Un tal señor Jorge Luis y un tal señor Ernesto

“Somos nuestra memoria, somos ese quimérico museo de formas inconstantes, ese montón de espejos rotos” (Jorge Luis Borges). “La vida es tan corta y el oficio de vivir tan difícil, que cuando uno empieza a aprender, ya hay que morirse” (Ernesto Sábato).

Por Adan Costa Rotela (Santa Fe)

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(Por Adan Costa Rotela).- Indagando en mi memoria, las palabras Borges y Sábato se asocian con la imagen que me trae a mi propia persona, pero con dieciséis años y sentado pacientemente sobre un pupitre escolar en clase de literatura del colegio secundario. Estas dos palabras nos han abordado tempranamente a los argentinos de cualquier edad por imperio de su fama o por mandato escolástico. Lo que se dice en torno al arquetipo de otro héroe del panteón de los próceres argentinos, José de San Martín, también es perfectamente trasladable a los escritores Jorge Luis Borges y Ernesto Sábato. Son personas de las cuales mucho y profusamente se habla y se ha hablado de ellas, pero escasamente se las conoce en sus personas, por fuera de los especialistas y los lectores interesados. En su obra concreta, en su pensamiento profundo, en sus costumbres cotidianas o en la decodificación de sus mensajes encriptados. A veces la fama es tan contundente que apreciarlos en términos de ser humano resulta embarazoso, más allá que ambos, Jorge Luis y Ernesto, en su vida y singularmente en su obra literaria, no dejaron ni un instante de hablar y hablarle al hombre de a pie, a sus fantasmas y sus complejidades. Más acá en el tiempo, alguien que quise mucho me acercó a Tadeo Isidoro Cruz y su biografía. ¿Quién fue realmente el Sargento Cruz? Un personaje emergido de la pluma erudita de Jorge Luis en clave con el Martín Fierro. Confieso que me impactó tanto la historia que penetró en mi propia historia. Releí ese cuento tantas veces que resultaría inconfesable, e incluso baladí, afirmar un número de veces releídas, puesto ya mañana seguramente se habrá modificado. Me fascinó el relato de aquel hombre que, en letra de Borges, pudo saber que un destino no es mejor que otro, pero que todo hombre debe acatar el que lleva adentro. Aquel hombre que comprendió que las jinetas y el uniforme ya lo estorbaban, y comprendió su íntimo destino de lobo, no de perro gregario; comprendió que el otro era él. Poseer la capacidad de poder verse uno mismo en los ojos de la otra persona contrapuesta en fuego enemigo, en su aparente antítesis, lleva oculto un agudo señalamiento ético y un tipo de aprendizaje para la vida propia de esos que no se olvidan. Cuentan que alguna vez, el escritor Juan José Sáer estuvo todo un día leyendo, con gozo, excitación y concentración, un libro. Al caer la tarde y al concluir con su lectura, Juan José cerró el libro y sintió que su vida había cambiado. Esa misma sensación me visitó al leer por primera vez la “Biografía de Tadeo Isidoro Cruz” que Jorge Luis Borges publicó como cuento en “El Aleph” en 1949. Años después, ya como avanzado estudiante universitario, en un patio de los Naranjos completo de cabo a rabo, un Ernesto Sábato ya longevo nos vino a saludar en un homenaje de esos que suelen celebrar a los ilustres en vida. Nos hablaba a todos, pero yo tuve la impresión que me hablaba íntimamente. No era sólo por la sabiduría de sus palabras, sino, precisamente por la proximidad entrañable que eligió hablarnos a cada uno de los estudiantes que nos contábamos de cientos, de a miles, en aquella tarde noche santafesina. Por lo qué dijo y por cómo lo dijo. Ese tono fraterno, oral, que resonaba a despedida, aunque todavía faltara bastante tiempo para que eso ocurriera, tenía por enorme virtud la comunicación. No todas las palabras que se expresan pueden comunicar ideas, ya que su suerte en gran medida está ligada intrínsecamente a la forma en que se enuncian. La palabra del