Boaventura de Sousa Santos: «La pandemia marca la tragedia de la mentira del neoliberalismo»

El reconocido sociólogo y filósofo portugués dialogó sobre el impacto social, político y económico que tuvo el Covid-19 a nivel mundial. Analizó los posibles escenarios futuros y consideró que es fundamental un cambio urgente de paradigma, en el que se prioricen otros modelos de producción y de consumo.

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Por Luis Schlossberg.- El sociólogo y filósofo Boaventura de Sousa Santos acaba de publicar su libro “El futuro comienza ahora: de la pandemia a la utopía”, en el que hace un detallado análisis del impacto que tuvo el Covid-19 en aspectos sociales, políticos y económicos a nivel mundial. Dialogo con el reconocido pensador portugués sobre los escenarios posibles que se presentan a la sociedad, con la necesidad de un urgente cambio de paradigma, en el cual se recupere el respeto por la naturaleza y se avance en nuevos modelos productivos y de consumo.

“El Covid-19 marca el inicio del siglo XXI, porque es un evento que se va a quedar con nosotros, no nos vamos a liberar de este virus y sus mutaciones; al contrario, entraremos en un período de pandemia intermitente, de otras generaciones de vacunas que obviamente cambiará nuestros modos de vida”, sostiene el sociólogo y filósofo portugués, que agrega: “Pero, más en detalle, la pandemia marca la tragedia de la mentira del neoliberalismo, porque ocurre dentro de otra pandemia en la que estamos todos en el mundo desde hace 40 años: la pandemia de que no hay alternativa al capitalismo y por esto deberemos aguantar todas las injusticias que esta sociedad genera”. En este sentido, De Sousa Santos señala que muchos se refieren a un “fin de la historia”, “pero la pandemia muestra que esto es una mentira porque uno de los principales sellos del neoliberalismo es decir que los mercados son los grandes reguladores de la vida social y política y que el Estado debe ser reducido a lo mínimo porque es corrupto e ineficiente”, indica.

-Con este contexto, ¿cree que se visibilizaron y reforzaron más desigualdades?

-Sí, la pandemia no sólo que visibilizó sino que reforzó las desigualdades, porque el virus es caótico pero no es democrático. La gente que es más vulnerable al virus es la que ha sido vulnerabilizada por pandemias anteriores, como la del neoliberalismo y tantas otras que ya estaban con la gente, como la del hambre. Por ejemplo, en algunas ciudades de Argentina combaten el dengue. Está la pandemia de la brutalidad policial, la de la falta de vivienda, el no acceso a la salud y los servicios públicos, la de la discriminación racial, la de la desertificación de muchas áreas y la falta de agua, cuando piden que la gente se lave las manos frecuentemente a veces no tienen ni para beber o cocinar.

-¿También sucedió con las diferencias entre países potencias mundiales y los del subdesarrollo?

-Hay muchas diferencias entre los países, pero es algo más complejo de lo que uno puede imaginarse. Porque lo que uno pensaría es que los más desarrollados se podrían proteger mejor de la pandemia, pero no fue así. Estados Unidos, por ejemplo, no se pudo proteger porque no encontró las políticas necesarias, ni la voluntad política como lo ha demostrado Donald Trump, ni tiene un sistema público de salud. Países menos desarrollados en África lo controlaron mejor, están acostumbrados a las pandemias y tomaron mejores medidas. Esto, para no hablar de países asiáticos como China, Corea del Sur, Taiwán, tuvieron mejores medios para defenderse. La dicotomía entre países desarrollados y los subdesarrollados ha quedado convulsionada por la diferencia de los países en los que las instituciones de salud tenían mejor funcionamiento y el Estado tenía una presencia más eficiente y hubo articulación entre las instituciones políticas y las científicas. Fueron países donde se protegió mejor a la población. Hay países que no son reconocidos como muy desarrollados, como es el caso de Nueva Zelanda, que tuvieron un desempeño maravilloso.

-En muchos países se planteó la dicotomía salud/economía, ¿se puede hacer esa diferenciación desde un lugar que no busque votos, que lo haga desde la profunda humanidad?

-Fue una dicotomía fatal, sobre todo en los países conservadores con gobiernos de derecha, que han empezado por negar la gravedad de la pandemia en nombre de la economía, y la idea de que la economía está primero y la salud después, como ha pasado en Estados Unidos, Reino Unido, Brasil, Colombia o India. En los gobiernos que privilegiaron la economía sobre la salud, el resultado fue un desastre, ni protegieron la economía ni la salud. La crisis económica en Estados Unidos es monstruosa, en términos de desempleo, de destrucción industrial, entonces fue fatal y nunca debería existir esta prioridad a la economía. Al contrario, la prioridad debería ser siempre la vida y la salud de la gente, después la economía. Además, no hay economía sin gente viva y con salud. Yo pensé que los gobiernos de centro-izquierda, como el de Portugal, fueron claros en proteger la vida y el bienestar de las familias.

