Marihuana: la tolerancia social y los riesgos

En sólo dos años, la percepción del daño que provoca fumar marihuana se redujo a la mitad en los adolescentes de entre 13 a 17 años, según los últimos datos oficiales. Y así como su aceptación social es cada vez más alta –tanta que, en poco tiempo más, la percepción del riesgo puede llegar a desaparecer– también se habla de una «legalización de hecho», más allá de la renovada discusión sobre la despenalización: los jueces ya casi no condenan el consumo.

Por Victoria Pérez Zabala

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María entra en el local y, con voz baja y pausada, pide un talle medium de la remera con la leyenda «fumar yerba hace bien al mate», que se exhibe en la vidriera. En el negocio «Mundo Rasta» de Villa del Parque también se ofrecen pipas, «seda» (papel para armar cigarrillos) y picadores de marihuana. Confundido entre los artículos para fumadores, un pequeño cartel anuncia: «No vendemos marihuana hasta que la legalicen». Lo primero que se distingue desde la entrada es la imagen sonriente del jamaiquino Bob Marley con un grueso cigarrillo apretado entre los dientes, ubicada en lo alto de la pared del fondo.

El olor a marihuana se siente en distintos lugares de la ciudad; se huele, sube y se cuela entre los balcones, las persianas de las casas, ya no sólo en las plazas o en los rincones más escondidos en el resguardo que ofrece la noche. Hoy, un millón doscientos mil argentinos fuman marihuana y dos millones y medio han pasado por esa experiencia alguna vez; y aunque no la aprueban explícitamente, tanto la sociedad como el sistema penal, según admiten fuentes judiciales, toleran esta práctica, pese a los riesgos de adicción que no todos quienes empiezan a consumir logran controlar.

Casi la mitad de los adolescentes (46,2%) entre 12 y 17 años admite tener al menos un amigo que consume marihuana, según una encuesta de alcance nacional realizada en 2007 por la Secretaría de programación para la prevención de la drogadicción y la lucha contra el narcotráfico (Sedronar) que se dio a conocer en estos días. En sólo dos años -advierte el estudio-, la percepción del daño que provoca fumar marihuana ocasionalmente se redujo a la mitad en los adolescentes de entre 13 a 17 años. En 2005, más del 30 % consideraba que era un gran riesgo el consumo de cannabis, pero para 2007, esta cifra descendió a la mitad. Actualmente, sólo un 14,7% de los adolescentes conoce los riesgos, lo que augura un pronóstico cada vez más proclive hacia la tolerancia social, tanto que, en sólo un par de años, la percepción del riesgo puede llegar a desaparecer. Uno de los organismos oficiales con que cuenta la Sedronar para armar sus estadísticas del consumo es el Observatorio Argentino de Drogas y su director, Diego Alvarez, informa: «Medimos el nivel de tolerancia social y la percepción del riesgo del consumo de marihuana. Lo que sucede es que ha disminuido la percepción, ha aumentado la tolerancia y, simultáneamente, su consumo», y agrega que la cuarta parte de todas las personas que pidieron tratamiento por alguna adicción ingresaron por la marihuana, en una sociedad que cree que la marihuana no es adictiva.

Esta naturalización social del consumo, sumada a fallos que, cada vez más, tienden a evitar que los consumidores caigan en las redes del sistema penal, fueron el primer paso hacia lo que en muchos ámbitos se denuncia como una despenalización de hecho de la tenencia de marihuana para consumo personal. Ahora, con la decisión del ministro Aníbal Fernández de avanzar hacia un cambio radical en las políticas y estrategias de lucha contra el narcotráfico -que excluya a los consumidores como sujetos de persecución penal-, parece estar más cerca la despenalización del consumo de estupefacientes, algo que divide aguas tanto en el ámbito legal como sanitario, además del social.

Más consumo

La gran oferta de cannabis proveniente de Paraguay, que alcanza las dos mil toneladas, se refleja en la inocultable demanda: un 7% de la población argentina consume marihuana, según la última encuesta de hogares realizada por la Sedronar. Quienes lideran las estadísticas de consumo son los jóvenes de 18 a 24 años.

