Misa crismal en la Catedral San Rafael

Fue presidida por monseñor Carlos Franzini y concelebrada por los sacerdotes de la diócesis de Rafaela. Se publica la homilía del obispo.

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Misa Crismal 2010

Mis queridos hermanos:

Adelantándonos al calendario litúrgico, con esta celebración de la Misa Crismal nos vamos adentrando en la Semana Santa; la semana en la que revivimos de manera especial el misterio central de nuestra fe: la Pascua de Jesús.

Queremos culminar este camino de conversión que iniciamos el miércoles de cenizas y que nos llevará a renovar nuestras promesas bautismales en la Vigilia Pascual: volveremos a elegir ser cristianos; afianzaremos así nuestro encuentro con el Señor, según les he propuesto en la Carta Pastoral, para poder vivir más hondamente nuestra vocación eclesial fundamental que es la santidad en la misión.

En este contexto del camino cuaresmal y a las puertas de la Semana Santa, celebramos la Misa Crismal. En ella, se bendecirán y consagrarán los Santos Óleos para la santificación del pueblo cristiano, además los presbíteros de la diócesis renovarán sus promesas sacerdotales. Con ello se nos recuerda que los pastores estamos en la Iglesia para el servicio y la santificación de todos los fieles, para ayudarles a vivir su vocación y dicha más profunda: anunciar a Jesucristo.

En este Año Sacerdotal especial damos gracias al Buen Pastor por el regalo de los sacerdotes para la Iglesia y el mundo. Y en esta Misa Crismal del Año Sacerdotal lo hacemos de una manera particular. Somos conscientes de cuantos bienes hemos recibido del ministerio de tantos pastores con los que a lo largo de la vida nos hemos encontrado. Somos conscientes de todo el bien que en veinte siglos de historia cristiana Jesús, el Buen Pastor, ha hecho a través del humilde servicio de sus sacerdotes. Y aunque la debilidad y el pecado de algunos pudieran desalentarnos, reiteramos nuestra confianza fundados en la inquebrantable promesa de Jesús: “yo estaré siempre con ustedes hasta el fin del mundo” (Mt 28,20).

En esta misa queremos dar gracias a Dios de manera particular por el largo y fecundo ministerio del P. Idelso Re, sacerdote cabal y pastor bueno, que en el transcurso del último año ha partido hacia la Casa del Padre y ya goza del premio de los servidores fieles.

En sintonía con nuestro camino pastoral diocesano hoy hemos reflexionado, durante la jornada de formación permanente que compartimos en el Monasterio, sobre la dimensión misionera de nuestra identidad presbiteral. Dentro de pocas semanas realizaremos juntos, como presbiterio, un gesto misionero en varios barrios de la ciudad de Rafaela. Gesto con el cual, en este Año Sacerdotal, queremos avivar en nosotros y en toda la diócesis la conciencia de esta dimensión esencial de nuestro ministerio, a la que nos impulsa el acontecimiento de Aparecida. También en esta misa, junto con la renovación de las promesas sacerdotales, les invitaré a hacer una explícita renovación de la disponibilidad a la misión, para afianzar así en cada uno esta dimensión.

Todos estos elementos me llevan a proponerles en esta homilía algunas consideraciones sobre la dimensión misionera del presbiterio como cuerpo y de la misma dimensión en cada uno de sus miembros. Se trata de un aspecto constitutivo de nuestra identidad que hemos de considerar atentamente para cultivar y afianzar cada día más. Es bueno también que todo el pueblo de Dios conozca, valore y apoye esta dimensión esencial de la vida de sus pastores.

El mismo Espíritu que “cubrió” a María con su sombra para que se encarnara el Hijo de Dios es el que guió a Jesús al desierto, se manifestó en su bautismo y le impulsó presentarse en la sinagoga de Nazareth. según hemos escuchado en la proclamación del Evangelio: “El Espíritu del Señor está sobre mí, porque me ha consagrado por la unción. Él me envió a llevar la Buena Noticia a los pobres, a anunciar la liberación a los cautivos y la vista a los ciegos, a dar la libertad a los oprimidos y proclamar un año de gracia del Señor…” (Lc 4, 18-19)

Cuando el obispo, en nuestra ordenación presbiteral, impuso las manos y rezó la oración consagratoria pidió para cada uno de nosotros el “Espíritu de santidad”. Es el mismo Espíritu que recibimos en el bautismo y la confirmación. Nuestra ordenación presbiteral nos ubica en ese dinamismo del Espíritu que nos hace hijos en el Hijo; sacerdotes, sacramentos del Único Sacerdote; enviados a la misión, como Jesús en Nazareth. Dinamismo que comenzó con la Iglesia en Pentecostés y que continuará hasta el fin de los tiempos.

