Defensores del “ser nacional”

El autor de Disposición Final, la confesión de Videla sobre los desaparecidos, el libro que recientemente publica las declaraciones del ex dictador en torno a los crímenes durante la última dictadura, retoma aquí las relaciones entre la cúpula militar y la Iglesia de aquellos años. Jorge Rafael Videla está convencido de que “Dios nunca me soltó la mano”, ni siquiera cuando su dictadura mató a miles de detenidos y luego hizo desaparecer sus cuerpos para que la gente no se enterara, “para no provocar protestas dentro y fuera del país”.

Por Ceferino Reato (Buenos Aires)

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Por Ceferino Reato.- El autor de Disposición Final, la confesión de Videla sobre los desaparecidos, el libro que recientemente publica las declaraciones del ex dictador en torno a los crímenes durante la última dictadura, retoma aquí las relaciones entre la cúpula militar y la Iglesia de aquellos años. Jorge Rafael Videla está convencido de que “Dios nunca me soltó la mano”, ni siquiera cuando su dictadura mató a miles de detenidos y luego hizo desaparecer sus cuerpos para que la gente no se enterara, “para no provocar protestas dentro y fuera del país”. Y apela a la noción de “guerra justa” de santo Tomás para justificar “la guerra contra la subversión”. En ese marco, Videla califica como “muy buena” la relación con la cúpula de la Iglesia católica durante sus cinco años de gobierno (1976/1981), aunque destaca que “la Iglesia no era adicta a nosotros; teníamos nuestros encontronazos, pero, como institución, se manejaba con prudencia: decía lo que tenía que decir sin crearnos situaciones insostenibles”. Y agrega: “En el plano individual, yo tenía una relación excelente con monseñor (Adolfo) Tortolo, por ejemplo: era un santo. El cardenal (Raúl) Primatesta era un hombre comprensivo; no digo que aplaudiera lo que estábamos haciendo, pero no era un (Vicente) Zazpe, que también integraba la mesa ejecutiva del episcopado y nos ponía en aprietos”. Tortolo era amigo y confesor de Videla y de su familia, y fue el principal respaldo de la dictadura en la Iglesia desde su triple condición de arzobispo de Paraná, vicario general de las Fuerzas Armadas y titular del episcopado. A dos meses del golpe, Primatesta reemplazó a Tortolo al frente de la Iglesia y eso moderó el respaldo activo de la cúpula a la dictadura, aunque el apoyo siguió por varias razones, según interpreto: -Videla y los militares se presentaban como los defensores del “ser nacional”, que era “occidental y cristiano”, y como los guardianes del patrimonio espiritual condensado en la fórmula “Dios, Patria y Familia”. -Ese discurso resultaba muy atractivo para el episcopado; unificaba a los sectores conservadores con los moderados en la ardua disputa interna que ambas líneas mantenían contra los grupos progresistas. -La Iglesia llegó al golpe dividida por esa disputa interna, que la había politizado de una manera tal que, a la hora de responder a los pedidos de ayuda de las víctimas, pesaron más los cálculos políticos, como la conveniencia de no aparecer debilitando a un gobierno en plena lucha contra la guerrilla, que la preocupación genuina por los derechos humanos de los detenidos desaparecidos. -Es probable que los grupos moderados sintieran culpa porque no habían podido evitar que en el pasado reciente la guerrilla, en especial Montoneros, hubiera reclutado buena parte de sus integrantes en la juventud católica. -Muchos obispos y sacerdotes han afirmado que les costaba creer que un católico ferviente como Videla fuera capaz de encabezar una represión en la que secuestraban, torturaban, mataban y hacían desaparecer personas. Es, con matices, lo que argumentaba el cardenal Pío Laghi, que fue Nuncio durante la dictadura y terminó acusado de cómplice. “¿Cómo iba a suponer que estaba tratando con monstruos, capaces de arrojar personas desde los aviones y otras atrocidades semejantes?”, se defendió Laghi en diciembre de 2000. Luego del golpe, Laghi prefirió cultivar una relación cordial, diplomática, con los jefes militares, como, por ejemplo, el almirante Emilio Massera, y preocuparse por casos puntuales de secuestrados o posibles víctimas. Laghi logró salvar a varias personas, pero comparte con la Iglesia argentina el mismo cuestionamiento: su falta de firmeza en la defensa de los derechos humanos. Se argumenta que una actitud diferente de, por ejemplo, Primatesta y Laghi, como la que tuvieron frente a la guerra con Chile, que evitó milagrosamente aquella locura, podría haber salvado muchas vidas. Eso pudo haber sido así aunque fueron situaciones distintas: en aquel conflicto limítrofe un sector de la dictadura, encabezado por Videla y Roberto Viola, no quería ir a la guerra, mientras que en la represión el frente militar actuó sin fisuras. De todos modos, aunque Laghi y el episcopado se preocuparon en todo momento por no romper con el gobierno, en especial con Videla y Viola, que eran vistos como “moderados”, fueron tomando mayor distancia del régimen a partir del 4 de julio de 1976, cuando la sangre manchó directamente a la estructura de la Iglesia con la Masacre de San Patricio, el asesinato de tres sacerdotes y dos seminaristas palotinos en la Iglesia de San Patricio, en el barrio de Belgrano. En la cárcel federal de Campo de Mayo, Videla sostiene que el asesinato de los palotinos fue “un acto de torpeza tremenda”. Dijo: “Había dos seminaristas muy comprometidos con la subversión, que eran militantes montoneros, pero el problema podía haber sido evitado; derivó en una confrontación innecesaria con la Iglesia, que no nos lastimaba. Podíamos haberle pedido a la Iglesia que los sacaran del país, por ejemplo a Venezuela, y lo habrían hecho, si comprensión les sobraba”. Dos semanas después de la matanza de los cinco palotinos, el domingo 18 de julio de 1976, un grupo de civiles armados que se identificaron como policías federales secuestró en la parroquia de Chamical, en La Rioja, a los sacerdotes Gabriel Longueville y Carlos de Dios Murias, quienes fueron torturados y luego asesinados. A la semana, fue acribillado el laico Wenceslao Pedernera, en Sañogasta. Y el 4 de agosto, el obispo Enrique Angelelli, que venía investigando y denunciando los asesinatos en su diócesis, murió al volcar la camioneta en la que viajaba, en un supuesto accidente que muchos califican como un asesinato. Luego de todas esas muertes, Laghi se reunió con Videla y con Viola. El 31 de agosto de 1976, en el cable número 5.684, calificado como secreto, el embajador estadounidense Robert Hill informó a su gobierno que Laghi les había contado cómo fueron esos encuentros para “discutir las fricciones entre la Iglesia y el gobierno”. “Laghi dijo –señaló Hill– que les había indicado a Videla y a Viola que la Iglesia no quería confrontar con el gobierno, pero que el gobierno debía tomar medidas si quería evitar esa confrontación”, como “frenar a quienes parecían creer que los sacerdotes eran blancos despejados, seguros, para el asesinato”. En un plano más general, Laghi les advirtió que “las declaraciones de la Iglesia sobre las violaciones a los derechos humanos hasta ahora han sido muy moderadas. Sin embargo, si las violaciones continúan, la Iglesia tendrá que tomar una posición dura”, según informó el diplomático estadounidense.

El autor es periodista y licenciado en Ciencia Política, editor ejecutivo de la revista Fortuna. Escribió, entre otros, los libros Operación Traviata y Operación Primicia.

Fuente: revista Criterio, Buenos Aires, Nº 2382 junio de 2012.

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