere escuchar. Este sábado [por ayer] tocaré en Viena, exactamente 60 años después de mi primer concierto allí. Que la gente venga me llena de alegría y de asombro. Lo digo sin falsa modestia. Nuestro mundo tiene cada vez memoria más corta. -Cuando fundó la West-Eastern Divan Orchestra, detrás había una idea de diálogo, que sin embargo, frente a los últimos acontecimientos, parece hoy más alejada que nunca de la realidad… -Es la realidad la que está alejada de la única idea que puede salvar la situación. No es que nosotros tenemos una idea loca y nadie nos sigue. Todo lo otro se probó y falló. Las guerras fallaron y las negociaciones fallaron, porque no hay diálogo. Lo digo sin arrogancia, pero considero que el conflicto israelí-palestino no se resuelve porque no es visto como lo que es. No es un conflicto como los hubo cientos en la historia, entre dos naciones, en torno a fronteras, al agua o el petróleo. Éstas no son dos naciones; esto es un territorio pequeño sobre el cual dos pueblos están profundamente convencidos de tener el derecho a vivir. Hay que llegar al punto en el que ambos pueblos acepten sinceramente el derecho del otro a tener los mismos derechos para poder decidir si se quiere vivir juntos o en dos Estados, pero no espalda contra espalda. No llegamos a este punto. Se están haciendo reuniones y negociaciones para ver cómo se hacen las negociaciones. Son negociaciones sobre el principio de las negociaciones. Esto no es un diálogo. -Asistimos en estos días a un nuevo intento de las autoridades palestinas de pedir ante la ONU el reconocimiento de un Estado. ¿Tiene sentido este intento? -La causa palestina es una causa justa. Palestina es un territorio. Palestinos, cristianos, musulmanes y judíos estuvieron allí cientos de años. Durante la Primera Guerra Mundial el porcentaje de judíos que vivía en Palestina era del 15 por ciento; después de la declaración Balfour, en 1917, que hablaba de un hogar para el pueblo judío, empezó la gran inmigración judía. Llegó gente de Europa central, Europa del este, de la Argentina, Nueva Zelanda, de todo el mundo, y querían vivir ahí. Fueron correctos, compraron la tierra. Pero poco a poco los que vivían ahí y estaban hace diez siglos -yo he conocido a varios; entre ellos hay personas que pueden reconstruir la historia de su familia hasta el siglo XI- se dieron cuenta de que esta gente quería deshacerse de ellos. El relato judío también es justo histórica y filosóficamente. La única falla es que ese territorio no estaba vacío. Todo lo que sucedió después, Hitler y el Holocausto, horrible como fue, no tiene que ver con la cuña del conflicto israelo-palestino. Hay que decir claramente que el hecho de que los palestinos, o muchos de ellos, no acepten el Estado de Israel o la presencia de los judíos en Palestina no tiene nada que ver con el antisemitismo europeo. Y es que el mundo tiene muy mala conciencia por todo lo que sucedió durante el período nazi. El relato judío está basado en una pequeña mentira, y esto es muy difícil de corregir. -La idea que subyace en su Divan Orchestra parece sugerir la solución de un Estado único… -La idea de Divan no es una idea política. Más allá del concepto musical, la idea es conocer al otro y aceptar la lógica del relato del otro, sobre todo si no se está de acuerdo con él. -¿Tiene usted una opción que considera más realista entre la de un sólo Estado o la de dos Estados separados? -Yo creo que no llegamos a este punto. Lo único que sé es que o se encuentra una solución o nos vamos a matar todos. El hecho es que los palestinos están muy desilusionados con muchas cosas que son inaceptables. Los asentamientos son inaceptables. Son una declaración de la parte israelí, no de que se odia a los palestinos, sino, mucho peor, de que se los ignora, como si no estuvieran allí. Estamos en contra de todo esto. El gran miedo que yo tengo es que se esté llegando al punto -y quizás ya se ha llegado a ese punto- en que una solución de dos Estados ya no sea factible, porque se construyó en todas partes. ¿Cómo vas a separarlas? Hay que reconocer el hecho de que el pueblo palestino