40 años de Malvinas: una mirada hacia adelante

Por Rodolfo Zehnder.- En este mundo en guerra -ese trágico fenómeno social que no se sabe bien cómo y por qué comienza, pero que ciertamente nadie sabe cómo termina- no resulta ocioso reflexionar sobre lo ocurrido un 2 de abril hasta el 14 de junio de 1982. Aunque más no sea para despertar la conciencia de muchos, en particular los más jóvenes, que por razones etarias no lo vivieron de cerca; sí como para no repetir errores, y denostar siempre ese «crimen», al decir de Alberdi.
Reflexionar sobre la guerra implica necesariamente discurrir sobre la paz, ese anhelo visceral de todo ser humano, ese objetivo primordial de Naciones Unidas y de todo Estado que -como ente moral- debería ostentar como principal atributo.
La primera condición de la paz, y a fin de no convertirla en una utopía de imposible realización, es su factibilidad, la posibilidad cierta y concreta de que pueda efectivizarse. Se impone en este plano el realismo y no el voluntarismo. El desafío es enorme si, en la etiología de la violencia, advertimos que ésta se origina en situaciones injustas, en afanes desmedidos, en ambiciones más o menos solapadas o disimuladas, o en esa tendencia innata del ser humano, fruto de una naturaleza escindida entre el bien que se proclama y el mal que se ejecuta. El historiador/filósofo Harari, no obstante, es optimista: sostiene que, a pesar de todo, la humanidad ha demostrado, en lo que va desde la finalización de la Segunda Guerra Mundial, que una paz realista y duradera es posible. No es que no haya conflictos, porque ello es inevitable, y que algunos de ellos tomaron como solución la vía violenta (Siria, Sudán, Yemen, Afganistán, ahora Ucrania). Pero el hombre y la comunidad internacional han evolucionado: no hubo una tercera guerra mundial, con características que serían catastróficas, siempre y cuando la racionalidad termine por imponerse en la mente de personajes como Putin.
El intento argentino de recuperar por la fuerza lo que por un acto de fuerza -ilícito bajo todo punto de vista- aquello de lo que fuimos despojados, fracasó como era previsible: si nadie se suicida en las vísperas, la toma de Malvinas fue, casi, un acto suicida: improvisado, apresurado, ilícito, irracional, ignorante de la relación de fuerzas y del mapa geopolítico de ese entonces (el cual, respecto de Malvinas, no ha casi variado hasta hoy).
La segunda característica de la paz es su actividad, su esencia propositiva, o sea que implica el desarrollo de acciones tendientes a construirla, sobre la base de la justicia. No es la paz de los cementerios, no propicia un quietismo, porque si está asentada sobre iniquidades es una paz falsa, endeble, no duradera, una ficción en suma.
Diversas políticas se llevaron a cabo, según los gobiernos de turno, para reencauzar el conflicto. En el zigzagueo propio de nuestra política exterior, que revela una enorme incapacidad y voluntarismo vacío, pasamos de una política de confrontación con los isleños a un acercamiento infantil, para luego retornar a la confrontación (tibia por cierto), y así sucesivamente, como un barco sin timón que no sabe bien cómo llegar a puerto. Como una crónica de un fracaso anunciado, parafraseando a García Márquez, todas terminaron como debían terminar, y no podemos echarle culpas a ninguno de los gobiernos civiles de turno, pues el fracaso no les es atribuible: mal que mal, todos de buena fe intentaron una solución, aun por caminos distintos. Si no nos une el amor, y quizá tampoco el espanto, (perdón, Borges), sí nos une el fracaso y la desilusión.
La tercera condición de la paz es su dependencia ontológica de la justicia, entendida como el «dar a cada uno lo suyo» (Aristóteles, Ulpiano, Santo Tomás, entre otros). Es así que cuando se diseñó Naciones Unidas, en 1945, teniendo como objetivo máximo el mantenimiento de la paz, se advirtió que no bastaba con crear un Consejo de Seguridad, sino también un Consejo Económico Social, en el entendimiento de que una de las causas más frecuentes de la violencia armada era por cuestiones económicas ligadas al subdesarrollo y que, por tanto, adquirir cada vez mayores cuotas de desarrollo (de todo el hombre y de todos los hombres, al decir de Pablo VI) era el mejor reaseguro para lograr la paz. No es concebible la paz sin la justicia, pues este valor es omnicomprensivo de todos los valores.
Ello así, cabría analizar cómo construir, de ese foco de conflicto que es el Atlántico Sur, una paz duradera, una síntesis equitativa y superadora de las dos posiciones en pugna, cuyos extremos son claros: el ejercicio pleno de la autodeterminación de los isleños, por parte del Reino Unido, y la consagración de la «soberanía plena», al decir de la Primera Disposición transitoria de la Constitución Nacional, por parte de Argentina.
Si ambas partes se sitúan y aferran sin concesión alguna a ambos extremos, la resolución del conflicto será improbable, y sólo conducirá al mantenimiento del status quo que, por cierto, sólo beneficia al Reino Unido y a los isleños, uno de los pueblos de mayor ingreso per cápita del mundo…gracias a la guerra. Claro que hallar formas alternativas de solución requiere de una gran cuota de buena fe, creatividad, originalidad, superación de nacionalismos extremos. Y, por qué no, también una cuota de desprendimiento, y de dolor.
