Brasca fue un obispo comprometido con los más pobres

Se trata del editorial del programa «Sábado 100» por radio Sol Rafaela (FM 90,9) que conduce Emilio Grande.- El 26 de junio de 1976 falleció en Rosario Antonio Alfredo Brasca, el segundo obispo de la diócesis de Rafaela. Era un hombre de acciones transparentes, dinámico y humilde, los feligreses de su Diócesis lo conocieron siempre junto al pueblo, cotidianamente sirviendo y jamás exigiendo ser servido. Nunca usó para sus ambiciones personales el poder que su dignidad le otorgaba. Siempre -como Jesucristo, su modelo de vida- estuvo de parte de los pobres para elevarlos, con los pecadores para provocar su conversión. Las poblaciones del norte de la Diócesis, las más indigentes y abandonadas fueron las privilegiadas de su amor de padre y pastor. Sus palabras se actualizan hoy para aplicarlas a su propia investidura: «Todo el pueblo de Dios es portador del Evangelio, por lo tanto responsable. Pero el obispo lo es de un modo eminente, sin tener por eso mayor dignidad. No podría ejercer su misión sin estar en el pueblo y con el pueblo; sin tener un contacto directo, personal, tanto con sus colaboradores sacerdotes, religiosos y laicos, como con la gente. Esto exige una actitud misionera, un conocimiento cada vez más profundo de su pueblo. Debe compartir sus angustias y esperanzas para servirlo en la fe de Jesucristo». Había nacido el 13 de agosto de 1919 en la ciudad de Cañada de Gómez, era el noveno hijo, cursó la enseñanza primaria en una escuela de Salto Grande y luego ingresó al seminario de Guadalupe el 8 de mayo de 1932. Fue ordenado sacerdote el 18 de diciembre de 1943. Fue designado cura teniente en la Basílica de Guadalupe, después fue párroco en Barrancas, en María Juana, en 1967 párroco de Nuestra Señora de Fátima de Rafaela y vicario general de la Diócesis. El 16 de marzo de 1969 el papa Pablo VI lo nombró obispo de la Diócesis de Rafaela en reemplazo de Vicente Zazpe. Nos deja un legado invalorable: ejemplo de vida, entrega personal y sin límites por los más necesitados en todos los ámbitos: social, político, educativo y espiritual. En su carta pastoral de diciembre de 1973 retrató una realidad que no hemos logrado superar. “Se podría enumerar una larga lista de males que no deben continuar más: los salarios insuficientes; la explotación de mano de obra barata, por hambre o desocupación, obreros que no figuran en planilla, trabajo no amparado por estabilidad, la evasión impositiva, la especulación, el silencio cómplice de quienes debieran hablar o intervenir y no lo hacen, el acaparamiento de tierras que no se hacen producir y de los artículos que son el “pan del pueblo”, la persecución ideológica, las torturas y todo tipo de represión no justificada, la prostitución y su explotación solapada o descarada, la pornografía, la disimulada discriminación racial, que margina a un gran sector de nuestra población criolla”.

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