Una Iglesia “en salida”: más purificada de sus pecados, más despojada y libre de ataduras

Con motivo de la fiesta de Rafaela, solemnidad de la dedicación de la Iglesia Catedral “San Rafael”, se transcribe la homilía del párroco Alejandro Mugna: Una vez más damos gracias a Dios por el aniversario de la formación de Rafaela, nuestra querida ciudad, que alberga a gran parte de los fieles de nuestra diócesis. Al mismo tiempo, celebramos la solemnidad de la dedicación de este templo Catedral bajo el patrocinio del Arcángel “San Rafael”, que como su nombre lo indica es “medicina de Dios”, es aquel que conoce bien todos los caminos (cfr. Tb 5,6). Esta solemnidad se celebra en toda la diócesis, recordando que la Catedral es la iglesia Madre, signo sencillo pero elocuente de la comunidad que peregrina en una zona extensa y diversa. Conformada por tres departamentos de nuestra provincia (Castellanos, San Cristóbal y 9 de julio). En este templo, dónde se destaca la mesa del altar “signo de Cristo piedra angular de la Iglesia” y las doce columnas iluminadas que nos recuerdan a los Apóstoles, cuya predicación constituye el fundamento de nuestra Fe. Es el templo donde está la sede del Obispo, Padre y Pastor de esta diócesis, a la que formamos nosotros, los que habitamos en ella de norte a sur y de este a oeste. Deseamos que esta Liturgia que estamos celebrando, haga resplandecer este lugar como “Casa y Escuela de Comunión” (NMI 43), de puertas abiertas, casa sencilla e imperfecta… para que nadie se sienta extraño en ella, por el contrario, que sea el lugar dónde todos adquirimos la misma dignidad de hijos, dónde sea imposible no experimentar la Misericordia de Dios y renacer a una vida nueva. Esto es un compromiso desafiante para la comunidad parroquial que se aloja en ella; deberá esmerarse en una pobreza digna, en una solidaridad creativa, en una oración verdadera y en una comunión trabajosa pero posible. Nos compromete a ser familia de familias, donde los límites físicos de sectores y áreas pastorales se desdibujen, con tal de que nadie se sienta fuera, o se corte solo. El autor de la Carta a los Hebreos nos anima a vivir la Fe como una “maratón” que merece ser corrida: “…fortalezcan sus manos cansadas y sus rodillas temblorosas, y preparen caminos planos, a fin de que el pie torcido sane y no vuelva a dislocarse” (Hb. 12, 12-13); se trata de que todos lleguen a la montaña santa, y hagan la experiencia de un Dios inmenso, todopoderoso, rodeado de gloria, pero accesible a través de Jesús que nos ha liberado en su Pascua. (Cfr. Hb. 12, 18-24). A la entrada de Jericó Jesús sabe descubrir en la altura artificial de Zaqueo, no sólo a un hombre de estatura baja, sino un corazón insatisfecho pero digno de ser visitado…, y se invita a su casa. La respuesta de Zaqueo es la alegría por un lado, y al mismo tiempo el deseo de purificarse de su corrupción, de compartir incluso lo que verdaderamente le pertenece, con tal de alcanzar la dignidad perdida, se trata de un corazón enano que ante la mirada y la llamada de Jesús se agiganta, se expande abrazando una pobreza fecunda, a cambio de una vida nueva y luminosa, para él y para su familia. La Iglesia, inseparable de Cristo, es por lo tanto inseparable de los pobres y los pecadores; no puede dejar de llevar a los corazones dispuestos, el anuncio del Evangelio y provocar en ellos una conversión radical, transformación profunda de la mente y del corazón (Cfr. EN 10) que provoque la concreción de la Justicia y de la Paz, horizonte de una humanidad nueva. Esta experiencia vivida por la Iglesia primitiva, atraviesa la enseñanza del Concilio Vaticano II y de los Papas de nuestro tiempo. No se trata de una simple “causa de los pobres” que muchas veces es mancillada, utilizada de manera inescrupulosa. Se trata en primer lugar de una mirada astuta y contemplativa como la de Jesús, que busca los corazones dispuestos a un sincero cambio personal, social y sectorial. Debe ser una Iglesia “en salida”, cada vez más purificada de sus pecados, cada vez más despojada y libre de ataduras, cada vez más comprometida en la transparencia, en la verdad como único camino posible para el anuncio valiente y penetrante del Evangelio. Que se trate de una Iglesia misericordiosa y sanadora, que con sabiduría, busque incansablemente el compromiso por el Bien Común, y desestime siempre la viveza criolla del “sálvese quien pueda”. Pidamos a San Rafael, que como fiel servidor del Dios altísimo y cercano a la vez, nos muestre los caminos sanadores del Amor verdadero, de la Justicia y la paz social en el “hoy” de nuestra Patria. Que en ninguna familia de nuestro país falte el pan cotidiano, fruto de un trabajo digno y estable, que nos veamos para siempre libres de toda violencia e inseguridad. María Madre de la Iglesia, ruega por nosotros. Amén

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