intelectual, incluso la del docente, nunca comunicará sino intermedian la proximidad emotiva y la generosidad de espíritu del dicente. La erudición enciclopédica sin comunicación no es más que onanismo intelectual que sirve de poco en esos términos. Don Ernesto nos habló aquél día de la rica complejidad del ser humano, de lo inmensamente paradójica y contradictoria que resulta nuestra naturaleza humana. Y que precisamente que entendiendo y asumiendo que estamos construidos de paradojas y contradicciones podemos hacer de nuestra vida menos áspera, más placentera, más cercana al goce que al desencanto. Toda una paradoja precediendo de la boca de uno, sino el más escéptico de los escritores argentinos. Hacia fines de 1974 el periodista y escritor Orlando Barone tuvo la iniciativa de reunir a Jorge Luis Borges y Ernesto Sábato para que intercambiaran sus ideas, sus saberes. Con el minucioso registro de los encuentros realizados entre ambos escritores, compaginó luego un conjunto de textos que los intituló “Diálogos”. En esas lúcidas conversaciones dejaron en claro sus raras coincidencias y sus numerosas diferencias acerca de los temas que atarearon su quehacer literario, las traducciones; la realidad y los sueños; la idea de Dios; el amor; la política; el tango y los cuchilleros; el teatro y el cine; personajes, ideas y obsesiones. Para Borges, Martín Fierro es un personaje que no es un ejemplo. Es admirable el poema como arte, pero no el personaje. Sábato, en cambio cree que Fierro es un iracundo, un rebelde ante el tratamiento de los gauchos en la frontera y ante muchas de las injusticias de su tiempo. Borges en cambio pensaba que Martín Fierro no fue un rebelde. Desertó porque no le pagaban sus haberes y se pasó al enemigo, no sin esperanza de participar fructuosamente en algún malón. Incluso para éste, tampoco el autor fue rebelde. José Hernández Pueyrredón pertenecía a la alta clase de los estancieros, era pariente de los Lynch y los Udaondo. Si le hubieran dicho “gaucho” se habría indignado, no obstante se documentó, se basó mucho en el libro de su amigo Mansilla. Y por eso Borges no aceptó que Martín Fierro sea un mensaje de protesta social; es más bien un alegato contra el Ministerio de la Guerra, como le llamaban entonces. Borges nunca creyó que José Hernández ansiara un nuevo orden social. El punto de vista de Ernesto Sábato fue diametralmente opuesto. Que Hernández perteneciera a la clase alta no es un argumento, puesto también fueron aristócratas o burgueses Saint-Simon, Marx, Owen, Kropotkin. En cuanto al Martín Fierro pensaba que describe el exilio de los gauchos en su propia patria. Es un canto para los pobres, independientemente de los propósitos del autor, puesto al escribirlo eso ya no importa, ya que los propósitos siempre son superados por la obra, cuando se trata del arte. Quién recuerda acaso en qué acceso de patriotismo Dostoievsky se propuso escribir un librito titulado “Los borrachos” contra el abuso del alcohol en Rusia: le salió crimen y castigo. Tal vez los propósitos sirvan como trampolín para lanzarse después a aguas más profundas. Allí empiezan a trabajar otras fuerzas inconscientes, poderosas y más sabias que las conscientes. Las que en definitiva revelan las grandes verdades. Al Martín Fierro como obra literaria no se lo debe valorar por el solo hecho de ser un libro de protesta. Porque en este caso, cualesquiera fueran sus valores morales, no alcanzaría a ser una obra de arte, sino fuera porque a partir de esa rebeldía accede a esos altos niveles y expresa los grandes problemas espirituales del hombre, de cualquier hombre y en cualquier época: la soledad y la muerte, la injusticia, la esperanza y el tiempo. Por tanto Fierro es un personaje viviente aún en nuestros días. Borges, Sábato, Bioy Casares y Silvina Ocampo, hacia 1940, mantenían largas reuniones, pasaban toda la noche hablando sobre literatura o filosofía. A