-Se ha hablado de la necesidad de cambios de modelos, ¿está allí la respuesta para evitar próximos escenarios pandémicos?

-En mi último libro me refiero a tres escenarios posibles: el negacionismo, de pensar que nada va a cambiar, se minimiza la gravedad de la pandemia y se dice que todo volverá a la normalidad, como sucede en Brasil, es un escenario distópico porque la crisis económica será brutal y la destrucción de la vida es un crimen en contra de la humanidad por parte de este presidente (Jair Bolsonaro), que es un genocida por negligencia y por intencionalidad en lo que respecta a los pueblos indígenas; el segundo escenario lo llamo “Gatopardo” (por la novela de Giuseppe di Lampedusa, de 1958), donde se trabaja sobre la idea de que se hacen cambios para que en la esencia nada cambie, ese escenario veo dominar en Europa, donde se habla de hacer más inversión en la salud pública, una transición energética, pero nada más que eso; y pienso que hay un tercer escenario, que es lo único que puede impedir tener más pandemias, es cambiar el modelo de desarrollo y de consumo, porque este destruye a la naturaleza y ésta nos responde. Estamos con un modelo de minería a cielo abierto, de quemar los bosques, contaminar los ríos, expulsar a campesinos e indígenas por megaproyectos agroindustriales, con la frontera agrícola y agrotóxicos muy poderosos, y todo genera un disturbio en los ciclos vitales de los hábitats de los animales salvajes, por eso los virus que circulan entre ellos pasarán a los humanos. Sería necesaria una larga transición a otro modelo de desarrollo económico y de consumo, en el que se proteja más a la naturaleza.

En este sentido, el pensador considera que se debe llevar a cabo una transición a un modelo poscapitalista, con energías renovables, con producción en la cual la agricultura industrial no sea la única protegida por el Estado, “sino también la economía campesina, asociativa, comunal, indígena, feminista, que la relación entre ciudad y campo sea distinta, que se defiendan otros sistemas de propiedad, no sólo la privada, también la campesina, la ancestral, y los bienes públicos locales, nacionales y mundiales como las vacunas”. A su vez, agregó que es lo contrario a la “nueva normalidad”, que en definitiva es una “adaptación reactiva a las transformaciones que el virus causa y, como habrá más virus, las adaptaciones serán cada vez más difíciles, la gente quedará insatisfecha y se revelará”.

No obstante, De Sousa Santos se opone a aquellos que consideran que esta pandemia es el final del capitalismo, “la crisis final del neoliberalismo”, y afirma: “Al contrario, desde el punto de vista capitalista la pandemia ha sido un negocio, no una crisis, simplemente hay que ver cómo aumentó la riqueza de los dueños de Amazon, por ejemplo, o lo que sucede ahora con las vacunas, que es el nuevo oro líquido, por eso no creo que haya una crisis final, pero se debe iniciar la transición, no se puede cambiar de un modelo a otro de manera directa”. Explica que los países que dependen de la soja o del petróleo no pueden eliminarlo de un día al otro, “se debe diversificar la agricultura, contar con más soberanía industrial y alimentaria, cambiar los modelos de consumo”, precisa.

-¿Cree que el ser humano tomó conciencia del daño que genera o es algo que mientras el poder se mantenga en unos pocos se repetirá eternamente?

-Durante la crisis se cambiaron las relaciones sociales; en la pandemia, con el confinamiento, la gente se acostumbró a vivir de otra manera. Los padres jóvenes que pudieran quedarse en sus hogares con teletrabajo pasaron a tener más tiempo con sus hijos pequeños pero, a la vez, aumentaron los números de violencia doméstica contra la mujer, que está las 24 horas del día en su casa con su pareja, que también es su agresor, por lo que hay una visión compleja y mezclada de las cosas. El problema es que estos aprendizajes son adaptaciones de corto plazo ante una emergencia; el hombre se acostumbró a cocinar cosas distintas, pero se debe crear una cultura de cambio a nivel global.

-Valores como los que históricamente han promovido comunidades de pueblos originarios, en cuanto a la convivencia con la naturaleza, parecen tomar más poder en contextos como el actual, ¿debemos escuchar más estas concepciones?

