Una movida más política que electoral

Por Adrián Ventura

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La renuncia de Horacio Rosatti y su cambio por Alberto Iribarne tiene una doble lectura: la inmediata es que el ministro de Justicia se había quedado sin oxígeno al no aceptar la candidatura a diputado nacional que le ofreció el Presidente; la política es que el jefe de Gabinete, Alberto Fernández, consiguió colocar en esa cartera a un hombre de su confianza. Hay algo de cierto en una interpretación electoral. El tiempo de Rosatti se había agotado hace un mes, cuando le dijo al presidente Néstor Kirchner que no estaba dispuesto a formar parte de la lista de candidatos a diputados nacionales por Santa Fe, ni como segundo de la vicegobernadora María Eugenia Bielsa -que tampoco aceptó el ofrecimiento- ni como cabeza de lista. Rosatti, en ese momento, desdibujó la estrategia que tenía el Gobierno para intentar hacerle frente a Hermes Binner, el candidato del socialismo. En ese momento, Rosatti se quedó sin el apoyo de Kirchner. El ministro lo sabía y escribió su dimisión en julio, pero le cambió varias veces la fecha. Por eso, ayer, durante la charla a solas en la Casa Rosada, Rosatti le señaló al Presidente que su renunciamiento para la causa kirchnerista lo había efectuado en 2003, cuando decidió abandonar la candidatura para gobernador de Santa Fe -proyecto para el que lo respaldaba Carlos Reutemann- para sumarse al equipo de gobierno. Esta vez, en cambio, no quería arriesgar frente a Binner las pretensiones electorales que él tiene en la provincia para 2007. Pero, en rigor, hacía meses que Rosatti venía sufriendo un desgaste de su gestión dentro del gabinete nacional.


El jefe de Gabinete, Alberto Fernández, era uno de quienes más lo cuestionaba: criticaba a Rosatti porque éste no previó varios fallos que dictó la Justicia y que sorprendieron al Gobierno, entre ellos algunos de la Corte Suprema y la resolución de la Cámara del Crimen que excarceló a Omar Chabán. Por eso, Rosatti, en su carta de renuncia, también hace hincapié en que él siempre respetó la independencia judicial y, para que no quede duda, acompañó una copia firmada por el presidente de la Asociación de Magistrados de la Nación, Miguel Camino, que reconoce en el ministro esa virtud. Rosatti es, básicamente, un jurista que hace política y nunca quiso arriesgar su merecido prestigio personal haciendo operaciones en la Justicia. La jugada política de Fernández, en cambio, apuntaba más allá: erosionar al ministro para colocar en su cargo a un hombre de su riñón. Durante los últimos meses, siempre que se habló del alejamiento de Rosatti, surgía el nombre de dos hombres vinculados estrechamente con el jefe de ministros: el de Abel Fleitas Ortiz de Rozas, titular de la Oficina Anticorrupción, y el de Iribarne, un hombre al que Fernández colocó en la estructura de conducción del PJ-Capital. Finalmente prevaleció el nombre de este último y, en el mismo instante en que Rosatti llevó su renuncia a Kirchner, el Poder Ejecutivo levantó el nombre de Iribarne. Iribarne es un hombre curtido en la política de los años 90 y reconvertido en kirchnerista. Y a tal punto se cuida de mantener un perfil tan extremadamente bajo que pocos podrían mencionar que él era, hasta ayer, el secretario de Seguridad de la Nación. Ayer, la gente de Iribarne se interesaba por el avance de la causa del supuesto pago de sobresueldos a funcionarios nacionales durante la gestión de Carlos Menem, que tramita en la Justicia. Pero Iribarne es capaz de desempeñar un buen papel político. Y con un perfil muy bajo.

Fuente: diario La Nación, Buenos Aires, 26 de julio de 2005.

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