Un sano y justo equilibrio en el servicio

El gran desafío del diácono permanente es lograr combinar, amalgamar y alternar con sano y justo equilibrio su actividad como padre de familia, su trabajo (ocupación, oficio, profesión) y su ministerio, su servicio. Esa será su misión.

Por Enrique F. Capdevielle

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Por Enrique F. Capdevielle.- ¿Cuál es la misión del diaconado? ¿Por qué, después de mil años de ausencia, el Concilio Vaticano II lo restauró?Todavía se conoce poco, en general. Sin embargo, el diaconado es, en realidad, más antiguo que el propio presbiterado. La primera mención en las Escrituras se remonta al capítulo 6 de Hechos de los Apóstoles. Si bien sólo se puede asignar a este libro una fecha tentativa de composición, los diferentes especialistas, al relacionar el momento de la llegada de Pablo a Roma –aproximadamente durante el año 62– concuerdan en ubicar hacia el año 64 la terminación del libro, es decir, dentro del primer siglo de la era cristiana. El surgimiento de nuevas necesidades en la comunidad naciente requería de nuevos ministerios (palabra que proviene del latín minister?um, servicio, aunque hoy esté muy vapuleada). Es el caso del nacimiento del diaconado, los doce convocaron a algunos otros discípulos y les pidieron que buscaran “siete hombres de buena fama, llenos del Espíritu Santo y de Sabiduría” (Hech 6, 3) para encargarles la tarea de asistir a las viudas, a los huérfanos y a los más pobres de la comunidad helenística en la distribución diaria de los alimentos y necesidades básicas. Luego, cuando se consideró oportuno dejar ministros estables en las diferentes comunidades que iban constituyéndose, aparecieron los presbíteros o ancianos. En la historia de la Iglesia se encuentran muchos santos que eran diáconos: san Esteban –formaba parte del grupo de los siete primeros–; san Lorenzo –hoy considerado patrono de los diáconos–; san Vicente, san Gregorio Magno, san Francisco de Asís, por mencionar algunos. Más tarde, la figura del diácono permanente fue desdibujándose hasta prácticamente desaparecer a lo largo de un período de más de diez siglos. La restauración La palabra diácono deriva del latín diac?nus, y éste del griego: ????????, servidor, ministro. El diaconado es un ministerio, un servicio. Ya se han cumplido 45 años desde el momento en que el Concilio Vaticano II restauró el diaconado permanente. En la diócesis de San Isidro ya son más de 30 los diáconos permanentes ordenados y casi 20 los que están en vías de recibir el sacramento. Sin embargo, hay diócesis en la Argentina –y en la mayoría de los países– en las que no han oído hablar del diaconado o lo han hecho muy tangencialmente como peldaño previo a la ordenación presbiteral. ¿Por qué restaurarlo si la Iglesia ha prescindido de él por más de mil años? Tal vez, a primera vista, la respuesta pueda tener que ver con la lamentable escasez de vocaciones sacerdotales y, por ende, por las dificultades para brindar el bautismo, el matrimonio o predicar la Palabra. Si bien no es un argumento menor, reducir el diaconado a ese rol sería colocarlo en el opaco y endeble podio de un premio consuelo. Como alguien atinó a decir, el diácono permanente no es un “cura de segunda”, ni tampoco un “acólito de lujo”. Muchas veces hay tendencia a encasillar, clasificar y calificar las distintas funciones y actividades en cualquier ámbito de la vida, y la Iglesia y las parroquias no constituyen la excepción. Pero el diácono es un instrumento del Señor al servicio de cada comunidad –la pequeña Iglesia– y sobre todo de los más pobres y necesitados, trabajando dentro y con la propia comunidad, sin la cual el ministerio pierde su esencia, su sentido. Pero el diaconado tampoco es un premio o una distinción. Los diáconos permanentes no son unos “ungidos de Dios” (más aún, en la celebración de la ordenación diaconal no existe el signo de la unción, que sí está presente en el ritual de otros sacramentos como el bautismo, la confirmación y la unción de los enfermos). En realidad expresa una manera, un modo diferente, en algún aspecto –ni mejor, ni peor, simplemente distinto– de caminar en comunidad, anunciando la buena noticia, practicando en todo momento el amor (la caridad), y estando al servicio de los más pobres. En palabras de monseñor Victorino Girardi, obispo de Tilarán, Costa Rica, “la comunidad cristiana toda está en fuerza de su vocación a la fe y por su apostolicidad, en situación de servicio y misión”. Pablo VI recuerda en su encíclica Evangelii nuntiandi que toda comunidad va construyéndose en la medida en que es “evangelizada y evangelizadora” al mismo tiempo. Ese “caminar” anunciando la buena nueva está sustentado para todo cristiano –y no sólo para diáconos y sacerdotes– sobre tres columnas: el misterio, la celebración y la vida. Misterio es la fe, el amor y la esperanza. Es precisamente el misterio de Dios hecho hombre que vino al mundo para salvarnos, para anunciar la buena nueva. Es en ese misterio que nos sumergimos a través de la liturgia de la Palabra y de la Eucaristía: la celebración. Y luego llevamos el misterio celebrado a la vida de cada día, a través de todos los que están en nuestro camino, mediante el amor (caridad), acompañando de muchas maneras diferentes según los carismas y circunstancias de cada uno. Sobre estas tres columnas se apoyan entonces la acción y la actitud, la vida de todo cristiano. Claro que hay matices y diferencias. Por ejemplo, un ministro extraordinario lleva la comunión a un enfermo que no puede participar de la misa: estará siendo, en ese momento, un nexo particular al llevar el misterio desde la celebración (la Eucaristía) a la vida misma (el enfermo). Así también un diácono permanente, participando en una celebración, puede acercar el misterio de Dios a la vida, siendo medio a través del cual se administra un sacramento como el bautismo o participando como testigo de una manera especial en el matrimonio (porque en éste los ministros son los contrayentes). En efecto, el gran desafío del diácono permanente es lograr combinar, amalgamar y alternar con sano y justo equilibrio su actividad como padre de familia, su trabajo (ocupación, oficio, profesión) y su ministerio, su servicio. Esa será su misión.

El autor es médico veterinario y diácono permanente.

Fuente: revista Criterio, Buenos Aires, Nº 2375 » OCTUBRE 2011.

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