«Estamos en un nivel de consumo cercano al de Chile, que, desde siempre, fue el país latinoamericano de mayor consumo», alerta Ramón José Granero, titular de la Sedronar, desde su despacho en Sarmiento al 500, en pleno microcentro porteño. Granero explica el aumento constante del consumo de marihuana por la mayor producción y, consecuentemente, mayor oferta proveniente de Paraguay. Pero el crecimiento en la demanda también lo atribuye a la tolerancia social, cercana a la del alcohol. «Cuando vos le decís a un padre que su hijo está en un grupo de chicos que consumen, ellos responden: escuchame, un porro…, no pasa nada. Es la droga de mayor accesibilidad, está de moda; los pibes se fuman un porro como si se tomaran un vaso de agua», describe.

Quizá por eso Alberto Rey, que dirige la comunidad terapéutica del Programa Delta, y que hace más de 20 años se dedica al tratamiento de las adicciones, observa: «Hoy no tenés pibes que fumen porro porque se separaron los papás. Hoy tenés chicos que fuman marihuana porque, para ellos, es lo mismo que una gaseosa o una cerveza. Hay padres que vienen acá y me dicen: mi hijo toma cocaína; si por lo menos se fumara un porro… «

Claudio Izaguirre, director de la Asociación Antidrogas que, desde 1999, promueve la lucha contra la drogadicción y el narcotráfico, no cultiva las medias tintas. Apoyado sobre una de las paredes de su oficina, en donde un gran ataúd de madera con la leyenda «el paco mata» da la bienvenida, dice: «En otra época, aparecía uno en el grupo con cigarrillos mentolados y convidaba; hoy, la marihuana aparece con la misma naturalidad. En la Capital, solamente, tenemos 500 bocas de expendio de droga. Tenemos más quioscos de drogas que paradas de taxi, producto de lo que está sucediendo», afirma, y datos y cifras salen de su boca como disparos que buscan dar con el responsable.

Lo cierto es que tanto la tolerancia social como el hecho de que sea cada vez más fácil conseguir marihuana son los factores que alimentan el aumento del consumo de cannabis en la Argentina.

Signos del cambio

La luz entra a través de una gran ventana ubicada en el tercer piso de la comunidad terapéutica Aylén, en Vicente López. Carlos Souza, director de la fundación y dedicado desde 1994 a la rehabilitación de los jóvenes que acuden a él en busca de la recetada desintoxicación, dice que el 70 por ciento de los adolescentes consume, experimenta o está rodeado de marihuana. Souza hace esos cálculos a partir de su experiencia institucional. «Antes de empezar cada reunión, yo pido a los presentes que, si conocen a alguien que consume marihuana, levanten la mano. Más de la mitad lo hace. Hoy no hay evento que involucre a jóvenes donde no aparezca la marihuana. Es como una mancha de aceite en el agua, que se va expandiendo», dice.

Las historias que relatan los consumidores no hacen más que confirmar, desde el otro lado de la experiencia, las palabras de Souza. «Como mi mamá se toma un ansiolítico, yo me fumo un porro», comenta Jacquie, de 22 años, que consume marihuana todos los días. «Me gusta fumar a la noche, cuando puedo relajarme», recuerda, e incluye en sus anécdotas a una tía, de 65 años: «El otro día fumé con ella», dice entre risas. Es que para Jacquie, que tiene una vida ocupada entre la facultad y una intensa actividad física, que incluye tenis y pilates tres veces por semana, «no existe la adicción a la marihuana porque no te quita la posibilidad de ser». Julia es un año mayor que Jacquie y fuma para distraerse y relajarse. «En mi ambiente es normal que alguien se prenda un porro; nadie se alarma», cuenta Julia, que estudia periodismo en la Universidad de La Plata. «Ahora es mucho más fácil acceder a la marihuana en la facultad y en los boliches», dice.

Souza, dedicado desde 1994 a la rehabilitación de los jóvenes que acuden a él en busca de la recetada desintoxicación, entiende que la tolerancia social hacia la marihuana es un hecho que no se puede negar.»Nosotros vivimos un cambio social, la tolerancia llegó más fuertemente en los años 90. Antes, que la gente fumara marihuana era noticia: Fumata en barrio Norte, se encontró a cuatro jóvenes consumiendo picadura de marihuana . Hoy ya no podría aparecer así, a nadie le llamaría la atención».