Por ello la misión está en la entraña de la vocación cristiana y de toda vocación en la Iglesia, por tanto en la entraña de nuestra vocación sacerdotal. Lo recordaba en mi última Carta Pastoral: “…nos proponemos crecer como discípulos-misioneros para ir construyendo, guiados por el Espíritu, una Iglesia abierta y solidaria. Es decir una Iglesia consciente de que su vocación y dicha más profunda es la evangelización; una Iglesia que no es “autoreferencial” ni narcisista; una Iglesia que si bien no es del mundo está en el mundo, lo ama y se sabe enviada a él para ofrecerle la Buena Nueva de la alegría y la esperanza. Una Iglesia, por tanto, llamada a dialogar con todos, a acoger a todos los que se acerquen con corazón disponible, a buscar y servir a todos pero especialmente a los pobres, débiles y sufrientes, que son los predilectos del Señor…” (nº 6)

La dimensión misionera de nuestra vocación sacerdotal asume rasgos propios, coherentes con nuestra propia identidad. Ante todo es un hecho eclesial; somos pastores en el seno de una Iglesia particular, pertenecemos a un presbiterio determinado, servimos en el marco de un proyecto pastoral orgánico diocesano, que trasciende expectativas y proyectos personales. Es en la diócesis y desde la diócesis que el presbítero se sabe llamado y disponible para la misión, incluso más allá de las fronteras diocesanas.

En comunión con la Iglesia en Argentina y América Latina, la diócesis de Rafaela esta empeñada en vivir este tiempo “en clave misionera”. En la Carta Pastoral he querido proponerles que en esta perspectiva nos dispongamos a celebrar nuestro cincuentenario diocesano. Queremos llegar a todos, especialmente a quienes aún no han recibido el anuncio salvador; a quienes se encuentran en las periferias geográficas y existenciales; incluso a quienes, más allá de nuestras fronteras diocesanas, están esperando el anuncio y el gesto misionero que les regale el encuentro con el Señor. En este marco diocesano los presbíteros queremos hacer realidad cuanto ya enseñaba Juan Pablo II en su Exhortación Pastores dabo vobis: “… La pertenencia y dedicación a una Iglesia particular no circunscriben la actividad y la vida del presbítero, pues, dada la misma naturaleza de la Iglesia particular y del ministerio sacerdotal, aquellas no puede reducirse a estrechos límites. El Concilio enseña sobre esto: «El don espiritual que los presbíteros recibieron en la ordenación no los prepara a una misión limitada y restringida, sino a la misión universal y amplísima de salvación «hasta los confines de la tierra» (Hch 1, 8), pues cualquier ministerio sacerdotal participa de la misma amplitud universal de la misión confiada por Cristo a los Apóstoles» Se sigue de esto que la vida espiritual de los sacerdotes debe estar profundamente marcada por el anhelo y el dinamismo misionero…” (PDV 32)

Al renovar las promesas sacerdotales los invito, y me invito, a renovar la disponibilidad para ir más allá de nosotros mismos (proyectos, apegos, gustos), ir más allá de ambientes y lugares conocidos o buscados, e –incluso- ir más allá de los límites diocesanos, según las necesidades de la Iglesia. Nuestro hermano Neri Zbrun es, en este sentido, estímulo y testimonio. Como lo he manifestado en otras oportunidades, estoy abierto a recibir la disponibilidad de quienes puedan sentirse llamados a este servicio misionero en favor de la Iglesia universal.

Este gesto será también germen de nuevas y santas vocaciones a la vida sacerdotal. Son muchos los jóvenes que sabrán descubrir la mirada tierna y comprometedora del Señor y entusiasmados con el testimonio de sus sacerdotes estarán dispuestos a dar la vida hasta el extremo. Damos muchas gracias a Dios que en este Año Sacerdotal ha querido regalar a la diócesis cinco nuevos seminaristas. Precisamente por ello los invito a renovar el compromiso personal y comunitario de rezar y trabajar seriamente en una pastoral juvenil y vocacional que favorezca la disponibilidad de muchos jóvenes al seguimiento del Señor que los llama para ser sus pastores.

