Universalidad eclesial en la misa crismal en la Basílica de San Pedro

Este tiempo de servicio en Roma, providencialmente, me permite acercarme de nuevo a la persona del Papa, hoy Benedicto XVI, a quien el Señor le encomendó la guía y el cuidado de su rebaño.

Por Antonio Grande (Roma)

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ROMA (Por Antonio Grande). – Al acoger la invitación a compartir algunas vivencias de mi participación en la misa crismal en la mañana de Jueves Santo, en la basílica San Pedro, pensé en el sentido que me movía. Así maduré qué era acercar aspectos del misterio de la Iglesia de Jesús, a más de uno que se interesa en su lectura. Este tiempo de servicio en Roma, providencialmente, me permite acercarme de nuevo a la persona del Papa, hoy Benedicto XVI, a quien el Señor le encomendó la guía y el cuidado de su rebaño (cf. Mt 16,18-19). Más allá de los límites, incluso de los pecados de los discípulos de Jesús en el caminar cotidiano, es incontrastable la presencia de personas ricas de valores humanos sostenidos por la fe en El, que hacen visible el misterio de salvación que se viene desarrollando en la historia, hace más de dos mil años. Un nuevo signo de esta realidad es la reciente visita del Papa a los pueblos de México y Cuba. Desde el bautismo, todo el pueblo de Dios participa de la vida y de la misión de Jesús sacerdote, Buen Pastor. Por otra parte, según enseña el Catecismo de la Iglesia Católica: «El orden es el sacramento gracias al cual la misión confiada por Cristo a sus apóstoles sigue siendo ejercida en la Iglesia hasta el fin de los tiempos: es, pues, el sacramento del ministerio apostólico» (nº 1536). Una celebración destacada en el año es la misa crismal presidida por el obispo diocesano acompañado de su presbiterio y miembros de la comunidad diocesana, el Jueves Santo por la mañana en la Iglesia Catedral. O, en un día cercano, como es el caso de Rafaela, en que suele celebrarse el jueves anterior a ese día para facilitar la participación de todos los sacerdotes. Son rasgos particulares de esta celebración, ser una experiencia original del pueblo de Dios junto a su obispo, la renovación de las promesas de los sacerdotes y la bendición de los óleos y la consagración del crisma que serán usados en los sacramentos del bautismo, la confirmación, el orden sagrado y la unción de los enfermos. Mi experiencia habitual de esta celebración como integrante del presbiterio rafaelino junto al obispo cultivó en mi corazón la realidad de pertenencia a la Iglesia de Jesús en su expresión particular. Es decir, la experiencia eclesial que acompaña la historia y el caminar de las personas de las ciudades y de los pueblos del noroeste santafesino con sus diversos matices, búsquedas, logros y fracasos. La identifico como el celebrar el trato cercano y personalizado de años de camino compartido. Concelebré en la misa que presidió Benedicto XVI acompañado de cardenales, obispos auxiliares y sacerdotes que participan en diversas realidades evangelizadoras, sumando un millar, en una primera impresión. También participaron numerosos laicos y consagrados de diversas proveniencias. Allí me emergió fuerte la dimensión de la universalidad de la Iglesia, al poder contemplar al Papa presidiendo la eucaristía acompañado por fieles católicos provenientes de los cinco continentes. Señalo que de la muchedumbre presente solo reconocí a unos pocos por haberlos tratado personalmente en alguna oportunidad. Al mismo tiempo, experimenté la alegría y la fuerza de la comunión que nos unía en el afecto y la adhesión de fe al Señor Jesús y a su Madre, reunidos junto al Papa y sumando la experiencia particular de Iglesia que cada uno trae desde su propia realidad eclesial originaria.

El autor es sacerdote rafaelino, actualmente rector del Colegio Sacerdotal Argentino en Roma.

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