Una nueva forma de gobernar

Por Elisabetta Piqué.- La escritora y periodista refiere anécdotas que dan cuenta de su cercanía al papa Francisco y las incertidumbres que actualmente se perciben en el Vaticano.

Me pidieron una nota testimonial. Por eso empiezo diciendo que, a un año de Francisco, lo que seguramente puedo afirmar es que mi vida ha cambiado. Escribí la biografía de un Papa, Francisco, Vida y Revolución, que ha sido traducida a otros idiomas y está siendo editada en diversos países, algo que jamás hubiera soñado. De repente, además, me he visto “acosada” por medios de todo el mundo que me buscan –antes como periodista argentina que conocía al cardenal arzobispo de Buenos Aires, ahora como biógrafa del Papa del fin del mundo–, para tratar de entender el “fenómeno Bergoglio”.

En un año, mi papel de corresponsal “itinerante” del diario La Nación, que desde hace varios años desde Roma cubría el Vaticano, pero también guerras, terremotos políticos y demás eventos en diversas partes del mundo, fue cambiando al de “vaticanista”: experta en Vaticano.

De hecho, desde el 13-3-13, no hago otra cosa que seguir al Papa argentino y escribir sobre él, mirando cada uno de sus movimientos, gestos, palabras –que en muchos casos, ya hacía y decía en Buenos Aires–, leyendo atentamente todos sus discursos, sus homilías de las misas matutinas de Santa Marta, sus Angelus, sus audiencias generales de los miércoles.

Sobre todo sigo atentamente lo que en italiano llaman sus “improvisaciones”, que en verdad no tienen nada de improvisado. Es decir, lo que suele agregar en homilías o discursos preparados de antemano, hablando desde el corazón, con esa autenticidad que lo ha convertido uno de los líderes más populares. Por lo general, es exactamente eso: lo que agrega al texto escrito al que solemos tener acceso los periodistas acreditados ante la Santa Sede, con embargo, lo que habitualmente se transforma en el título del día siguiente en los diarios. Y sigo también atentamente sus salidas del antes super-rígido protocolo del Vaticano, cosas que descolocan en el “Oltretevere”, pero que le fascinan al mundo, que hace un año fue testigo de la aparición de un Papa “normal”. Un Papa que, como dicen en Roma, “é uno di noi” (es uno de nosotros).

Ahora, cuando alguien me pregunta “¿pero cómo, no vas más a las guerras?”, suelo contestar “la guerra ahora está acá”, jugando con las resistencias que encuentra Francisco en el Vaticano en general y en ciertos sectores de la Iglesia, que se encuentran descolocados.

La mayoría de los cardenales que en el cónclave pasado votó por el tímido cardenal arzobispo de Buenos Aires, Jorge Bergoglio –porque habían quedado fulgurados por un discurso breve pero potente, durante la congregación del 7 de marzo–, nunca imaginó que la elección del Papa del fin del mundo comportaría cambios tan radicales. “¡Qué hemos hecho!”, me confesó un cardenal que impulsó la candidatura de Bergoglio unas semanas después del 13 de marzo, cuando oficialmente se anunció que el Papa había decidido quedarse a vivir en la domus Santa Marta, en una primera señal de ruptura y en un claro mensaje de austeridad y cambio.

“No, los cardenales no nos esperábamos una bocanada de aire tan fresco como el que llegó”, dijo recientemente Cormac Murphy O’Connor, arzobispo emérito de Westminster, al responder una pregunta durante la presentación romana de mi libro.

Este aire fresco –que a muchos que lo vivieron les recuerda la efervescencia que había durante el Concilio Vaticano II–, “ha resfriado a muchos en el Vaticano”, me comentó por lo bajo un sacerdote argentino que vive en Roma, entusiasmado con la “primavera” que Bergoglio hizo estallar en el Vaticano y en la Iglesia universal.

Aunque ahora no diré nada nuevo, Jorge Bergoglio descolocó de entrada, eligiendo el nombre Francisco –por el poverello de Asís, todo un programa–, que ningún papa antes se había atrevido a elegir. Con la creación de diversas comisiones que están analizando e investigando números, demostró desde el vamos que está determinado a hacer una “limpieza” a fondo en todo lo que tiene que ver con el dinero, la corrupción y el nepotismo salidos a la luz tanto en el Ior –el banco del Vaticano–, como en la curia romana, denunciados durante el escándalo del Vatiliks, quizás uno de sus máximos desafíos.

Ayudado por el denominado G8, el grupo de ocho cardenales que lo asesoran en un novedoso consejo de la corona –que habla a las claras de una nueva forma de gobernar, colegiada y ya no eurocéntrica–, está analizando, además, una reforma de la curia. Más allá de las fricciones que esto puede generar en un Vaticano en los últimos años “paralizado” en internas muy italianas, lo que más sorprende y descoloca de Francisco es su visión de la Iglesia: como un hospital de campaña después de la batalla, que debe volver a acompañar a los heridos de este mundo, que son muchos. No sólo los pobres, los excluidos, los marginados, sino también aquellos que quizás se han alejado porque no se han sentido acompañados, como los homosexuales, los divorciados vueltos a casar, que, quizás, se encontraron más con “príncipes” que con “pastores con olor a oveja”.

Justamente porque quiere una Iglesia que acompañe a los hombres y mujeres de hoy, llamó a un sínodo sobre la familia que, algunos temen, puede resultar una “caja de Pandora”. Abriéndose un debate sobre cuestiones antes tabú –como por ejemplo, los divorciados vueltos a casar–, en un futuro no próximo podría haber transformaciones.

Ahora que me toca muchas veces hablar en público sobre lo que yo no temo en definir y considerar “una revolución”, la revolución de austeridad, humildad y libertad de Francisco –un Papa que no tiene miedo de cambiar las cosas–, algunos me preguntan si Francisco no siente el peso de la titánica labor que tiene por delante.

Y la respuesta es no. Silvia Skorka, esposa del rabino Abraham Skorka, que no veía a Jorge Bergoglio desde antes de que dejara Buenos Aires, hace unas semanas, después de almorzar con él, me confesó haber quedado impactada por la paz interior que transmite. Una paz que él mismo dice sentir, siempre, desde lo alto, más allá de la responsabilidad inmensa que tiene como jefe de una Iglesia católica sobre la cual hay inmensas expectativas.

La autora es corresponsal del diario La Nación en Italia. Autora del libro Francisco, Vida y Revolución.

Fuente: revista Criterio, Buenos Aires, Nº 2401, marzo 2014.

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