Pero no quiero dejar pasar esta oportunidad tan “sacerdotal” sin aludir a un tema doloroso que nos golpea especialmente en estas últimas semanas. No podemos dejar de percibir una evidente operación mediática destinada a desacreditar a la Iglesia, pretendiendo así restarle autoridad a su palabra. Para ello el objetivo es descalificar y publicitar las miserias y pecados de algunos pastores. Lamentablemente muchos más de lo esperable. Y en este intento se generalizan acusaciones y se banalizan temas delicados, abordados con patética superficialidad o descarada malicia. Según el mandato evangélico hemos de ser mansos como palomas pero astutos como serpientes para discernir y no dejarnos atrapar por tanta maldad, permitiendo que “el árbol tape el bosque”.

Pero entiéndase bien. El pecado, mucho más el de los pastores, es siempre condenable; debe ser repudiado y –en la medida posible- reparado. Sin embargo ante una manipulación tan grosera de los acontecimientos hemos de saber tomar distancia y juzgar con la hondura y el respeto que las circunstancias reclaman. En estos días ha vuelto a mi memoria un escrito del famoso teólogo alemán Karl Rahner, a quien nadie hubiera acusado de obsecuente u oficialista, quien comparaba a la Iglesia con la mujer adúltera del evangelio: “Los escribas y los fariseos –que los hay no sólo en la Iglesia, sino en todas partes y bajo todos los disfraces- seguirán siempre arrastrando a “la mujer” ante el Señor y acusándola, con la secreta arrogancia de que “la mujer”, ¡a Dios gracias!, tampoco es mejor que ellos: “Señor, esta mujer ha sido sorprendida en flagrante adulterio. ¿Qué dices tú?” Y la mujer no podrá negarlo. Definitivamente es un escándalo, y no hay que andarse con eufemismos. Ella piensa en sus pecados, porque de hecho los ha cometido, y al hacerlo olvida (¿qué otra cosa podría hacer la humilde sierva?) la secreta y manifiesta magnificencia de su santidad. Por eso no quiere negarlo. Ella es la pobre Iglesia de los pecadores. Su humildad, sin la cual no sería santa, sólo sabe de su culpa. Y se encuentra frente a aquél a quien ha sido confiada, ante aquél que la ha amado y se ha entregado por ella para santificarla, ante aquél que conoce su pecado mejor que los que la acusan. Pero él calla mientras escribe su pecado en la arena de la historia del mundo, que pronto habrá de concluir, y con ella desaparecerá su culpa. Él se calla durante algunos instantes que se nos antojan siglos. Y el único juicio que emite sobre esta mujer es el silencio de su amor, que perdona y absuelve. En cada siglo se alzan frente a “esta mujer” nuevos acusadores que acaban siempre escabulléndose uno tras otro, empezando por los más ancianos, porque ninguno de ellos ha estado libre de pecado. Y al final el Señor se quedará a solas con la mujer, se levantará, mirará a la adúltera, su esposa, y la preguntará: “Mujer, ¿dónde están los que te acusaban? ¿Nadie te ha condenado? Y ella, con arrepentimiento y humildad inefables, responderá: “Nadie, Señor”. Y quedará asombrada y perpleja porque nadie lo ha hecho. Pero el Señor se acercará a ella y le dirá: “Pues tampoco yo te condeno”. Entonces la besará en la frente y le dirá: “Esposa mía, Iglesia santa “

Mis queridos hermanos: ¡pecadores perdonados!, esto somos los miembros de la Iglesia, también los pastores. Por ello año tras año renovamos nuestras promesas sacerdotales, con humilde conciencia de nuestra debilidad y de la necesidad renovarnos y reparar. Con este gesto queremos expresar nuestro deseo de vivir la fidelidad que el Papa Benedicto nos ha propuesto como lema para el Año Sacerdotal.

A todos ustedes, querido pueblo de Dios en la diócesis de Rafaela: les pido que sigan seguir rezando por sus pastores, como lo vienen haciendo durante este año; los invito a reconocer el don que el Señor nos ha hecho con ellos; les ruego que los acompañen, los cuiden y les ayuden a ser fieles, es decir santos. No duden que éste es el primero y más importante servicio que los sacerdotes podemos ofrecerles.

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1 thought on “Misa crismal en la Catedral San Rafael

  1. Asistí a esta ceremonia. Necesito participar a los amigos y familiares a quienes quiero, que me emocionaron enormemente las palabras del Cardenal Rahner que retoma el obsipo diocesano. Escuchar que, al final de todo, cuando queden expuestas nuestras miserias y también nuestra grandeza y que el mismo Jesús nos besará la frente con enorme amor y nos acogerá en su seno, es realmente muy emotivo.

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