Un reflejo de la crisis en los partidos

Por Martín Rodríguez Yebra

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El primer domingo electoral grande del año dejó un resultado insólito: perdieron todos. Antes que analizar qué candidatos superaron la prueba de las primeras elecciones internas abiertas y simultáneas, el dato revelador surge de la escasa cantidad de gente que fue a votar. Hay una primera explicación, simplista, sobre lo que pasó. Casi ningún candidato importante puso en juego ayer su proyecto. El proceso quedó reducido a un puñado de disputas menores, tendientes a medir fuerzas entre algunos dirigentes radicales y a contener a peronistas disidentes de cuatro o cinco caudillos provinciales. Pero lo ocurrido parece más bien un reflejo lógico de la crisis en la que están sumergidos todos los partidos políticos desde el estallido de la crisis de 2001. Cuesta, si no, entender por qué en unas elecciones nacionales ha votado cerca del 3 por ciento de los ciudadanos habilitados. El argumento de la apatía no alcanza. El presidente Néstor Kirchner en persona ha hecho todo lo posible para que sus candidatos evitaran el paso intermedio de las elecciones internas. De entrada buscó consensos y donde no los encontró fomentó la división del peronismo. El caso emblemático es el de Buenos Aires. Allí, la primera dama, Cristina Fernández de Kirchner, competirá por una banca de senadora por el Frente para la Victoria, mientras que el PJ oficial quedó encolumnado tras la candidatura de Hilda González de Duhalde. El duhaldismo ha culpado al Gobierno de violar el espíritu de la ley al no aceptar pelear las candidaturas dentro del partido. Pero fue eso lo que hizo el propio Eduardo Duhalde cuando era presidente: en 2003, suspendió la aplicación de la ley que él mismo había propuesto sancionar y promovió que los tres candidatos presidenciales del PJ compitieran directamente en las elecciones generales. Carlos Menem, que ayer tuvo que competir contra un dirigente menor, siempre se quejó de los peronistas que huyen a las internas. Pero, al mismo tiempo, bendijo proyectos menemistas por fuera del PJ en varias provincias donde ya no puede influir en la estructura del partido. Igual que en Buenos Aires, Kirchner alentó la creación de frentes peronistas alternativos en La Rioja (tentó a ex menemistas a ultranza para desbancar a Menem), en San Luis (donde los Rodríguez Saá manejan el PJ como si fuera su casa) y en Catamarca (ahí no pudieron despegar al sindicalista Luis Barrionuevo de la estructura peronista). Los opositores braman que el peronismo traslada su disputa interna a toda la sociedad. Se ha escuchado ese argumento en boca de Elisa Carrió, de Ricardo López Murphy, de Mauricio Macri. Puede ser cierto. Pero también lo es que las fuerzas que ellos conducen armaron todas sus listas a puertas cerradas sin prestar atención al nuevo sistema electoral.


En realidad, unos y otros desconfían de cualquier método que no sea el voto en elecciones generales. En nueve provincias ni siquiera hubo posibilidad de elegir. Casi la mitad del padrón nacional estaba impedida de antemano de participar. En nueve provincias no hizo falta colocar ni una urna. Pesa siempre el fantasma del “aparato”, esa entidad misteriosa capaz de comprar votos, movilizar gente en micros y remises o llenar urnas ante el más mínimo descuido, como por arte de magia. Duhalde sospechaba de Menem en 2003; Kirchner sospecha de Duhalde ahora. Carrió y López Murphy abandonaron el radicalismo en parte resignados a que no se puede pelear contra la estructura partidaria, aun dentro de un partido desgarrado por la crisis. El Presidente se limitó a cumplir con los pasos legales: reglamentó la ley de internas, puso la fecha y convalidó los aportes estatales (más de 6 millones de pesos) para organizar los comicios. No hizo el mínimo esfuerzo por promocionar las elecciones, al punto que poca gente sabía ayer siquiera que se podía ir a votar. Optó por no desautorizar la ley. Eso sí, fue coherente con su opinión. En 2002, durante el debate parlamentario, dijo más de una vez en público que el sistema sería un fracaso salvo que el voto fuera obligatorio. Con otros argumentos, plantean dudas sobre la eficacia de esta metodología partidos opositores, como ARI y varias fuerzas de centro. También quedaron registradas críticas de fundaciones cívicas prestigiosas, entre ellas Poder Ciudadano. Más allá de las opiniones, hubo un mensaje en el silencio de la sociedad. Una comparación ilustrativa: en Uruguay, donde se aplica un método similar desde 1999, votó el 42 por ciento del padrón en las últimas elecciones internas para determinar los candidatos presidenciales, hace un año. Tabaré Vázquez, más tarde cómodo triunfador, consiguió un número considerable de votantes a pesar de que se presentó con lista única. En la Argentina, en cambio, primaron las maniobras. Y la desconfianza, tanto en la honradez de la dirigencia como en la voluntad de cambio de la gente común. Iba a ser la primera expresión de una reforma generosa del sistema político argentino y quedó apenas como un experimento vacío de trascendencia.

Fuente: diario La Nación, Buenos Aires, 8 de agosto de 2005.

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