Escribano, una biografía indispensable

Un excelente libro de reciente aparición hace el esbozo de la biografía de uno de los periodistas más importantes en la historia de la prensa argentina.

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Por Joaquín Morales Solá.- Esta nota no será objetiva. José Claudio Escribano diría que los periodistas no deben escribir nunca bajo los efectos de las emociones y los sentimientos. Lo defraudaré. También aconsejaría no escribir sobre periodistas, porque estos no deben ser noticias, sino solo transmisores de ellas. Volveré a decepcionarlo. Pero resulta que un excelente libro de reciente aparición (Escribano, 60 años de poder y periodismo en La Nación, Editorial Planeta) hace el esbozo de la biografía de uno de los periodistas más importantes en la historia de la prensa argentina. ¿Cómo no hablar de él y del libro? Nos conocimos hace 40 años, y cultivamos una cálida amistad personal y profesional en los últimos 27 años en La Nación. Son razones suficientes para olvidar por un instante los habituales consejos de Escribano a los periodistas.

El libro es, en efecto, un buen esbozo de una biografía profesional mucho más vasta, que bien merecería un segundo tomo. Por ejemplo, señala la influencia de Escribano en el ejercicio de la columna política en la Argentina. Fue enorme, porque hubo un tiempo en que durante los domingos solo se hablaba de su columna en los círculos de la política. Eso sucedía a pesar de que nunca firmó sus artículos cuando fue el columnista de los domingos en el diario. Falta subrayar, sin embargo, el ascendiente que tuvo entre los propios columnistas políticos. Hasta la llegada de Escribano al análisis político, los diarios estaban acostumbrados a columnistas que sacaban sus conclusiones de la lectura de los diarios. Algunos hasta sostenían que el contacto con las fuentes de información solo manchaba sus conclusiones y que, en todo caso, los comprometía personalmente. Las versiones y los rumores se consignaban en otras secciones de los diarios, pero jamás en las columnas políticas. Escribano se formó desde el escalafón más bajo del diario (esa historia está muy bien contada en el libro) y no imaginó nunca un periodista que escribiera sin recorrer los recovecos de la política o que no hablara con los protagonistas de la vida pública. Llevó esa experiencia a sus columnas políticas. Sus artículos vibraban con la información propia del columnista y muchas veces contenían perfectas primicias informativas, noticias que nadie había publicado antes. Las columnas políticas cambiaron para siempre, no solo en La Nación. De la mano de Escribano, el resto de los diarios debió cambiar el contenido de las columnas políticas. Debía haber análisis, pero sostenido por la información. A Escribano le era más fácil, porque mientras ejercitaba el periodismo callejero también cultivaba su vasta cultura. Sigue siendo uno de los periodistas mejor formados intelectualmente.

Cuando llegó a la conducción de la Redacción (primero como secretario general y después como subdirector del diario), impulsó otro cambio sustancial en La Nación. Las noticias más importantes del día debían estar acompañadas por un análisis, por el relato del contexto y de los detalles de los personajes y los hechos. Eso, en 1981, cuando él accedió al liderazgo de la Redacción, fue una enorme novedad, por lo menos en los diarios más tradicionales e influyentes. Las noticias no debían esperar hasta el domingo para encontrar un analista o un columnista. Estos debían hacer su trabajo en el día a día de la información. Son incontables las veces que me llamó en la tarde ya avanzada para pedirme una columna para ese mismo día. “Con dos carillas me conformo”, era la forma de atenuar el pedido; sabe que a los periodistas no les salen nunca textos demasiado cortos. Era cuestión de ponerlos (ponernos) a escribir con palabras cordiales y elegantes. Las posteriores conducciones de la Redacción profundizaron ese dinamismo del diario y su permanente evolución como una institución de la prensa nacional, que perdura y perdurará.

