«La vida cristiana es una fiesta para celebrar y compartir»

Se trata de la homilía pronunciada por el obispo Carlos María Franzini en la misa celebrada el 9 de octubre durante el Encuentro Diocesano de Jóvenes en la Rural de Rafaela, en el marco de los 50 años de la diócesis de Rafaela.

Compartir:

La vida cristiana es una fiesta para celebrar y compartir (Homilía pronunciada por el Señor Obispo, Mons. Carlos María Franzini, en la misa celebrada durante el Encuentro Diocesano de Jóvenes. Rafaela, 9/10/11)

Mis queridos hermanos, mis queridos jóvenes de la diócesis:

A menudo en la Biblia aparece el tema de la fiesta, el banquete, las bodas. Jesús en el Evangelio muchas veces recurre a esta figura para hablarnos de su Reino, de esa realidad que viene a proponernos y que con su Pascua nos ha “ganado” para todos. Sí, mis queridos hermanos: ¡la vida cristiana es una fiesta!, es un gran banquete de manjares suculentos y medulosos, de vinos añejados y decantados, como nos anuncia el Profeta en la primera lectura que escuchamos. Y no es para menos: estamos felices de habernos encontrado con Jesús y por eso hacemos fiesta, lo celebramos y lo compartimos.

Como los obispos latinoamericanos en Aparecida, también nosotros decimos: ¡haber encontrado a Jesucristo es lo mejor que nos ha ocurrido en la vida, y darlo a conocer con nuestra palabra y nuestras obras es nuestro gozo más grande! Este encuentro le ha dado a nuestras vidas un nuevo horizonte y una orientación decisiva. La amistad de Jesús, su cercanía y su presencia, colman nuestros corazones de alegría y dan a nuestras vidas un sentido nuevo y pleno. Se disipan los temores y somos capaces de grandes aspiraciones. Y por eso estamos felices. Como San Pablo les decía a los Filipenses en la segunda lectura, también nosotros también decimos: “…Yo lo puedo todo en aquel que me conforta…” (Flp 4,13)

Partiendo de esta experiencia radical y transformadora el Papa Benedicto les propuso a los millones de jóvenes reunidos en Madrid, y a los jóvenes de todo el mundo, también a ustedes, queridos chicos y chicas: ¡permanezcan firmes en la fe, arraigados y edificados en Cristo! ¡No se dejen robar esta alegría y esta esperanza! No se priven de esta amistad que -como ninguna otra- podrá dar un nuevo horizonte y una orientación decisiva a sus vidas.

La experiencia cotidiana nos confirma que esta amistad con Jesús también podemos perderla, como sucede en cualquier amistad que no es cuidada, cultivada, profundizada. Por eso necesitamos arraigar, es decir, echar raíces, ahondar el vínculo. Por eso necesitamos edificar, es decir, construir día a día sobre sólidos cimientos. Sólo el árbol de raíces profundas se mantiene en pie cuando soplan vientos fuertes y adversos. Sólo la casa sólidamente edificada resiste las tormentas. Mis queridos chicos y chicas: vivimos tiempos adversos para la propuesta del Evangelio; hay tormentas fuertes que desde fuera –y aún desde dentro- de la Iglesia parecieran querer arrebatarnos la alegría del encuentro con Jesús. Por eso la propuesta del Papa a mantenerse firmes en la fe, arraigados y edificados en Él.

Pero el Papa no sólo los invita a arraigar en Cristo, a edificar sus vidas en Él. También les propone que comuniquen esta hermosa experiencia a los demás, especialmente a los otros jóvenes que encuentren en el camino de la vida. Como todos los dones de Dios son para compartirlos, sería una mezquindad guardarse esta alegría. Cuando de verdad nos hemos encontrado con Jesucristo sentimos el mismo fuego, el mismo deseo, la misma necesidad que vivieron los apóstoles después de Pentecostés: “no podemos callar lo que hemos visto y oído…” (Hch 4,20), respondieron a quienes querían silenciarlos.

