Homilía Corpus 2008 del obispo Franzini

Se trata de la homilía pronunciada por el Señor Obispo, Mons. Carlos María Franzini, en la Solemnidad del Santísimo cuerpo y Sangre de Cristo, en la iglesia Catedral el 24 de mayo de 2008.

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Queridos hermanos:

El Papa Benedicto ha pronunciado una hermosa homilía en la celebración del Corpus en la diócesis de Roma, el jueves pasado. De su rica enseñanza quiero tomar algunas ideas para compartir juntos esta tarde y así celebrar en comunión eclesial el Misterio de nuestra fe.

A los fieles de su diócesis el Papa les preguntaba sobre el significado de la solemnidad de hoy y él mismo les respondía: “…Nos los explica la misma celebración que estamos realizando, con el desarrollo de sus gestos fundamentales: ante todo, nos hemos reunido alrededor del Señor para estar juntos en su presencia; en segundo lugar, tendrá lugar la procesión, es decir, caminar con el Señor; por último, vendrá el arrodillarse ante el Señor, la adoración, que comienza ya en la misa y acompaña toda la procesión, pero que culmina en el momento final de la bendición eucarística, cuando todos nos postraremos ante Aquél que se ha abajado hasta nosotros y ha dado la vida por nosotros…”

Ante todo estar juntos en su presencia. Un estar juntos que no es un mero “amontonamiento de gente”. No. Se trata de una profunda experiencia de vida compartida a partir del mismo Cáliz del que se bebe y del mismo Pan que se reparte. Dice el Papa recordando los orígenes de esta celebración: “…en cada Iglesia particular había un solo obispo y, a su alrededor, alrededor de la Eucaristía celebrada por él, se constituía la comunidad, única, pues uno era el Cáliz bendecido y uno era el Pan partido, como hemos escuchado en las palabras del apóstol Pablo en la segunda lectura. Pasa por la mente otra famosa expresión de Pablo: «ya no hay judío ni griego; ni esclavo ni libre; ni hombre ni mujer, ya que todos ustedes son uno en Cristo Jesús» (Ga 3, 28). «¡Todos ustedes son uno!». En estas palabras se percibe la verdad y la fuerza de la revolución cristiana, la revolución más profunda de la historia humana, que se experimenta precisamente alrededor de la Eucaristía: aquí se reúnen en la presencia del Señor personas de diferentes edades, sexo, condición social, ideas políticas. La Eucaristía no puede ser nunca un hecho privado, reservado a personas escogidas según afinidades o amistad. La Eucaristía es un culto público, que no tiene nada de esotérico, de exclusivo.

¡Qué necesidad tenemos de redescubrir este carácter genuinamente revolucionario de la Eucaristía!: convocar y hacer la unidad; ser signo e instrumento del profundo anhelo de unidad que radica en el corazón de todos los hombres y mujeres de buena voluntad. Los cristianos, que compartimos este Pan y este Vino estamos llamados a ser los primeros testigos y constructores de la unidad en todos los ambientes: la familia, la parroquia y la diócesis; el barrio y el club; el pueblo y la ciudad, la provincia y la Nación. En las vísperas de un nuevo aniversario de la Revolución de Mayo, delante del Señor Eucarístico y de toda la comunidad diocesana aquí representada, renovemos nuestro firme y decidido compromiso de construir unidad. Tanto más en estos tiempos de especial crispación y desencuentro, que reclaman de todos la sabiduría del diálogo y el compromiso por el bien común.

Pero no sólo estamos juntos sino que también caminamos con el Señor, o deberíamos hacerlo. A menudo las dificultades y los problemas nos paralizan y aíslan. Por ello el Papa nos recuerda que: “…Con el don de sí mismo en la Eucaristía, el Señor Jesús nos libera de nuestras «parálisis», nos vuelve a levantar y nos hace «pro-ceder», nos hace dar un paso adelante, y luego otro, y de este modo nos pone en camino, con la fuerza de este Pan de la vida… La procesión del Corpus Christi nos enseña que la Eucaristía nos quiere liberar de todo abatimiento y desconsuelo, quiere volver a levantarnos para que podamos retomar el camino con la fuerza que Dios nos da a través de Jesucristo…” Con este gesto tan significativo queremos manifestar por las calles de nuestra ciudad que “…La Eucaristía es el sacramento del Dios que no nos deja solos en el camino, sino que se pone a nuestro lado y nos indica la dirección…” Como lo hizo con los discípulos de Emaús, en cada Eucaristía el Señor resucitado se pone junto a nosotros en el camino de la vida para ayudarnos a entender su sentido y a desear la Meta.