Borges le interesaban mucho más la música, las letras y las matemáticas que la política. Sábato estaba bastante más consustanciado con las ideas políticas. Borges parecía inclinarse más por los temas permanentes, por eso no se veía interesado por las noticias cotidianas, consideradas fugaces para él. Sábato parecería coincidir con él: la noticia cotidiana, en general, se la lleva el viento. Borges, más enfático aún, profetizaba: “nadie piensa que deba recordarse lo que está escrito en un diario… el diario se escribe deliberadamente para el olvido”. Con ironía, Sábato piensa… sería mejor publicar un periódico cada año, o cada siglo, cuando sucede algo verdaderamente importante, como por ejemplo, que Cristóbal Colón acaba de descubrir América… Pero claro, con agudeza, Borges profundizaría, nadie sabe de antemano cuáles son esas noticias trascendentes. La crucifixión de Cristo fue importante después, no cuando ocurrió. Borges no leía diarios y siguiendo el consejo de Emerson, recomendaba leer libros, no los diarios. Para la suerte de los diarios de hoy creo que el periodismo de investigación, las columnas de opinión y análisis, los suplementos culturales o de “más allá de la crónica”, pueden avanzar en el sentido de la línea trazada por la predicción borgeana. “Algún día los hombres mereceremos no tener gobierno”. En esta frase, Borges, seguramente haya dicho “mereceremos” pensando que tener gobiernos sea un castigo inmerecido. Consideraba que nos mereceremos no tenerlos cuando seamos capaces de vivir en sociedad sin tener que delegar el poder en un tipo que nos mande y nos ordene. Nos merecemos tener gobiernos porque somos estúpidos, incivilizados, egoístas, crueles, ambiciosos… Todo eso que viene con la condición humana. La relación con Perón fue, en tal sentido, como diría la escritora Alicia Dujovne Ortiz, como bailando una chacarera llena de esquives, Perón nombraba a Borges inspector de pollos y Borges sostenía que ni Perón ni Evita, enmascarados misteriosos, habían existido nunca. No se peleaban, se tiraban fintas. Era un mutuo ninguneo que evitaba la franca manifestación de un sentimiento vivo, o, según Borges, impúdicamente italiano. Un duelo oblicuo y esquinado, de compadritos borgeanos que no parecen detestarse hasta que de repente brilla el puñal. La relación de Ernesto Sábato ha sido más reflexiva en torno el peronismo como movimiento político y en especial el desarrollo de su propia subjetividad frente al fenómeno que inicialmente rechazó: “Perón politizó profundamente la vida del país y de una manera u otra hizo recurrir a la política a los sectores más diversos de la Nación… Se oye decir en este país, sobre todo en los llamados sectores democráticos que es malo que exista un conductor. El propio Marx ha dicho que la historia se hace en condiciones determinadas o predeterminadas ajenas a la voluntad de los seres humanos, pero la historia la hacen los hombres y naturalmente los grandes hombres…”. Incorporar a Borges en las antinomias propias de la argentinidad, y en oposición a él a Sábato, en sus relaciones con la política, nos obliga a pensar, antes que nada, en la tradición preexistente anclada en esta moral dicotómica tan argentina que por un lado divide y por otro simplifica. Desde orilleros y arribeños; porteños y provincianos; unitarios y federales; conservadores y nacionalistas; liberales y nacional-populares; peronistas y antiperonistas; los “dos demonios”; puede servirse un perfecto menú a la carta para sentar a Borges y su ceguera en el banquillo de los sentenciados. En abono de estas ideas hay datos incuestionablemente ciertos. Selecciono dos. El 22 de septiembre de 1976, Borges recibe de manos del dictador chileno Augusto Pinochet el doctorado honoris causa en la Universidad de Chile y solemnemente manifiesta: “Yo declaro preferir la espada, la clara espada a la furtiva dinamita… Mi país está emergiendo de la ciénaga, creo