La Iglesia diocesana celebra los 50 años de su creación. Durante este Año Jubilar hemos dado a gracias a Dios por este tiempo de peregrinación en la fe, juntos como “familia de Dios” en esta zona del oeste santafesino. Hemos dado gracias a Dios por todo el bien que Él ha hecho en nosotros y a través nuestro a lo largo de estos años. Hemos reconocido cuánto debemos a tantos hermanos y hermanas que nos han transmitido la fe. Hemos vuelto a tomar conciencia de ser eslabones de una larga cadena de creyentes que se remonta hasta los Apóstoles. En definitiva, hemos constatado una vez más que habernos encontrado con Jesucristo, a través de su Iglesia, es lo mejor que nos ha pasado en la vida y por ello queremos comunicarlo a los demás, especialmente a los niños y a los jóvenes, es decir a los que vendrán después de nosotros. Tampoco nosotros podemos ni queremos callar lo que hemos visto y oído, lo que hemos vivido y seguiremos viviendo: sólo Él tiene palabras de vida eterna; es decir: sólo Él puede darnos vida plena, felicidad perdurable, alegría serena y permanente.

Esta gran fiesta está preparada para todos, aunque no todos quieran aceptar la invitación. No se preocupen, no se desanimen, no se asusten. A nosotros nos toca, como a los servidores del Evangelio, salir a los cruces de los caminos para invitar a todos. Sí, mis queridos jóvenes, la vida cristiana es invitación, propuesta, irradiación, contagio, nunca imposición, costumbre, rutina. A nosotros nos toca vivir de tal forma nuestra amistad con Jesús que al vernos los demás se encuentren con Él y se queden con ganas de conocerlo, amarlo y seguirlo. La respuesta es de cada uno, libre y responsable.

El fin de semana pasado y hoy mismo ustedes han hecho esta sencilla experiencia del gesto misionero. Se ha tratado simplemente de eso: un gesto. Pero un gesto cargado de gratitud y compromiso, como la caricia tierna de la madre a su hijo, el fuerte apretón de manos de los amigos o el abrazo consolador a quien está sufriendo. Estos gestos misioneros no habrán servido para nada si sólo se quedan en ellos. Pero serán muy fecundos, en cambio, si expresan la inmensa gratitud de cada uno por haber experimentado la alegría del encuentro con Jesús y el compromiso misionero, perseverante y abarcativo de toda la vida. También hoy muchos son los invitados, buenos y malos, que están esperando este anuncio de parte nuestra. ¿Seremos tan mezquinos de privarlos de esta posibilidad?

Mis queridos jóvenes: ¡somos la familia de Jesús!, ¡somos la Iglesia!, ¡somos la comunidad de hombres y mujeres que se han encontrado con Jesucristo y en Él le han dado un sentido nuevo a sus vidas! Por eso somos la comunidad misionera y solidaria que aquí, en la diócesis de Rafaela, en los Departamentos 9 de julio, San Cristóbal y Castellanos, quiere salir a los cruces de los caminos para anunciar a todos: ¡hemos encontrado al Mesías: es Jesucristo, el Señor¡ En Él la vida se hace plena y fecunda; sólo Él tiene palabras de Vida Eterna.

Como Iglesia diocesana renovamos nuestro compromiso misionero y solidario:

En comunión con la Iglesia universal, junto al Papa y los millones de jóvenes reunidos en Madrid, también nosotros queremos estar arraigados y edificados en Él, firmes en la fe, para anunciarlo a todos los jóvenes.

Junto a los obispos latinoamericanos y todos los jóvenes del continente, queremos ser discípulos-misioneros de Jesucristo, para que en Él todos tengan Vida.

Con toda la Iglesia en Argentina, servidores y promotores de la vida desde el primer instante de la concepción hasta su fin natural, para celebrar el Bicentenario en justicia y solidaridad.

Compartir:

Deja una respuesta

Tu dirección de correo electrónico no será publicada. Los campos obligatorios están marcados con *