Alimentados con el Pan de Vida, los católicos de Argentina queremos caminar junto a todo nuestro pueblo que se dispone a celebrar el Bicentenario de la Revolución de Mayo. Acogiendo la invitación de la primera lectura, queremos hacer memoria agradecida de todos los dones que Dios ha regalado a nuestra querida Patria, antetodo su innegable identidad cristiana, aunque algunos pretendan soslayarla. Queremos ofrecer con sencillez y convicción la Verdad del Evangelio que puede dar respuesta a los más profundos interrogantes de hoy y de siempre. Queremos ofrecer el permanente esfuerzo por reconstruir los vínculos y la genuina amistad social entre todos los habitantes de esta bendita Nación, para erradicar resentimientos, odios, recelos y mutuas descalificaciones. Queremos animarnos a valorar la diversidad y la complementariedad de personas, grupos y sectores, todos necesarios para la construcción colectiva de la Patria. Caminando juntos, con rumbo y destino común, a pesar de tantos obstáculos en el camino, todos podremos crecer en una vida digna y plena, haciendo cada día más realidad el sueño de los fundadores de la Patria. Por eso suplicamos con fe: ¡Jesucristo, Señor de la historia, te necesitamos!

Finalmente la adoración, que prolonga y completa la celebración de la misa. Dice el Papa: “…Adorar al Dios de Jesucristo, que se hizo pan partido por amor, es el remedio más válido y radical contra las idolatrías de ayer y hoy. Arrodillarse ante la Eucaristía es una profesión de libertad: quien se inclina ante Jesús no puede y no debe postrarse ante ningún poder terreno, por más fuerte que sea. Nosotros, los cristianos, sólo nos arrodillamos ante el Santísimo Sacramento, porque en él sabemos y creemos que está presente el único Dios verdadero, que ha creado el mundo y lo ha amado hasta el punto de entregar a su unigénito Hijo (Cf. Juan 3, 16). Nos postramos ante un Dios que se ha abajado en primer lugar hacia el hombre, como el Buen Samaritano, para socorrerle y volverle a dar la vida, y se ha arrodillado ante nosotros para lavar nuestros pies sucios. Adorar el Cuerpo de Cristo quiere decir creer que allí, en ese pedazo de pan, se encuentra realmente Cristo, quien da verdaderamente sentido a la vida, al inmenso universo y a la más pequeña criatura, a toda la historia humana y a la más breve existencia…”

Porque sólo adoramos a Dios, “fuente de toda razón y justicia”, los cristianos reconocemos el carácter relativo de las personas, de las cosas materiales, de las ideologías y de los intereses sectoriales. Y no nos arrodillamos ante nada ni ante nadie, por más poder circunstancial que tenga. Adorar al Señor Eucarístico nos enseña también a dar a cada cosa su real valor y dimensión, a no afanarnos desmedidamente por lo relativo, a recibir con austera sencillez los dones y a compartir con amplia generosidad lo mucho o poco que tenemos con los demás, sobretodo con quienes menos tienen. La adoración se verifica auténtica sólo en el gesto solidario y en el compromiso perseverante por el bien común. Así, si los cristianos somos verdaderos adoradores daremos el mejor aporte que la Iglesia puede ofrecer a la Patria en esta hora delicada y providencial de nuestra vida nacional.

Por todo lo dicho les propongo que terminemos esta reflexión rezando juntos, como le venimos haciendo en cada una de nuestras comunidades, la oración por la Patria:

Jesucristo, Señor de la historia, te necesitamos Nos sentimos heridos y agobiados Precisamos tu alivio y fortaleza. Queremos ser nación, Una nación cuya identidad sea la pasión por la verdad y el compromiso por el bien común. Danos la valentía de la libertad de los hijos de Dios para amar a todos sin excluir a nadie, privilegiando a los pobres y perdonando a los que nos ofenden, aborreciendo el odio y construyendo la paz. Concédenos la sabiduría del diálogo y la alegría de la esperanza que no defrauda. Tú nos convocas. Aquí estamos, Señor, cercanos a María, que desde Luján nos dice: ¡Argentina!, ¡Canta y camina! Jesucristo, Señor de la historia, te necesitamos. Amén.

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