Unir a un país quebrado, la misión casi imposible que condicionará a Biden

Por Rafael Mathus Ruiz.- A sus 78 años, y con una carrera política de casi medio siglo sobre sus espaldas, Joseph Robinette Biden Jr. se cargó al hombro la misión más difícil de su vida. Biden prometió ponerle punto final a la peor pandemia del último siglo, “reconstruir mejor” una economía anémica, enfrentar el flagelo del racismo ­-el pecado original de Estados Unidos-, y salvar al planeta del cambio climático. Biden dejó en claro que nada de eso será posible si no logra, primero, alcanzar el objetivo primordial de su presidencia: unir al país.

“Hoy, en este día de enero, mi alma completa está en esto: unir a Estados Unidos, unir a nuestro pueblo, unir a nuestra nación. Y pido a todos los estadounidenses que se unan a mí en esta causa”, pidió en su mensaje inaugural.

Es, a la vista del presente que recorre Estados Unidos, una misión poco menos que imposible. La sociedad está fracturada. El Congreso acaba de sufrir un ataque que Biden llamó un acto de “terrorismo doméstico”. El presidente saliente, Donald Trump, desconoció su victoria, le negó una transición ordenada y un traspaso pacífico del poder, y se fue con la promesa de volver. Medio país ve su llegada a la Casa Blanca con esperanza, pero la otra mitad la observa con espanto, y entre quienes votaron en su contra hay millones convencidos de que se robó la presidencia, y llevará al país al socialismo, su peor pesadilla.

Luego de cuatro años de trumpismo, cargados de crispación y en los que la grieta se amplió y se profundizó, Biden dedicó casi todo su discurso inaugural a apelar a “los mejores ángeles” de la nación. Dijo que la furia, el resentimiento y el odio eran “enemigos comunes”, y que Estados Unidos había podido dejar atrás los momentos más oscuros de su historia -la Guerra Civil, la Gran Depresión, las Guerras Mundiales, los ataques del 11-S- porque “suficientes de nosotros nos unimos para llevarnos adelante”.

Sin unidad, remarcó, no habrá paz, progreso o nación. Solo furia, indignación y caos.

“Este es nuestro momento histórico de crisis y desafío, y la unidad es el camino hacia delante. Y debemos enfrentar este momento como los Estados Unidos de América. Si hacemos eso, les garantizo que no fallaremos. Nunca, nunca, nunca hemos fallado en Estados Unidos cuando hemos actuado juntos“, abogó.

Su discurso marcó el rumbo y el tono de su presidencia, y el final de un viaje como ningún otro en la historia política del país. Biden abandonó el retiro y llegó a lo más alto del poder en su tercer intento. Allá por mediados de 2019, cuando recién despuntaba la pelea por la Casa Blanca en otro mundo, aparecía como el favorito, pero su candidatura despertaba tantas dudas como certezas. Estuvo a punto de zozobrar, pero los afroamericanos de Carolina del Sur salvaron su campaña al inicio de las primarias. Al final, cumplió con la misión de desterrar a Trump de Washington. Su nueva tarea será mucho más difícil.

Su pasado y su historia personal lo convierten, para muchos, en el líder ideal para dar un golpe de timón después de Trump. Biden es un centrista, una figura respetada por el arco político y los aliados de Estados Unidos que pasó la mayor parte de su vida en Washington tejiendo acuerdos en los pasillos del Congreso. Sus pérdidas personales forjaron un carácter y una empatía reconocida por propios y ajenos, que ahora aparecen como virtudes oportunas en un presidente que intentará tender puentes en una sociedad que, como él mismo reconoció en su mensaje, no se escucha, no se mira, no se respeta, y, por momentos, tampoco se tolera. Dos países que miran realidades antagónicas. Esa desconfianza, dijo Biden, no es la respuesta.

“Debemos poner fin a esta guerra incivil que enfrenta al rojo contra el azul, rural versus urbano, conservador versus progresista. Podemos hacer esto si abrimos nuestras almas en lugar de endurecer nuestros corazones. Si mostramos un poco de tolerancia y humildad, y si estamos dispuestos a ponernos en el lugar de la otra persona, como diría mi mamá, sólo por un momento, ponéte en su lugar“, pidió Biden, ya sobre el final de su mensaje, apelando a la humanidad de la gente.

Pero en Estados Unidos abunda la desconfianza. El antiguo jefe de Biden, Barack Obamatambién apeló a la unidad y terminó enfrentado con los republicanos, y le entregó la presidencia a Trump, quien, de no mediar una pandemia, hubiera quizá obtenido otro mandato apelando a la grieta. Muchos republicanos creen que Biden ha perdido la agudeza mental para ser presidente, o lo ven como un caballo de Troya de una izquierda radical. Y Biden también deberá lidiar con los tironeos dentro de su propio partido: el ala progresista parece dispuesta a concederle muy poco margen si se corre al centro para acercarse a los republicanos.

Los republicanos, a su vez, tienen sus propios problemas: quedaron al borde de la fractura. Algunas figuras “institucionalistas”, como Mitt Romney, parecen muy dispuestas a respaldar la cruzada reparadora de Biden. Pero otros, como Ted Cruz o Mike Pompeo, intentarán seducir a la coalición trumpista, poco afecta a los mensajes de unidad. Los trumpistas solo piensan en el retorno de Trump, quien, si sale airoso de su segundo impeachment, puede intentar volver al poder con los republicanos, con su propio su propio partido si decide romper.

Biden se encuentra en la Casa Blanca con problemas más difíciles que cualquier otro presidente desde Franklin Delano Roosevelt y un ambiente tóxico luego de una presidencia que puso a prueba la democracia del país. Tiene una ventaja: asume cuando el mundo ya tiene las vacunas para controlar la pandemia del coronavirus. Si lo logra, y encarrila la economía -como ya lo hizo junto a Obama, en 2009-, conseguirá oxígeno para lo demás.

“Es momento para la osadía, porque hay mucho hacer”, dijo Biden, ya sobre el final de su discurso.

Por todo lo que mostró Estados Unidos en el último tiempo, unir al país parecer ser lo más osado que puede intentar hacer un presidente.

Fuente: https://www.lanacion.com.ar/

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