Quien festeja la naturalización del consumo de cannabis es Sebastián Basalo, director de THC , la primera revista argentina que, a partir de títulos como «ceda el faso» y «autocultivo: paso a paso, beso a beso», brinda información sobre la marihuana, sobre cómo consumirla y cultivarla. «La masividad hace que sea cada vez más difícil ir en contra de esta costumbre. Estamos ante una gran etapa de cambio. Hay un tabú que necesariamente se está rompiendo por los mismos hechos y por la información que empieza a circular del tema», afirma. «Quizás el mismo hecho de que existamos hable de una mayor tolerancia», reflexiona el cerebro detrás de THC, » de la cultura cannábica «, que desde que salió a la venta, a principios del 2007, sólo provocó una denuncia por apología del delito, inmediatamente desestimada por el juez federal porteño Sergio Torres.

En el departamento de Humahuaca al 3000, en la zona del Abasto, donde se escribe la revista, Basalo defiende lo que llama «la bandera de la marihuana», para él, una sustancia que sobrevivió a siglos de ignorancia y tabúes «sin causar ninguna muerte». «Existen fuertes vínculos de pertenencia entre los consumidores. Hoy se ve en los foros de internet y se vio en la Cannabis Parade , donde más de 500 personas se juntaron a fumar en Villa Alpina, un pueblo de montaña cordobés», cuenta, y agrega que el consumo de marihuana lleva a una cierta sociabilidad. «Pasar un porro en una ronda es como deslizar el mate de mano en mano», describe. Son las 7 de la tarde y los redactores de la revista bautizada THC en honor al tetra-hidro-cannabinol -el principio activo que provoca los efectos psicológicos de la marihuana- se toman un descanso y fuman lo que predican.

Gonzalo, que atiende en el local «Mundo Rasta», donde predominan los artículos para los fumadores de cannabis, es otro consumidor diario y describe el ritual como una experiencia casi mágica. «Es la única droga que podés pilotear . Cada vez menos gente piensa en nosotros como marginales. Quizá por la cantidad de gente que fuma; nuestra clientela se duplicó este año con respecto al anterior. Acá entran y compran familias, gente grande, de más de 60 años y mayores de 15. En Villa del Parque, podemos fumar en la plaza; los canas nos ven y no nos dicen nada. Ya nos conocen», cuenta Gonzalo, y luego se dedica a atender a los clientes que, cada cinco minutos, abren la puerta del negocio.

«No me da miedo fumar en la calle, si la policía por poco viene y te pide un porro», cuenta Julia, que consume, generalmente, los fines de semana, cuando «por suerte, siempre alguien tiene». Julia se ríe ante la mención de los riesgos de la marihuana y dice: «Es un planta natural. ¿Qué te puede hacer?».

De hecho

Que la policía se haga la distraída no es novedad para Izaguirre. «¿Qué juez va a mandar a la cárcel a una persona por consumo? No existe, no hay ni una sola causa. El 70 por ciento de los vendedores de drogas son puestos en libertad desde Tribunales. ¿Cuál es el motivo de que vendedores de drogas queden en libertad y desde Tribunales?: se hacen pasar por adictos. Salen a la calle con poca cantidad para justificar la tenencia de drogas para consumo personal», se pregunta y se responde. «La policía y los jueces, del primero al último, se hacen los distraídos».

Es que lo que resulta de la tolerancia social hacia la marihuana es su derrame hacia otros ámbitos, como el judicial. Los jueces, sensibles a este humor social favorable, han aprovechado la coyuntura para liberar sus juzgados de las causas por tenencia para consumo, de las cuales reciben entre 700 y 800 detenidos en sus quince días de turno que, a lo sumo (y sólo unos pocos), culminarán con un tratamiento terapéutico.

La ley 23.737, que pena la tenencia de marihuana para consumo personal con un mes a dos años de prisión, se ha vuelto un desafío para quienes, desde el sector médico-asistencial, piden que se endurezca el castigo, y una pesadilla para los jueces, que repiten hasta el hartazgo que se trata de un problema sanitario, ajeno a la órbita penal.

«A lo que llega la Justicia es a una milésima parte de lo que hay en la calle. No podemos pretender que a través del Poder Judicial se solucione así este problema. La Justicia de ejecución penal no da abasto con la cantidad de gente que hay encausada, entonces el seguimiento no se cumple», reconoce el defensor oficial Gustavo Kollmann, desde su escritorio cubierto por expedientes. Se refiere a que más de la mitad de las causas penales que se inician en el año son por tenencia para consumo.