tiene derecho a un Estado continuo, no organizado en pequeños bolsillos. Por otro lado, la solución de un Estado se está convirtiendo en cada vez más peligrosa, porque el odio crece tanto y hace tantos años ya que nadie va a querer esto tampoco. -¿Cómo ha cambiado su visión del conflicto tras la experiencia de la Divan Orchestra? Dicho de otra manera, ¿qué ha aprendido? -La lección más importante es la humana, la de la dificultad. Yo siempre supe que en la vida hay situaciones donde es difícil ser honesto. Situaciones complejas donde hay un conflicto moral y de intereses para el presente y para el futuro. Divan ha demostrado que esto es aún más difícil cuando se trata del pasado. A primera vista, uno se pregunta dónde está la dificultad de reconocer errores que el propio gobierno haya cometido hace 50 o 60 años. Pero esto pone en peligro el presente, sin hablar del futuro. Tener que reconocer cosas que sucedieron en el pasado quita legitimidad a muchas cosas del presente y el futuro. Esta es para mí la gran lección. -¿Cómo ve los desafíos que enfrenta Medio Oriente en el corto plazo, tras la «primavera árabe» y en vísperas de unas elecciones en Israel que pueden fortalecer al sector ultraconservador? -Llega un momento en el que no se puede seguir más a la derecha. La izquierda israelí prácticamente no existe hace bastante tiempo. Gran parte del centro se ha ido a la derecha. A la vez, la Autoridad Palestina no goza de mucha confianza. En el ámbito político, lamentablemente, sin un apoyo internacional no se va a resolver nada, porque en la mayoría de los casos los israelíes toman decisiones unilaterales. Cada vez que hubo una oportunidad, ésta se perdió. Un ex ministro de relaciones exteriores israelí, Abba Eban, decía que los palestinos «nunca pierden la oportunidad de perder una oportunidad», pero esto también es cierto de los israelíes. A corto plazo, la esperanza de Israel es que todavía los Estados Unidos pueden apoyar ciegamente una política israelí que está yendo cada vez más contra los intereses norteamericanos. No podemos saber cuánto tiempo va a durar. Pero a largo plazo sabemos que la hegemonía norteamericana está descendiendo rápidamente y, que yo sepa, no hay un lobby judío ni en Pekín, ni en Nueva Delhi ni en Brasilia, que son los países que más se están desarrollando. ¿Quién va a defender los intereses de Israel? La mala conciencia europea no es suficientemente fuerte y se debilita con los años. El drama humano de la política de Medio Oriente es que ambas partes creen que el tiempo juega a su favor. -Siguiendo su argumentación, ¿sería entonces más probable un ataque de Israel contra Irán en el corto plazo? -No conozco suficientemente los detalles como para expresar una opinión. -Hablemos de Europa. Como director de la Staatskapelle usted es también un portaestandarte de la cultura europea. Sin embargo, la crisis económica y del sueño europeo parecen afectar la cultura en el Viejo Continente… -El futuro de las instituciones y el futuro de la música en general no tienen que ver sólo con la crisis económica, sino también con el hecho de que la música no forma parte de la educación general. No forma parte de la cultura esencial de cada ciudadano. ¿Por qué no hay educación musical? Así como se aprende geografía, biología, matemática, literatura, en las escuelas se debería aprender también música. Hay millones de personas en el mundo que son cultas, que tienen conocimientos y sensibilidad para muchas disciplinas de la cultura y no tienen la misma relación con la música. Esto es lo que pone en peligro el futuro de la música más que la crisis económica. -Usted también superó tabúes vinculados a la relación entre Alemania y el pueblo judío, por ejemplo, al tocar Wagner en Israel… -No lo superé, el tabú sigue ahí, igual que antes. -Pero sí lo superó por lo menos a nivel personal… -Es una leyenda. No fue un acto de valor. El festival de Israel me lo pidió y el concierto estaba todo vendido. Estaban Plácido Domingo y René Pape, y el gobierno le dijo al festival que tenía que cambiar el programa o le iban a cortar las subvenciones. En