En ese orden, y con esa disposición de ánimo y racionalidad, entendemos que, de una vez por todas, Argentina debe constituirse en un Estado creíble, confiable, previsible, y terminar por definir su posición en la comunidad internacional, su ser-en-el-mundo, al decir de Heidegger. Previsibilidad de la que carece nuestro país, en virtud de haber desarrollado -en casi todos los órdenes, no sólo en Malvinas- una política exterior pendular y errática, sin un rumbo determinado, adoptando actitudes que sólo han servido para que toda la comunidad internacional -tanto Occidente como Oriente- nos califique incluso peyorativamente- como un país no confiable. Hay algo peor a seguir un camino equivocado aunque firme: es andar y desandar, no tener brújula, ni derrotero. Somos errantes, deambulando por el desierto, forjados de sueños incumplidos y consecuentes frustraciones; peregrinos en un mundo hostil que exigirá de nosotros una definición.
Proponemos, así, con la relatividad y limitación propias de la esencia humana, este derrotero:
1.-Intensificar y quizá, a partir de allí, mejorar las relaciones con los malvinenses. Supo hacerlo Argentina en la década del 60 y parte de la70, cuando el contacto entre el continente y las islas era estrecho y fluido. Pero todo se tiró por la borda un 2 de abril de 1982. Se trata de crear un estado de cosas que signifique para ellos una ganancia. Partimos del concepto de que se fomenta la paz si se intensifican las relaciones comerciales, económicas, educativas, académicas, personales y de salud, entre los pueblos. Integración e imbricación son palabras claves.
2.- Mal que le pese a algunos, geopolíticamente, echando una mirada sobre el concierto mundial, pareciera que lo más inteligente sería decidir insertarnos dentro de las democracias occidentales. Lo que ocurre en Ucrania bastaría para definir, claramente, que tal es nuestro lugar en el mundo, y sin que ello implique sometimiento alguno. Traigo a colación un concepto del historiador revisionista José María Rosa: «La dependencia, más que una imposición desde afuera, es una aceptación desde adentro». Posicionamiento que no tuvimos, salvo en las postrimerías, en la Segunda Guerra Mundial, y que nos valió el desprecio de buena parte de Occidente y la posibilidad cierta de no ser admitido como miembro en Naciones Unidas.
3.- Propiciar la creación de un status jurídico-político especial para Malvinas; superando la visión decimonónica de soberanía, insostenible ya en el siglo XXI. Claro que ello implicaría modificar la primera disposición transitoria de la CN, en lo referente al ejercicio «pleno» de la soberanía. Dicho status específico podría consistir: a) Que Malvinas/Falkland formen parte del Estado República Argentina. b) Que en dicho territorio se mantenga su moneda, y su sistema gubernativo, político y educativo, y todo lo que haga a preservar su estilo de vida. Incluso se podría analizar la fórmula vigente en Puerto Rico, sin perjuicio de destacar sus diferencias. Convengamos que estas hipótesis no serían muy tentadoras para los malvinenses, disfrutando ahora – gracias a la guerra, de un status de ciudadanos británicos con todos los derechos prerrogativas consecuentes; como tampoco a los sectores aferrados a un nacionalismo a ultranza, hoy por hoy inconducente.
4.- Debemos alzar la mirada y pensar la cuestión Malvinas en términos de la Antártida, un continente que está llamado a ser casi fundamental para el desarrollo de la especie humana; con una verdadera visión de estadistas (aquel que ve lejos, que no se deja tapar el bosque por el árbol que tiene enfrente, y que no confunde lo urgente con lo necesario). Obviamente, ello será imposible si Argentina sigue dando muestras de imprevisibilidad: cuesta mucho ganar la confianza, y es tan fácil perderla.
5.- Resulta ineludible asumir la dimensión del tiempo, constitutivo del ser humano y de los pueblos. Ello implica aceptar que la solución del conflicto no lloverá de la noche a la mañana como un maná que brota del cielo, graciosamente y sin merecerlo, sino que será fruto de miradas claras y comprometidas, y de una voluntad férrea trabajada y sostenida a lo largo de años y décadas.
Reiteramos el concepto: todo conflicto admite solución. La paz es posible. No es una utopía. Pero es fruto de la justicia, y por la justicia debemos trabajar. La paz no se proclama: se construye día a día, implica amplitud de miras, renunciamientos, disposición de ánimo, creatividad.
Nuestros muertos en el frente de batalla del gélido Atlántico Sur, y todos los que sucumbieron después como secuela inevitable de la guerra, nos interpelan y merecen tal esfuerzo.

El autor es miembro del Consejo Argentino para las Relaciones Internacionales (CARI), y de la Asociación Argentina de Derecho Internacional (AADI), titular de la cátedra de Derecho Internacional Público en la Universidad Católica de Santiago del Estero y del Observatorio Malvinas; miembro de la Red Federal de Paz (REDEPAZ) y de la Red Federal de Malvinas (REFEMA), miembro del club de Roma.

Fuente: https://diariocastellanos.com.ar/

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