Tiene fama de haber sido un jefe severo y exigente. Nunca lo vi pedir algo que él mismo no estuviera dispuesto a hacer o que no hubiera hecho. Sé, en cambio, que defendió a la Redacción y a sus periodistas con una garra y con una vocación encomiables. En los 12 años que fui columnista con él como jefe de la Redacción (desde 1993 hasta 2005), nunca interfirió en mis artículos, ni antes ni después de publicados. Ni siquiera quería conocer de antemano los temas que yo trataría. Hablábamos de la política y de la vida, pero nunca de las columnas políticas. Descreo de su severidad, no de su exigencia. La prueba es la ovación que le dedicaron los periodistas el día en que se despidió de la Redacción. Esa foto, con él obligado a subirse a un escritorio y los periodistas rodeándolo y aplaudiéndolo, es única en la historia de la prensa argentina. Se iba un auténtico líder. Aunque siguió (y sigue) en La Nación, ahora como miembro de su directorio, nunca más volvió al piso donde están los periodistas ni aspiró a tener influencia en la confección cotidiana del diario. Eso lo muestra como un hombre respetuoso de sus sucesores al frente de la Redacción.

Recuerdo los primeros años del kirchnerismo, en los que fue calumniado y difamado. El libro hace una buena descripción de cómo fue todo aquello. La facción gobernante del peronismo lo eligió como el periodista emblemático de la prensa enemiga. Nadie lo vio nunca con temor o con preocupación. Sabía que su primer y único amor profesional es un trabajo de riesgo. También enfrentó el peligro cuando escribía durante el gobierno militar. El libro de Hugo Caligaris y Encarnación Ezcurra debería ser de lectura obligatoria para los periodistas jóvenes, que felizmente no trabajarán nunca bajo una dictadura. Deben conocer, no obstante, que la historia existe tal como es y no como nos gustaría que fuera. En el libro, Escribano ratifica que el periodismo debió hacer más durante el gobierno militar; es decir, debió describir con mayor precisión la realidad de entonces, sobre todo en materia de violaciones de los derechos humanos. Yo lo escuché decir lo mismo a mediados de los años 90, y con más claridad y énfasis, delante del entonces jefe del Ejército, general Martín Balza, en una cena de Adepa en el Club Sueco. Escribano era en ese momento el presidente de la organización periodística. Al mismo tiempo, Escribano promueve una lectura integral de la historia, en la que estén inscriptos tantos los crímenes de los militares como los de la insurgencia armada. La reacción de las fuerzas del Estado, desmesurada, sostiene, fue consecuencia del desafío de formaciones guerrilleras fuertemente militarizadas. La historia está hecha de la verdad completa, no de relatos parciales ni de la memoria. La memoria es personal y subjetiva; la historia debe ser amplia, documentada y objetiva.

Me sorprendió al principio, no ya ahora, la predisposición de Escribano para hablar con personas que vienen de extracciones ideológicas e intelectuales muy distintas de la suya. Una vez, un periodista entrañable, Isidoro Gilbert, que murió prematuramente a los 89 años en 2018, y que había sido corresponsal de la agencia soviética Tass y militante del Partido Comunista Argentino, me contó que tenía una larga relación profesional con Escribano. “Coincido y disiento con Claudio, pero nunca sus ideas dejan de interesarme”, me dijo. La curiosidad del periodista le gana siempre al conjunto de sus ideas.

El mayor mérito del libro es la sinceridad con la que Escribano habla. Es él en estado puro. Es Escribano, genio y figura. Las anécdotas de su vida son intransferibles y sus ideas se pueden compartir o no, pero en esas páginas hay lecciones invalorables de periodismo. La sinceridad lo lleva incluso a contar sus acuerdos y sus desacuerdos con los propietarios de La Nación, aunque da por hecho algo que para él es obvio, una constatación fácilmente comprobable: su absoluta lealtad al diario en el que empezó a trabajar cuando aún era un adolescente. La aparición del libro debe ser una carga inesperada en su vida, porque es un profesional del bajo perfil. Las pocas veces que lo vi abandonar ese lugar fue para reclamar por agresiones a la prensa. La libertad nunca es, para él, una conquista definitiva, sino una lucha que debe librarse cada día. Se levanta en la mañana de todos los días dispuesto a encarar esa batalla. Por eso, el libro es solo un primer y buen esbozo de una vida mucho más prolífica, más dinámica y todavía profesionalmente inacabada.

Fuente: https://www.lanacion.com.ar/

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