En la Argentina no hay oposición

“El termómetro marca fiebre. La madre del chico piensa y se pregunta ¿llamo al pediatra o al secretario Moreno?. Si llamo al doctor lo auscultará, analizará los síntomas, detectará la enfermedad y lo medicará ¡qué temor!… Si lo llamo a Moreno, viene con su termómetro y mi hijo no tendrá fiebre…¡qué alivio!. Por suerte está Moreno”.

Por María Herminia Grande

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La sociedad argentina podría estar representada en la conducta de la mamá de esta anécdota… Es menos problemático “creerse” la mentira, que enfrentar la realidad. Y la realidad es que en Argentina no hay oposición, porque la gente no tiene ganas que haya oposición. Y la oposición no está convencida en dejar de serlo para asumir las responsabilidades de ser oficialismo. La gente prefiere creer en lo que le cuentan, no en lo que vive. Ve como se deteriora la vida institucional argentina, como el poder Ejecutivo avasalla al Legislativo, a la Justicia y prefiere no enterarse. ¡Han puesto su poder de discernimiento en los bolsillos!… lo demás no importa. Argentina protagoniza el reality show de la indiferencia. Una vez más es aquella clase media que protagonizó los cacerolazos por el “corralito” financiero- cada vez más encerrada, autista y promiscua-, la que hoy hace oído sordos al deterioro institucional, a la pobreza del 50% de los asalariados y los 14 millones de pobres, marcando con su conducta la línea de lo que interesa o no, en este país. En reiteradas ocasiones se ha aludido a la debilidad y a la falta de convicción de la oposición en Argentina. Es sabido que cuando “uno no quiere, dos no pueden”. También es cierto que en esta situación si hubiese real y plena convicción en alguna de las partes, empujaría a la otra a un cambio de actitud. Si la ciudadanía reclamase enérgicamente por la independencia de poderes, por la calidad institucional, por la seguridad en todos sus niveles y por un plan estratégico de país que incluya a los excluídos, no solo la oposición debiese pensar seriamente en encontrar las coincidencias a través de un frente; sino hasta es probable que el propio oficialismo ocupe el rol que le fue asignado cuando se lo votó. Tal vez con esta actitud dejaría de comentar los hechos que acontecen, para actuar sobre ellos. Dejaría el asambleísmo que protagoniza para ejercer el poder conferido. Y Argentina , y los medios de comunicación, no se entrentendrían horas y horas , alternando el precio de la lechuga con el Gran Hermano. Se necesitan imperiosamente criterios de orden. Se necesita restablecer y jerarquizar la tabla de derechos y obligaciones. De lo contrario para qué sirve que Argentina por cuarto año consecutivo crezca más del 8% , si todo es incierto. Si ese crecimiento no ha resultado el mojón principal para impulsar una mejor redistribución del ingreso. Si ese 8% no ha servido para que el oficialismo que piensa por lo menos en cuatro años más de gobierno, ocupe su tiempo en la estructuración de un plan quinquenal conteniendo los nuevos aspectos que hacen no sólo a las democracias modernas, sino a las nuevas riquezas como la del conocimiento. La sensación es que nadie está proponiendo la agenda del futuro. El oficialismo se empeña en desandar los tiempos para desandar la historia y la oposición no sabe, no puede o no quiere proponer una agenda alternativa. Los intelectuales siguen en la mesa de café. La gran masa empobrecida de ciudadanos soporta su empobrecimiento. Los jóvenes se sienten desubicados dado que su adolescencia la protagonizan quienes debiesen marcarles el camino y sus límites. Está claro que siempre la mayor responsabilidad recae en quien más poder tiene. Hasta que todos y cada uno de los aspectos señalados no interesen hasta el punto de conmover a la ciudadanía, y ésta actúe en consecuencia involucrándose en la “cosa” política, Argentina seguirá deslizándose en el ahorismo. Pero entrampada en su pasado con una fuerza tal, que si no reacciona a tiempo, corre el riesgo de acuñar el siguiente slogan: “Argentina es historia”. No puede ser indiferente para Argentina que, no Bush sino el presidente de los Estados Unidos no venga a nuestro país en su próxima gira por América Latina. Lo mismo que hicieron oportunamente Chirac, el primer ministro de Japón-quien recorrió Uruguay, Brasil y Chile- , pero no Argentina. Solo un idiota puede creer que esto nos favorece. La realidad es que no vienen, porque Argentina ya no importa. Si el termómetro de las conductas políticas globales no fuese manipulado, el diagnóstico le permitiría al gobierno, a la oposición y a la ciudadanía cambiar sus actitudes y obrar en consecuencia. Lo mismo ocurre con el Mercosur. Días atrás el ex vicecanciller Andrés Cisneros definió la situación por la que atraviesa, notablemente: “el Mercosur es como el Cid Campeador, que muere el día anterior de la batalla decisiva; entonces su gente lo viste, le ponen su armadura, lo sientan en el caballo y lo muestran en la batalla. El prestigio que el CID conquistó en vida, posibilitó la victoria en la batalla. Al Mercosur, desgraciadamente, lo han matado, lo han exterminado, pero se mantiene la imagen del Mercosur por el prestigio que tiene. Al Mercosur lo han convertido en un órgano de difusión política del bolivarianismo y lo hemos dejado de utilizar para lo que fue creado, que es la integración económica”.

María Herminia Grande

Fuente: diario El Ciudadano, Rosario, 18 de febrero de 2007.

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