con felicidad…Ya estamos saliendo, por obra de las espadas, precisamente. Y aquí ya han emergido de esa ciénaga. Y aquí tenemos: Chile esa región, esa patria, que es a la vez una larga patria y una honrosa espada”. Esta declaración, según muchos, le escabulló la posibilidad concreta del Nobel de Literatura de esos años. Otro episodio. Luego de un almuerzo en Buenos Aires con intelectuales y jerarcas militares, con el funesto dictador Videla como anfitrión, dijera de éste: “Le agradecí personalmente el golpe del 24 de marzo, que salvó al país de la ignominia y le manifesté mi simpatía por haber enfrentado las responsabilidades del gobierno. Yo nunca he sabido gobernar mi vida, menos podría gobernar un país”. Sábato que también participó de aquél almuerzo castrense, junto con otros escritores, tampoco ahorró palabras de elogio hacia los militares. Pero claro, tiempo después y acabada la dictadura más sangrienta y ominosa que recuerda la historia de la Argentina, Ernesto Sábato tuvo su “Nunca Más” y la valerosa participación en la Comisión Nacional sobre la Desaparición de Personas (CONADEP). En relación a estas cavilaciones borgeanas, nunca más oportuna la ya citada frase de Sábato: el ser humano es contradictorio y paradójico. Y para valorar los hechos de la historia es necesario valerse de una interpretación bastante más densa que una dicotomía reduccionista, es necesario analizar contextos y complejidades; intereses y perspectivas. En todo caso, también pensarnos con Borges las razones de por qué la Argentina es un país en el cual los argentinos individualmente brillan en muchas áreas, pero que colectivamente no pueden conformar proyectos de conjunto. Evidentemente, en Borges convive el exaltador de la espada militar genocida, con quien pudo ver con sus ojos ciegos la complejidad del alma humana y evocarla con su pluma erudita. Escritor, intelectual, hombre, la felicidad y su contracara trágica, sus circunstancias y sus fantasmagorías. Quizá acaso a partir de esa ceguera a las noticias del día, a la realidad circundante, sólo tuvo ojos, al igual que los de Ernesto, para arrojarlos por sobre la naturaleza persistente que conforma la condición humana. Es la misma condición la que no ha dejado de nutrirnos a quienes podemos prestarle oídos, ojos, razón y corazón sensible. ¿Acaso Esquilo -unos de los tragediógrafos más relevantes del mundo heleno- no constituyó en cabeza del drama del rey persa Jerjes, excesivo y confiado, una advertencia severa para sus pares griegos victoriosos de las guerras médicas? Por más frondosa que la fama preceda a cualquier hombre, la buena o la mala, si se quiere verlo realmente, jamás puede dejar de vérselo en su dimensión humana y compleja. Cabe esto tanto para el intelectual de las luces, como para el librador a sabiendas de cheques sin fondos. Especialmente quizá sobre estos últimos, que como los cuchilleros borgeanos, son los que primero saltan a la prensa impulsados por una sed de morbo que hace noticia primero a la sangre y en el furgón de cola del final a las letras y las verdades permanentes. A fin de cuentas, tanto en Rojas, en Buenos Aires, en Ginebra, como en Santos Lugares, un tal señor Jorge Luis y un tal señor Ernesto nacieron, crecieron, disfrutaron, vivieron, amaron, maldijeron, soñaron, rieron, lloraron, tosieron, se cegaron y hasta incluso se murieron, independientemente de sus vidas de Borges y Sábato en el bronce. Como ellos mismos dirían, el título de los libros, como el de los sistemas filosóficos, o también de este texto de contrapuntos, códices e imágenes pasadas, presentes y futuras, es la metáfora esencial de lo que luego se desarrolla en ellos.

El autor es abogado, escritor y docente de la ciudad de Santa Fe. Este texto fue el disparador para la entrevista en el programa “Sábado 100” que conduce Emilio Grande (h.) en radio Sol (FM 90,9).

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