Ciudad Evita

Por Adan Costa.- Negro, ¿vos viste lo mismo que yo?, preguntó a su esposo una mujer bien entrada en sus cincuenta años, presa de un repentino pánico. –Sí, sí, querida, nos han invadido los paraguayos, los bolivianos y los peruanos-, le respondió, muy circunspecto, su marido. –¡Ya no se puede veranear más así, afean la playa con su patas sucias y sus gorritas para atrás! clamó la ofendida mujer. E insistió de un modo vehemente: -No son paraguayos, creo haber escuchado por allí que eran de Ciudad Evita. A lo que su servidor marido le espetó: -Da igual querida, son todos lo mismo, paraguayos, bolivianos, del Conurbano, son todos negros de mierda; alzá tus cosas de inmediato y vayámonos de acá, a ver si todavía nos roban. Mañana buscaremos otro balneario para estar más cómodos. Este diálogo no es ficcional, con más o menos énfasis o detalle, hablado o sólo hipócritamente pensado en silencio, ocurre y se replica en estos días veraniegos en incontables carpas y sombrillas de playa que colorean masivamente la geografía de la costa atlántica bonaerense. Anida en el corazón cultural de buena parte de la sociedad del medio pelo argentino. Esa que históricamente siempre quiso ser más, aspirando a ser Europa. Esa que le encanta alardear en sus mesas bien regadas de sus éxitos materiales individuales y culpar achacosamente al gobierno y a la inflación de sus fracasos. Esa que señala con su dedo índice acusador las tapas con letras tipo catástrofe de los dos diarios que hablan permanentemente de la presunta corrupción estatal, pero miran para otro lado sin ningún tipo de empacho cuando le piden a sus contadores que sub-declaren ganancias para pagar cada vez menos impuestos. Tienen la solidaridad y la conciencia social de una codorniz. Esa misma que cuando la Mar del Plata de los años “treintas” era un balneario aristocrático para la exclusiva clase alta oligárquica y terrateniente, se sintió irrumpida en los “cuarentas” cuando llegaron Perón y Evita plantando en ese mismo lugar Chapadmalal y el turismo social para que los trabajadores y los sectores populares también pudieran sentir el perfume del mar sobre sus curtidas pieles. Claro está, y también es bueno recordarlo, esas clases altas acomodadas en sus privilegios, cuando se sintieron invadidas por los derechos plebeyos, se inventaron para sí, con idéntico sentido, Punta del Este. Ahora que deberán inventar para no rozarse con la plebe ¿un club de playa en Marte con cocina cinco tenedores añadida y servicio de cuarto filipino? La historia siempre tiende a repetirse, pero como lo contaría el inefable Karl Marx en su “18 Brumario de Luis Bonaparte”, primero como tragedia, y luego como una farsa. Y las gaviotas, absortas en sí, asistieron perplejas e inmóviles a la violenta retirada del matrimonio del medio pelo cultural argentino, muchísimo antes que acaezca un sobrecogedor e inacabable atardecer sobre las escolleras.

Las Brusquitas-San Eduardo del Mar, Provincia de Buenos Aires, 16 de enero de 2.015.

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