El sistema judicial no sabe qué tipo de respuesta dar. Entonces, interpreta la realidad según criterios propios. «De ahí ese porcentaje fluctuante de jueces que liberan y mandan a sus casas a los consumidores y ese otro, un 30%, que se atiene a la ley», dice Carlos Souza. Esto genera un clima de lo más incierto y azaroso para los consumidores, porque ante la misma situación y la misma cantidad de marihuana incautada, un juez puede fallar en dos sentidos dramáticamente opuestos.

Lo cierto es que, a la tolerancia social hacia el consumo de marihuana se le suma ahora el apuro del Gobierno por sacar la ley de despenalización. » Debemos dejar de ser hipócritas: los jóvenes también se enferman por el consumo de alcohol y las pastillas, a las que acceden libremente, y los criminalizamos por la tenencia de un cigarrillo de marihuana», dijo Aníbal Fernández en el foro de la ONU.No es la primera vez que él se expide en este sentido, pero sí la primera en que lo hace en nombre y por iniciativa de la Presidenta Cristina Fernández de Kirchner.

«Es una pavada atómica detener a un pibe sólo por un porro. Significa abrirle un sumario penal que, en definitiva, no conduce a nada, porque va a terminar con un tratamiento curativo que al final no se va a realizar; se hace uno cada 500, y los que los cumplen son la milésima parte de la gente que anda en las calles fumando marihuana», dice Gustavo Kollmann desde la Defensoría Oficial, por donde han desfilado miles de causas por tenencia de marihuana para consumo personal.

Wilbur Grimson, que dirigió la Sedronar hasta agosto de 2004, es uno de los que critica la marcada tendencia hacia la despenalización. «La ley es mejor que las conductas que adoptan los jueces que cajonean los expedientes. Yo he visto a un juez federal decirle a un adolescente: ´González, no lo quiero ver más fumando porro en los baños de Unicenter . ¿Qué le pasa por la cabeza a ese chico?: Me fumo un porro, total, lo único que pasa es que el juez me reta», enfatiza, y agrega que los jueces no entienden la multidimensionalidad del problema y su afectación social.

La polémica, por lo pronto, está lejos de resolverse, no sólo en el ámbito legal, sino también en el sector médico-asistencial, donde muchos especialistas temen que los vientos liberales conduzcan hacia la despenalización en un país que, aseguran los más críticos, no tiene un sistema sanitario preparado para eso.

Mientras tanto, las señales del Gobierno en favor de la despenalización, se hacen sentir en la Justicia. «Ya han tenido algún efecto en algunos jueces y camaristas y, probablemente, lo tengan en la Corte», destaca Kollmann. …l, como un 70% de los jueces que adhieren a la postura más flexible frente a la tenencia de marihuana para consumo, espera el fallo de la Corte que ponga fin a la incertidumbre jurídica. «Es la única que puede hacerlo. Hasta que no dicte un fallo que tenga la fuerza necesaria para generar doctrina en la materia, la cosa va a seguir igual», sostiene.

Ajeno al debate y la polémica, el tabú, que alertaba sobre -y protegía de- los riesgos de la marihuana, se diluye lenta y, para muchos, inexorablemente. Todo indica, además, que la corriente antiprohibicionista ha cobrado un nuevo impulso, lo que lleva a imaginar un futuro en el que -para satisfacción de unos y preocupación de otros- la despenalización emerge en el horizonte del sistema penal y social con fuerza incontenible.

La polémica sobre consumidores y adictos

«La marihuana no tiene el marketing de la muerte que tiene el paco, que a los seis meses te liquida; la madre de un chico que fuma paco se da cuenta enseguida, el pibe se va demacrando, pierde 15 kilos en un mes. En cambio, el riesgo de la marihuana es menos perceptible», dice Ramón José Granero, titular de la Sedronar.

Pero para Juan Dobón, psiquiatra especializado en adicciones, hay más matices que definiciones categóricas a priori. «La marihuana -dice- es una sustancia compleja porque tiene 350 alcaloides. No está probado que tenga receptores específicos, pero podría tenerlos dentro de esos 350 alcaloides que ingresan al organismo. No es lo mismo consumir una sustancia que tiene receptores específicos que una que no. Cuantos más tenga, más adictiva es. La marihuana está en esa zona gris porque no está probado que genere una dependencia física tan clara; el tabaco sí».

