Una derrota y muchas lecciones para Kirchner

La caída electoral de Rovira le coloca un freno abrupto a la corriente de reformas constitucionales que se abatió sobre el país al solo efecto de conservar el cargo de los gobernadores.

Por Joaquín Morales Solá

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Lo que ha sido el mayor escándalo de proselitismo desde la restauración democrática no les sirvió de nada a los escandalosos. Carlos Rovira ha perdido desastrosamente y lo que ha triunfado en Misiones es una cierta noción de la República y de la democracia.

Ni las raciones de carne distribuidas ofensivamente por Rovira, ni los muertos que votan, ni los longevos de más de 100 años que caminan, ni los paraguayos que votan con DNI argentinos, ni los minicréditos que provocaron la algarabía de mujeres desesperadas, ni las bolsas de comida con las boletas del gobernador abrochadas fueron suficientes para crear un pésimo antecedente dentro de la ya grave crisis institucional argentina.

Hubo algo más notable aún: el poderoso aparato político de Rovira se movilizó, tal como se esperaba, pero terminó trasladando a personas que votaron contra el proyecto de perpetuidad del gobernador más que por su permanencia. Misiones es una provincia con mucha pobreza, pero hubo ayer igual cantidad de dignidad cuando sus ciudadanos decidieron no confundir el clientelismo electoral con la opinión política personal.

Todo eso señala, además, que hubo también una derrota del atropello. En un país donde ciertas bravatas nunca pagaban ningún precio, el estilo caudillesco de Rovira, que hasta les prohibió a los policías asistir a misa, es un claro “no” al método de llevarse por delante a cualquiera.

Debe destacarse que el primer “no” a esos modos no llegó de los sofisticados centros urbanos, sino de una provincia remota y pobre.

La caída electoral de Rovira le coloca un freno abrupto a la corriente de reformas constitucionales que se abatió sobre el país al solo efecto de conservar el cargo de los gobernadores.

Rovira habría perdido aunque hubiese ganado. Los otros gobernadores que cambiaron las constituciones tuvieron, al menos, el pudor de introducir modificaciones más amplias que la sola reelección.

Rovira decidió aplicar su voluntad como sólo se hacía en los tiempos de las monarquías absolutas. Sólo se modificaría el artículo de la Constitución que legisla sobre los mandatos de los gobernadores para instaurar un sistema de reelección ilimitada.

Una ignota prima del gobernador, que nadie conoce -ni conoció nunca-, pero que lleva el apellido Rovira, encabezó la lista del propio Rovira.


La actitud del gobernador fue tan escandalosa que el propio Néstor Kirchner le pidió, en la semana última, que en caso de ganar anunciara en el acto que se presentaría sólo por un mandato más. El problema para Rovira -y para Kirchner- es que aquél perdió.

¿Qué consecuencias tendrá para el Presidente la derrota de su aliado misionero? Es probable que ni la victoria ni la derrota de Rovira hubieran tenido efectos de gloria o de catástrofe para su popularidad mientras la economía siga creciendo a un ritmo asiático.

Los grandes centros urbanos del país, además, se olvidan rápidamente de lo que acontece en la Argentina profunda.

Pero le dejará a Kirchner algunas secuelas políticas y personales. La primera lección que podría recibir es que en adelante deberá reflexionar antes de volcar sus adhesiones y de convocar a sus aliados.

Rovira nunca mereció que Kirchner jugara la institución presidencial por la continuidad de un caudillo obsoleto y prepotente. Son las ideas y los métodos -y no la edad- lo que marca la vejez o la juventud de los protagonistas públicos.

Mucho menos mereció que el Estado nacional desviara enormes recursos fiscales a Misiones para conformar la ambición de un político mediocre.

La segunda advertencia que le llegó a Kirchner desde Misiones se refiere a la relatividad de los políticos invulnerables.

Ni él cambió el curso de las cosas cuando viajó inútilmente a Posadas ni Rovira ganó “paseando”, como había adelantado el propio gobernador perdidoso.

Ninguna elección la definen los encuestadores, siempre bondadosos con el poder; toda elección se decide, en cambio, el día de los comicios, y siempre depara una sorpresa.

La tercera lección podría recibirla la oposición, porque sólo un proyecto conjunto en Misiones pudo ponerle freno a un intento de hegemonía política que, se dé donde se diera, termina devaluando a la democracia.

Es cierto, a su vez, que una cosa es la unión para defender principios institucionales y otra cosa es una coalición para gobernar el país.

Sin embargo, el precedente de Misiones podría ser atractivo para algunos sectores de la oposición a Kirchner, aunque seguramente no incluirá a todos sus adversarios.


¿Y la Iglesia? En primer lugar, es notable que un obispo catalán y desconocido hasta hace poco, Joaquín Piña, les haya puesto el primer freno en serio a Kirchner y a Rovira.

El cardenal Jorge Bergoglio, que le dio su “aval” personal a Piña, nunca dirá que le ganó a Kirchner, porque nunca estuvo en su espíritu esa ambición.

Pero podrá decir que no se equivocó cuando avaló a Piña sólo para que se convirtiera en un emblema de la defensa de las instituciones.

Ese es el primer objetivo de Bergoglio. El propio Kirchner colocó a la Iglesia en el centro de sus embates cuando nada lo obligaba a ello. La audacia presidencial -y cierta dosis de arbitrariedad- también encontró un férreo límite ayer en Misiones.


Un párrafo aparte merecen los encuestadores argentinos o, para ser justos, la mayoría de ellos. Han difundido encuestas previas con una abrumadora victoria de Rovira. Uno de ellos informó públicamente el miércoles pasado que el gobernador ganaría por 15 puntos. O son muy malos o han hecho de la manipulación una profesión.

Sucede más lo último que lo primero. Aquel que vociferaba un triunfo oficialista de 15 puntos le pasó sus encuestas verdaderas al gobierno: Rovira le ganaba a Piña sólo por cuatro puntos.

Esa diferencia está, incluso, en el margen de error de cualquier encuesta. Una medición va al gobierno y otra está dirigida a los argentinos incautos.

Ningún encuestador, que se sepa, pronosticó el derrumbe electoral de Rovira en el domingo misionero.

Otra sorpresa sucedió ayer. A las 20, hora argentina, se conoció cómo habían votado cerca de 80 millones de brasileños. La elección se había cerrado apenas una hora antes.

A la misma hora, los argentinos sólo sabían cómo había votado el 15 por ciento de los 700.000 misioneros que debían definir si Carlos Rovira conseguiría la posibilidad de quedarse para siempre. La elección en Misiones había concluido dos horas antes.

La diferencia está en la forma de votación: Brasil cuenta con un sistema de voto electrónico y la política argentina no quiere deshacerse del viejo, arcaico y potencialmente fraudulento método de las boletas dentro de los sobres.

Kirchner deberá emprender la reforma de la política -de sus métodos y de sus protagonistas-, porque corre el riesgo de comprobar él mismo que el superávit no es una virtud más grande que la dignidad.

Por Joaquín Morales Solá

Fuente: diario La Nación, Buenos Aires, 30 de octubre de 2006.

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