Un país rehén de piqueteros y crispaciones

Por Joaquín Morales Solá

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Ni Duhalde ni López Murphy ni Carrió lograron antes el prodigio piquetero de acorralar a Kirchner. Dirigentes y militantes de pequeños partidos de extrema izquierda, con las necesidades electorales básicas insatisfechas, colocaron al Presidente, por primera vez, entre la necesidad y el discurso. El caos urbano es el fenómeno que más aleja a Kirchner de vastos sectores sociales; pero parece no tener otro remedio, por ahora, que la nueva política de denunciarlos como porfiados conspiradores. Kirchner y Duhalde se golpean la cabeza, mutuamente, con sus alianzas piqueteras. Ambos tienen algo de razón y otro tanto de deducción. Duhalde les entregó a los piqueteros, en su momento, el manejo de voluminosos planes sociales, casi el 10 por ciento del total de la asistencia estatal. Consiguieron el financiamiento que no tenían y el trabajo fácil de cobrar por protestar. El diario El País, de Madrid, recordó el viernes con precisión que las organizaciones piqueteras tuvieron el respaldo implícito y explícito de Kirchner. Hubo más aún: el Presidente llevó al centro del escenario a Luis D´Elía, su amigo piquetero, que usa la acción y la palabra con igual desparpajo. No deja de exhibir a la política tal como es el que D´Elía haya abandonado la orilla para acaparar las primeras páginas de los diarios y el objetivo de los fotógrafos. Nadie, en los últimos cuatro años, logró trazar una frontera entre el Estado y el delito. Los dos, el Presidente y su antecesor, son ahora víctimas de sus propias creaciones. Kirchner se convenció hace rato de que los piqueteros duros están buscando un muerto. La aparición de una víctima los tornaría otra vez multitudinarios. El último gran mitin piquetero fue, precisamente, luego del crimen de dos jóvenes rebeldes en Avellaneda, a mediados de 2002. Les teme a esos piqueteros (que ahora son sólo expresiones políticas de una conmovedora orfandad electoral) como lo asusta la posibilidad de una policía fuera de sí. La opción entre rezar o matar no resolverá nunca nada. Los santos no pueden influir en los líderes piqueteros, porque la izquierda oscila entre hombres ateos y agnósticos. La muerte injusta ya visitó con demasiada frecuencia la Argentina como para insistir con ese método. Pero no existiría paz en ningún país del mundo si las alternativas fueran sólo ésas. Situación prerrevolucionaria. La definición se escuchó muy cerca de donde trabajan los presidentes en la noche del viernes, poco después de que Kirchner alertara sobre una conspiración de sectores de ultraizquierda. Los argumentos iban desde las bombas molotov que llevaron a Santa Cruz algunos piqueteros, encarcelados en el acto por el gobernador Sergio Acevedo, hasta las declaraciones del líder sindical del hospital Garrahan, Gustavo Lerer. Lerer se despachó contra la democracia y las elecciones, en un reportaje en la revista Debate, y se manifestó embelesado por la experiencia de la Rusia prestalinista. Kirchner andaba por los pasillos del gobierno con esa revista bajo el brazo; la mostraba como una prueba de que en el hospital no se está librando una batalla por los salarios, sino por el poder del país por caminos de insurrección. El financiamiento de los piqueteros es un misterio que estremece a Kirchner desde hace mucho tiempo. Raro, porque es un presidente que se siente capaz de hurgar y develar hasta el misterio de la Santísima Trinidad. Los informes que le llegaron lo terminaron de perturbar: los piqueteros anduvieron por la Plaza de Mayo con una envidiable logística. Tenían colectivos, abundantes viandas, automóviles, celulares y equipos electrónicos para impedir el acceso del espionaje oficial. Kirchner no suele deslizar los nombres de sus sospechas, que los tiene. Muy cerca de él se habló de una corriente de financiamiento que estaría a cargo de Osvaldo Mércuri, un viejo duhaldista de la provincia de Buenos Aires. Pero es sólo una fuente de recursos; debe de haber varias más, dijeron, secos y enigmáticos. Algunos grupos de antiguos piqueteros fueron a sacarse las ganas de hacer algo en cooperativas de trabajo. Nada se les puede reprochar. El problema irrumpió cuando algunos líderes piqueteros se convirtieron en aliados electorales. En la intimidad, el Gobierno despotrica contra la liberación de Raúl Castells por haber ocupado una hamburguesería; tiene razón. Pero el conflicto es la contradicción: D´Elía nunca fue preso por haber tomado una comisaría, que es más grave que manotear sándwiches ajenos. Kirchner ha pedido ahora la asistencia de jueces y fiscales, que en verdad también observan, impasibles, cómo se viola la ley. La Justicia requiere la certeza de que cuenta con el respaldo del poder político, porque para hacer demagogia están todos dispuestos. El juez Eduardo Niklison fue a visitar, por ejemplo, el hospital Garrahan y salió convencido de que se garantizaba el servicio. ¿Los diarios mienten, entonces, cuando hablan de atenciones médicas y operaciones quirúrgicas postergadas por el conflicto? Un funcionario, que conoce al juez, habló con Niklison. Doctor, ¿usted cree realmente que es normal lo que está pasando en el Garrahan?, le preguntó. Yo debo respetar el derecho de huelga, le respondió. Pero podrían hacer la huelga fuera del hospital. Están ocupando un hospital, le retrucó el funcionario. Yo no puedo negarles el derecho a los trabajadores a ir a su lugar de trabajo, le contestó el juez. Nada. El cemento es más flexible que el juez. El Gobierno endureció el discurso, pero sólo ordenó retirar los baños químicos de la Plaza de Mayo. Un error. Las galerías de la Catedral -no el interior del templo- y del Cabildo sirvieron para vaciar los cuerpos de los protestones. Espanto de la clase media. Bielsa se ofreció para presentarse en la Plaza. Ya que no hacemos nada, por lo menos hablemos, propuso. Lo frenaron. Ni se te ocurra hacer eso, lo paró otro ministro. Bielsa sabe que estará frito si una semana como la que pasó precede al domingo electoral. La relación de Kirchner con Duhalde se torna virtualmente irreconciliable. La acusación de D´Elía sobre las presuntas vinculaciones de Duhalde con el tráfico de drogas pegó en el lugar político y humano más sensible del ex presidente. Debió sortear hasta duras escenas familiares para que abandonara una pelea que, otra vez, lo arrastraba por los andurriales de la política. Esa acusación nunca pudo probarse y D´Elía volvió a ampararse en sus fueros parlamentarios para no demostrar nada. El Gobierno dice ser ajeno a esas declaraciones de D´Elía, aunque lo reconoce como un dirigente cercano. ¿Cómo vamos a decir que tuvimos un socio narcotraficante hasta hace poco?, se escudan cerca de Kirchner. Habrá almas buenas que creerán en esas explicaciones, pero la de Duhalde no estará entre ellas. Duhalde aprobó hace mucho tiempo la primera materia de la política, que es introducción a la paranoia. Para él, Kirchner -o alguien de su confianza- está detrás de las palabras de D´Elía. La pesadilla piquetera no terminará mientras sobrevivan esos enjuagues de un lado y del otro. Ningún índice económico o social actual es malo. Suben los que tienen que subir y bajan los que tienen que bajar. Hay un país y una sociedad que lograron resucitar después de morir. No es justo que terminen como rehenes de la siesta revolucionaria de unos pocos o de la malsana crispación de otros, igualmente pocos.

Fuente: diario La Nación, Buenos Aires, 21 de agosto de 2005.

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