-Sí, me parece que es una de las lecciones más productivas de la pandemia, que los pueblos que han sido más excluidos, más discriminados en el pasado por el modelo de desarrollo colonialista y capitalista, son los que están señalando el futuro. Ellos no son un residuo del pasado, al contrario, son la semilla del futuro, porque son los que nos han dicho que la naturaleza no nos pertenece, sino que nosotros le pertenecemos a la naturaleza y que tenemos que cuidarla. Ahora hay condiciones para escuchar más, porque estas visiones marginales se ve que son del futuro. Sólo los movimientos campesinos y sin tierra han defendido la idea de la soberanía alimentaria, de productos agroecológicos, de economía familiar producidos localmente. Con la pandemia muchos países discutieron sobre la soberanía alimentaria porque, ante el cierre de las fronteras, un país que es dependiente de otro puede tener problemas para la sobrevivencia de su pueblo.

-La información y la virtualidad tomaron un papel muy importante ante el aislamiento social a nivel mundial, ¿se han modificado las relaciones humanas?

-La información y virtualidad han tomado un lugar que no tenían antes y hubo un negocio enorme que se puede ver con el aumento de las riquezas de quien inventó Zoom, por ejemplo, que de repente todos compraron sus licencias. Hubo un cambio y fue una manera de evitar el aislamiento, sobre todo en la educación. De todas formas, estas transmisiones virtuales no tienen la riqueza de la copresencia, del abrazo, del contacto, de ver al otro a los ojos, de crear amistades y confianza, esas redes no se pueden formar por internet, es imposible, entonces tendremos que volver a una parte presencial, aun cuando la virtualidad sea importante. El problema que veo es que el capitalismo cibernético está intentando que lo que fue posible durante la pandemia se quede para siempre. Por ejemplo, se busca que la educación sea virtual, algo que no es posible y puede ser hasta repugnante desde un punto de vista ético. Los niños y jóvenes necesitan de la convivencia, de juntarse, reírse, compartir, conocerse más íntimamente para poder formar grupos de ciudadanos conscientes.

-¿Será que se reforzaron estilos de vida individualistas y se cuestionó el trabajo en grupos?

-Sí, pero al mismo tiempo la gente vivió un período de gran soledad. No todos pudieron mantener sus proyectos, como en mi caso fue de escribir libros. La gente se sintió aislada, lo que demuestra lo que pasa con la salud mental, que aún no se conoce su impacto, pero vemos que en los jóvenes hay muchos problemas que quedarán por muchos años, porque fue una pérdida de sociabilidad, empobrecimiento de la ontología. Nosotros somos individuos porque convivimos con otros, pero ahora no podemos hacerlo. Habrá que reconstruir la comunidad presencial tras la pandemia.

-Los medios tuvieron un accionar que llevó desde la concientización a la desinformación con las noticias falsas, ¿cuánto daño cree que generó esta manipulación de la información?

-Hay que distinguir lo que fueron los medios convencionales, que fueron importantes en gran medida para distribuir información confiable, pero al mismo tiempo están aquellos que junto con las redes sociales han difundido muchas noticias falsas, eso ha sido una manipulación gigantesca que ha producido muertos. Una sola fake new, como lo fue que para matar al virus había que tomar alcohol puro, fue a más de 100 países y mató a 800 personas, y más de 40 mil enfermas. La manipulación mata en la pandemia y se lo vio hasta en el gobierno nacional de Brasil.

-Una vez más, las cuestionadas industrias farmacéuticas tienen roles clave con las vacunas y regresan figuras como los movimientos antivacunas. ¿Puede ser fácil caer en la incredulidad de una cura? Hay quienes hasta descreen del virus, aun cuando se ha cobrado miles de vidas.

-Es una cuestión muy seria, porque en este momento hemos visto que la pandemia ha creado una fragilidad de situaciones agudas y la producción farmacéutica, que en el mundo occidental está concentrada en unas pocas empresas, las “big pharma”, se prepararon para producir la vacuna con gobiernos públicos. El problema es que cuando se producen las vacunas se reivindican los derechos de patente y hacen subir costo de la vacuna e impiden que todo el mundo sea rápidamente vacunado. Con las licencias se pueden producir en todos los países estas vacunas para producir la inmunidad, sin la que no hay seguridad en el futuro. Los movimientos antivacunas son muy localizados, han tenido mucha voz en Estados Unidos, pero en la mayor parte de los países la gente está ansiosa por la vacuna, aunque aún hay inseguridad sobre su eficacia. La gente quiere ser vacunada, pero el problema es el acceso a ellas.

Por otro lado, el pensador portugués considera que se debe realizar un análisis geopolítico en cuanto “el mundo occidental está apostando a demostrar la superioridad de las vacunas occidentales, aunque hay varias chinas, cubanas, rusas y no se logra pasar la información y dar posibilidad a estas vacunas que son más eficaces y baratas para usarlas en todo el mundo”, menciona y puntualiza en el caso de Hungría, que planeó comprarla a Rusia.

Fuente: https://www.puntal.com.ar/, diario de Río Cuarto (Córdoba).

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