Según la OMS, adicto es aquel que tiene una relación con una sustancia que ha pasado por tres niveles: consumo, dependencia psíquica y dependencia física, tolerancia y síndrome de abstinencia. «Hay una diferencia entre los consumidores y los adictos. Hay gente que es consumidora y no es adicta. Un consumidor tiene grados de compromiso con una sustancia, que pueden devenir en una subjetividad adictiva. No es lineal, no todo consumidor es adicto», recalca.

Wilbur Grimson, ex director de la Sedronar, que, hasta el día de hoy, continúa atendiendo a pacientes con problemas de adicción, disiente: «Todos los que llegan al tratamiento dicen que creían que la manejaban; esto es mentira, la verdad es que nunca lo hicieron. No hay forma de hacerlo; ese tipo va a vender la bicicleta del hermanito para conseguir los fondos que le permitan seguir drogándose. La marihuana tiene, más que nada, un efecto de dependencia psicológica. El marihuanero crónico es un tipo que se estropea la vida. Deja de trabajar, fuma cuatro o cinco veces por día, deja de estudiar; si está haciendo cine, deja de hacer cine. Durante una etapa le resulta muy creativo, se inspira, dice que está soñando. Cuando empieza a depender, empieza el proceso inverso. Comienza a dejar otras cosas por el consumo; deja de estudiar».

Grimson asegura que la marihuana que se consigue actualmente es veinte veces más adictiva y agrega: «Cattani [Horacio Cattani, juez de la Sala II de la Cámara Federal en lo Criminal y Correccional] no conoce los riesgos de salud, no ha visto a los marihuaneros crónicos. El proceso hace que la gente pierda trabajo y familias». Es terminante cuando dice: «No hay droga blanda, es todo lo mismo: la marihuana, el éxtasis…».

Como si estuviera sentado del otro lado de la mesa, Horacio Cattani responde: «El que es prohibicionista y fundamentalista no quiere hacer ninguna distinción entre las sustancias. Parten de la base de que es como la peste, te toco y ya está. ¿Por qué la marihuana está prohibida cuando la farmacopea argentina de principios de siglo 20 la recomendaba para la tos? Si agarrás Caras y Caretas , encontrás que estas drogas eran de venta al público; se vendían cigarrillos de cannabis contra el asma».

Es que a pesar de que fueron entrevistados por separado, tras tantos años de polémica y debate, los argumentos prohibicionistas y los que tienden a una mayor flexibilidad ya son conocidos y las respuestas brotan como ensayadas para la réplica.

«No es un porro y ya está, es un adicto. Puede aparecer un período de experimentación que no merece intervención. Esto salió de una construcción social, pero no necesariamente tiene que ser así. Antes se pensaba: empieza con marihuana y termina tomando cocaína. Eso era antes. Hay cantidad de chicos que fuman marihuana y si les mostrás la cocaína se niegan. Hoy, el alcohol reemplazó la sustancia de puente con otras sustancias más pesadas», dice Carlos Souza, que desde hace 14 años trabaja en la rehabilitación de adictos.

En una postura también más liberal, desde su lugar de trabajo en el Instituto Gino Germani, Victoria Ranguni, investigadora y socióloga que colabora con Intercambios, una asociación civil para el estudio y atención de problemas relacionados con las drogas, sostiene: «Cada vez más usuarios transmiten la experiencia de que es mejor fumar marihuana que tomar tantas pastillas, aunque sean de venta legal». Ranguni adhiere a la política de reducción de daños, que prioriza la asistencia a los consumidores, brindándoles información sobre el uso y consecuencias de las drogas, por sobre la abstención.

En cambio, Ana Viscarra, directora terapéutica de la fundación del Programa Delta y médica psiquiatra, observa: «Hay muchas personas que fuman marihuana y no tienen una dependencia. Consumen los fines de semana, trabajan y no presenta problemas de adicción. Ellos son los malos ejemplos, porque hay muchos que así comienzan y después terminan con sustancias más pesadas. El consumidor esporádico que viva feliz, pero para nosotros es un mal ejemplo porque recibimos a los adictos».

Fuente: suplemento Enfoques, diario La Nación, Buenos Aires, 20 de abril de 2008.

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1 thought on “Marihuana: la tolerancia social y los riesgos

  1. a mi me parece cualkiera el cigarrillo no es una droga? el alcohol no es una droga? la marihuana es 1000 veces mas sana qe esas 2 cosas legalizenla en todo sentido qe sea legal consumir cultivar vender y los putos del sedronar qe se vallan todos a la concha de su madre

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