ese momento podría haber cancelado el viaje de la Staatskapelle. Tocar Wagner en Israel era algo que me había encantado que me pidieran. Pero lo hicimos igual, tocamos otro programa y luego dije a la misma persona que me había invitado que teníamos la música y quizás al día siguiente podríamos tocarla. Me dijo que no quería tener nada que ver con esto. La hipocresía, la politización de tantos temas muy dolorosos es una de las características peores del gobierno israelí. -Hay muchos judíos que no vivirían en Alemania; sin embargo, usted vive en Berlín, que es a la vez símbolo del horror y del intento de superación de los dramas del siglo pasado… -Hay que reconocer que el autoenfrentamiento de los alemanes con su historia es ejemplar. Los japoneses nunca lo hicieron; los italianos, los turcos tampoco. Pero nadie, ningún político, ningún individuo y ningún gobierno tiene el derecho de distribuir culpas colectivas. Es inhumano decir «yo no voy a Alemania porque los alemanes hicieron esto». -¿Qué relación mantiene con la Argentina? -Emocional. Mis padres nacieron en la Argentina, yo crecí en un hogar judío argentino. Cuando nos trasladamos a Israel en 1952, mi padre tenía cuarenta años y yo, diez, pero seguimos viviendo en Israel en un hogar judío argentino: la comida, la ensalada con aceite y limón y no con vinagre, muchas cosas seguían siendo como en la Argentina. Me toca mucho. Me encanta volver a la Argentina. Estamos planeando volver con la Divan Orchestra en 2014, y espero que se pueda realizar.

MANO A MANO De niño prodigio a niño de 70 años Es verano en Salzburgo. Dos padres de Buenos Aires han hecho un enorme esfuerzo para que su hijo pueda tocar frente al mayor director de su tiempo. El niño sabe que las dos horas sucesivas pueden determinar su futuro. Cuando el maestro da la señal, el niño toca su repertorio: Mozart, Bach, Beethoven y Prokofiev. El director se queda impasible. Dos días más tarde la familia viaja de vuelta a Buenos Aires con una carta de recomendación: «El onceañero Daniel Barenboim es un fenómeno». El mensaje está firmado por Wilhelm Furtwängler, cuatro meses antes de morir.Casi sesenta años más tarde Daniel Barenboim está sentado en el restaurante de Milán y se queja con los camareros que no lo dejan fumar después de comer su tagliata poco hecha, un plato que no estaba en el menú. ¿Si está nervioso ahora antes de un concierto? No, para nada. «De niño yo tenía una vida doble, iba a la escuela, jugaba con los otros niños en la calle y en la noche tocaba conciertos y estaba en un mundo adulto.» Pasar de lo infantil a lo adulto para el director era entonces una cosa completamente natural y lo sigue siendo ahora. «A lo mejor -dice- fui niño prodigio. Ahora el prodigio desapareció pero el niño quedó.

«UN FUTURO POSIBLE, SEGÚN BARENBOIM Escribió que un pasado y un presente violentos llevan a un futuro violento. ¿Aún lo cree?Porque hay que reconocer que hay que saber cómo se llegó a donde uno está. Es muy ingenuo creer que hubo cosas que sucedieron en el pasado, y aun así se puedan olvidar y seguir adelante. Para el futuro no se puede ignorar el pasado. Es muy importante tener un conocimiento profundo de todo aquello que vino antes. En la vida privada es igual. En la Divan Orchestra, por ejemplo, el aspecto más estimulante fue que la experiencia ha cambiado en positivo la vida de muchos músicos y por esto voy a seguir y considero que es lo más importante que hago. Ha cambiado la vida de todos en el sentido de que ya no creen más en la política de sus respectivos países. Cualquier sirio que se encuentra por primera vez con israelíes, conoce a alguien que antes en su casa era considerado poco menos que un monstruo, y se da cuenta de que no lo es. Al reconocer el derecho del otro, uno comienza a hacerse preguntas sobre su propia existencia. Personalmente, más que haber aprendido algo para el futuro, aprendí algo muy importante sobre el pasado y la influencia activa que el pasado tiene sobre el presente.

Fuente: suplemento Enfoques, diario La Nación, 11 de noviembre de 2012.

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