El aire de los bulevares rafaelinos

Por María Inés Adorni.- En la época de la colonia se elaboró el plano de acuerdo a los cánones, se dispuso que la plaza tuviera cuatro manzanas y que nacieran en las cuatro latitudes los bulevares de los que partían los reales caminos a Susana, Santa Fe, Presidente Roca y Lehmann.

Cuando se fue desarrollando la ciudad desde ese punto de partida, según la agrimensura de la época, se habló del bulevar Susana, del bulevar Roca, bulevar Lehmann y bulevar Santa Fe.

Con el paso de los años los viajeros de los pueblos de los alrededores usaban el acceso del bulevar Susana o Roca.

Fue modificándose el trayecto vial y los bulevares se transformaron en avenidas. Cambiaron sus nombres.

En el tiempo, quedaron en el recuerdo y en el olvido los bellos bulevares, con la nostalgia de sus transeúntes.

Los amaneceres de los años veinte, sus veredas de ladrillos, los bailes, las kermeses, la plaza nueva, hoy del barrio 9 de Julio, los recuerdos, las nostalgias.

Los fuegos artificiales, las esquinas embanderadas, las parejas de enamorados transitando de la mano por la plaza.

Aromas en cada calle de jazmines y madreselvas que deleitan al colono visitante, la casa Ripamonti, imponente, orgullosa frente a la nueva plaza, se mezclan los azahares de los naranjos con los quesos y los fiambres que degustan los visitantes.

Las casas con sus ladrillos de barro, blanqueados a la cal, los jardines floridos, las puertas altas, imponentes, las ventanas con sus postigos y enrejadas.

Las avenidas iluminadas, los faroles vigilantes y el aire de fiesta alegraban a los niños con sus juegos de pelota en la plaza, en donde el vigilante con su silbato los corría cuando pisaban sus flores, y el tirón de orejas de sus padres nunca faltaba.

El dulce olor de las manzanas carameladas, un dulce que no faltaba.

Las damas paseando en los senderos de la plaza nueva con sus vestidos de domingo, sus sombreros elegantes y los caballeros con su reverencia saludando al paso.

Qué tiempos Rafaela, ciudad piamontesa, tú fuiste quedando en su plaza 25 de Mayo con su zanjón al medio que limitaba su paso, sus cuatro bulevares que con su progreso, sus adoquines eran testigos de las palabras olvidadas.

Las reuniones que en aquel tiempo eran los carnavales, bailes, circo, fiestas cívicas y de las colectividades, sus teatros con los estrenos y las miradas asombradas de los pequeños, los payasos, los globos en sus manos.

Oh Rafaela.

Espíritu de vida, sacrificio, honestidad y amor a la tierra.

El colono, y ahora el ciudadano.

Rafaela, me asombro ver los bulevares, tocados por el moderno pesar de sus años. Olvidada, no respetada.

El colono con sus sueños la enalteció.

Ahora con la herida, con su daño, los canteros ya cambiados, el olvido, el milagro.

El callar del ciudadano…

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