Un pasado que no pasa

¿Cómo proponer una novedad al argentino de hoy, cuya profunda raíz humanista, sin embargo, padece una terrible amnesia respecto de su origen, y que, muchas veces, se coloca en abierta dialéctica con él? ¿Cómo proponer el reencuentro con mis connacionales en un espacio donde la narración de nuestra experiencia intente “tocar” al otro, incidir en su razón y en su corazón de interlocutor alejado?

Por Luis Antonio Ferrero (Rafaela)

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Un periodista progresista , perteneciente a un diario porteño, también progresista y cuasi oficialista, aseveró hace pocos días atrás, tras la condena de los militares Bussi y Menéndez en Tucumán, haber presenciado “imágenes pornográficas del mal absoluto”. En el mismo sentido se expresó la Sra. Estela de Carlotto: “ellos [los ‘represores’] son así, gente repugnante, realmente inhumanos (sic)”. Esta opinión sumada a la tristísima algarabía histérica y desmesurada del público presente en la sala de audiencias y alrededores al escuchar el veredicto contra los reos mencionados, nos pueden hacer ver cómo la cuestión de la verdad histórica sobre nuestro pasado reciente, todavía está muy lejos de haberse conseguido. Y, por otro lado, cómo “el ascenso del buenismo, la nueva ideología de izquierda que se llama corrección política” -que pone un gran énfasis en el victimismo-, pergeña toda una estrategia para exculparse totalmente de ese pasado, respecto del cual dice “yo no tuve nada que ver”. Este progresismo hace como el tero: pone los huevos en un lugar, pero canta lejos del nido. Su real preocupación está basada en un cinismo interesado y en la voluntad de acumular más poder. Ya no siguen la ideología de los setenta, sino que ahora se han convertido meramente en arribistas. Pero sí, el canto lo ponen en la cacareada defensa de algunos de los así llamados Derechos humanos. De este modo, siguiendo uno de los principios básicos de la mentalidad totalitaria -hasta ayer la imponían con los ‘fierros’, hoy con otros “medios” de cualquier color- se autoerigen en detectores del enemigo de lo argentino. Una vez identificado [Oligarquía, Imperio, propietarios rurales o, para el caso, Militares], hay que deshumanizarlo. De ahí las expresiones con que iniciáramos estas líneas. Tiene que quedar claro que “Militar” es sinónimo de monstruo demoníaco o peor aún del “mal absoluto”. Es decir, no son hombres, no son iguales que yo. Que soy bueno, que persigo “ideales”, que me preocupo por la redistribución de la riqueza nacional. “La referencia ideológica es como una cáscara vacía, pero sin esa cáscara no puede mantenerse el Estado” progresista necesario para la salvación del pueblo, ¡pero que ciertos argentinos todavía no entienden! ¿Pueden acaso los otrora “jóvenes idealistas”, que iniciaron la guerra revolucionaria para la toma del poder con las armas, erigirse hoy en un ejemplo por su modo de ‘gestionar’ ese pasado? De todos modos esta visión prevalece hoy y la hemos hecho nuestra. Como dice otro periodista del diario progresista citado: “son avatares [la condena a Bussi y Menéndez] de un avance formidable, que se corresponde con una amplia victoria cultural”. Parecería entonces, por un lado, que esta progresía, ahogada como está en la abstracción, no ha hecho aún las cuentas con el tema del mal en la historia. Y sin entender este tema -“todos los hombres somos malos”, dice un verso universal de nuestra cultura occidental-, no se puede entender ni el pasado más reciente ni aquel más remoto. Y por otra parte, en una actitud revanchista -ya que fueron derrotados por las armas- se presentan hoy en el permanente papel de víctimas. A partir de autovictimarse reclaman sus medallas de honor por haber sido “presos”, “perseguidos”, “desaparecidos”. Y sólo por eso. Lo cual les da sin más, siguiendo su lógica, el derecho y la diplomatura de ser los mejores, los que dictaminan, los “profesores”. Y para más son “de izquierda”, cuadro de honor para toda la moderna progresía.


Tendremos que recuperar el coraje de mirar lo humano, de descubrir al hombre, al otro. Que hay algo en nuestra humanidad -como lo intuye acertadamente el búlgaro Tzvetan Todorov en El hombre desplazado- que me hace desear, que me impulsa a querer. Mirar el pasado es fructífero no para alimentar el resentimiento, el revanchismo o el odio, sino cuando nos impulsa a buscar -hasta donde podamos- la totalidad de la verdad. Que desde el conocimiento histórico será siempre contingente, parcial, provisoria, pequeña. Nunca o blanca o negra. Pero que nos permitirá volver a reemprender el nada fácil camino del “difícil perdón”. Todavía hoy, en nuestra sociedad tan desorientada, hay varios representantes de ella que nos debemos una autocrítica y el pedido de perdón: entre varios más, los políticos, los periodistas, los intelectuales [los “profesores”] y en general la escuela, lamentablemente vehículo consciente o inconsciente de este firmamento cultural progresista. ¿Cómo lo haremos? ¿Cómo proponer una novedad al argentino de hoy, cuya profunda raíz humanista, sin embargo, padece una terrible amnesia respecto de su origen, y que, muchas veces, se coloca en abierta dialéctica con él? ¿Cómo proponer el reencuentro con mis connacionales en un espacio donde la narración de nuestra experiencia intente “tocar” al otro, incidir en su razón y en su corazón de interlocutor alejado? De un otro que no es un enemigo sino alguien que secreta y confusamente advierte, también como yo, aquel algo en su humanidad.

Luis Antonio Ferrero

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