Para desarmar una milicia…

Pese a sus vínculos con Damasco y Teherán, el Hizbulá no es una organización que sólo cumple mandatos. Mientras las políticas oficiales de Siria y de Irán se ven restringidas por imperativos diplomáticos propios de cualquier Estado, el Hizbulá tiene mayor autonomía de decisión y acción en sus cálculos estratégicos y sus movimientos tácticas.

Por Khatchik Derghougassian (Buenos Aires)

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Al 20 de julio, octavo día de la guerra entre la organización shiíta islamista, el Hizbulá (o Hezbollah), e Israel, 300 civiles libaneses habían caído víctimas de los bombardeos israelíes; el número de desplazados internos en el Líbano llegaba a 500 mil; más de 100 mil habían cruzado la frontera con Siria buscando refugio; y la destrucción del país, sin precedentes en cuanto a intensidad y extensión territorial, terminaba con la esperanza de un crecimiento del 6 por ciento de la economía en una temporada turística particularmente prometedora. Del lado israelí, si bien las cifras no se comparan con los daños humanos y materiales del Líbano, a la misma fecha, se contaban 29 víctimas, 15 de ellas civiles; por primera vez los misiles de Hizbulá habían alcanzado Haifa y amenazaban Tel Aviv; Hizbulá, por lo tanto, había logrado instalar un clima de miedo generalizado en todo el país.

Según la historia oficial, la incursión de un grupo armado del Hizbulá en territorio israelí el 12 de julio y la confrontación con un grupo de soldados de las Fuerzas de Defensa en que resultaron muertos 8 soldados, y 2 capturados y llevados al Líbano ha sido el hecho que provocó este nuevo episodio de violencia en el Medio Oriente. Siguiendo la lógica simplificada de esta “causa prima”, Israel y los Estados Unidos apuntaron a la organización shiíta como la responsable de la situación creada, y se declararon renuentes a discutir cualquier solución que detenga el derramamiento de sangre sin referencia alguna a la neutralización del Hizbulá considerado ya como una mayor amenaza no sólo para Israel, sino para la región entera. Pero a Israel esta vez le costó justificar su agresión contra el Líbano, no ya en términos de guerra “justa” sino, al menos, “legítima”. Una reacción “desproporcionada” es el calificativo que desde la Secretaría General de la ONU hasta Francia, Rusia y demás países ya usan para referirse diplomáticamente a la respuesta israelí. Más aún, la alta comisionada de los Derechos Humanos de la ONU, Louise Arbour, señaló la posibilidad de crímenes de guerra en el Líbano, Gaza e Israel…

Para Israel, es Hizbulá quien ha declarado la guerra. La retirada unilateral del Estado Hebreo de la zona del sur del Líbano después de 18 años de ocupación en el 2000 –asegura el gobierno israelí– demuestra su voluntad de vivir en paz con el vecino en el norte. Para el Hizbulá, la ocupación israelí de las Granjas de Shebaa, territorio que considera libanés mientras Israel insiste que pertenecen a Siria, así como la permanencia en las cárceles israelíes de prisioneros que Israel califica como “terroristas”, son argumentos suficientes de la guerra en curso. El Hizbulá considera que su determinación de resistir logró una victoria contra Israel que ningún país árabe había registrado en la historia de los sucesivos enfrentamientos árabe-israelíes desde 1948. El Hizbulá, además, se declara enemigo jurado del Estado Hebreo, y, por lo tanto, descarta cualquier posibilidad de reconocimiento oficial.

Nacida después de la invasión del Líbano en 1982 como una organización abanderada de la Revolución Islámica del Ayatolá en Irán, el Hizbulá se consolidó militarmente en la larga lucha de resistencia contra la ocupación israelí del sur del Líbano. Aunque políticamente insertado en el sistema libanés desde 1989, nunca dejó de considerarse como primariamente una organización shiíta. En este sentido, cabe considerar su alianza estratégica con Siria, país predominantemente sunnita en poder de la minoría alawita, y con Irán, que se define en términos de una agenda estrechamente vinculada al proceso político del Islam y el reclamo histórico de los shiítas, perseguidos durante siglos por parte de los sunnitas, como legítimos sucesores del Profeta. En otras palabras, pese a sus vínculos con Damasco y Teherán, el Hizbulá no es una organización que sólo cumple mandatos; y, mientras las políticas oficiales de Siria y de Irán se ven restringidas por imperativos diplomáticos propios de cualquier Estado, el Hizbulá tiene mayor autonomía de decisión y acción en sus cálculos estratégicos y sus movimientos tácticas.

Khatchik Derghougassian (Buenos Aires)

Fuente: revista Criterio, Buenos Aires, agosto de 2006.

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