“Un nuevo don de Dios para su pueblo”

Se trata de la homilía pronunciada por el Obispo de Rafaela, Mons. Carlos María Franzini, en la ordenación episcopal de Mons. Gustavo G. Zurbriggen. Catedral San Rafael, 9/12/11.

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Un nuevo don de Dios para su pueblo (Homilía pronunciada por el Obispo de Rafaela, Mons. Carlos María Franzini, en la ordenación episcopal de Mons. Gustavo G. Zurbriggen. Catedral San Rafael, 9/12/11)

Queridos hermanos: Con mucha alegría estamos participando en esta Eucaristía en la que recibirá su ordenación episcopal nuestro hermano Gustavo Gabriel Zurbriggen. Como creyentes vivimos este acontecimiento como un nuevo don de Dios, que –fiel a su promesa- sigue regalando a la Iglesia pastores según su corazón. Se trata de un don de Dios para nuestra Iglesia diocesana que ha culminado la celebración de su Año Jubilar con el anuncio del episcopado del Padre Gustavo. Estupendo “broche de oro” de un año en el que hemos reconocido con inmensa gratitud el don de la fe recibido de nuestro mayores y transmitido a través de tantos hermanos y hermanas que a lo largo de estos cincuenta años han sido eslabones en la cadena de creyentes que nos liga a la fe de los Apóstoles. ¡Qué gran regalo nos hace Dios al permitirnos ofrecer en este día a un hijo de esta diócesis para que vaya a servir a otra Iglesia hermana, siendo allí –como Sucesor de los Apóstoles- garante y promotor de la fe apostólica, signo e instrumento de comunión para que la Iglesia sea –también en Dean Funes- sacramento de la íntima unión entre Dios y los hombres y de los hombres entre sí! La Iglesia diocesana de Rafaela vuelve a escuchar esta noche a su Señor que, como a Pedro, la invita al seguimiento por el camino del desprendimiento y la misión. Desde su pobreza, nuestra diócesis entrega a uno de sus hijos confiada en la generosidad de Dios y con la firme convicción de que a los dones de Dios sólo se corresponde con creciente y generosa disponibilidad. El Padre Gustavo parte para servir y, con él, va algo de nosotros. ¡Bendito sea Dios! La ordenación episcopal es también un don para el Padre Gustavo. Él ha querido vivir esta llamada en continuidad con el primer sígueme que resonó en sus oídos juveniles, cuando aceptó la invitación e ingresó al seminario. El Beato Juan Pablo II nos enseñaba que hay una “vocación en la vocación”, una llamada que se renueva y actualiza constantemente en la vida de los pastores. Querido Padre Gustavo: ¡el Señor nunca pide sino lo que previamente ha dado! Esta certeza de nuestra fe ha de llenarte de serena confianza para responder con alegría y confianza a esta nueva y más específica llamada al seguimiento. Porque de esto se trata: el episcopado es una vocación, un llamado al servicio en el seguimiento de Jesús, el Pastor Bueno y Bello. Por tanto un llamado a morir con Él, para vivir por Él, con Él y en Él al servicio del pueblo que se nos ha encomendado. Como todo cristiano que vive seriamente, también el obispo encuentra en su camino cruces, contratiempos, incomprensiones y hasta persecución. Sin embargo la certeza de haber sido llamado por el Señor siempre nos devuelve la paz, la confianza y la audacia apostólica necesarias para vivir un ministerio fecundo y sereno. Querido Padre Gustavo: ahora que estás a punto de ponerte en marcha, dejando tu tierra en obediencia al Señor, es bueno recordar estas ideas para que como Abraham –el padre de los creyentes- también vos te pongas en camino arraigado en la fe y animado por la esperanza. Finalmente, queridos hermanos, permítanme que les comparta -casi a modo de confidencia- que la ordenación del Padre Gustavo es también para mí un don. Más allá de la cierta “pérdida” que significa su partida al no poder contar ya con su eficaz, leal y fecunda colaboración, me llena de gozo la seguridad del bien que podrá hacer en el nuevo servicio y lugar que la Iglesia le ha encomendado. Al mismo tiempo, por la ordenación episcopal el Padre Gustavo es incorporado al Colegio de los Obispos, lo que ahonda y especifica el vínculo de fraternidad que ya nos ligaba desde mi llegada a Rafaela. La fraternidad episcopal es un misterio grande que no puede entenderse con puras categorías humanas, que nunca alcanzan para explicar una realidad teologal que nos desborda. Con Pedro y bajo Pedro, los obispos compartimos la solicitud por todas las Iglesias, sentimos como nuestros los gozos y las fatigas de quienes hemos sido llamados a suceder al Colegio de los Apóstoles y nos hacemos cargo como cuerpo de esta hermosa misión. Y, aunque el Obispo Gustavo reciba la misión de una singular ayuda y vinculación con el Obispo Aurelio en la Prelatura de Dean Funes, no es menos cierto que se integra al cuerpo episcopal y desde allí seguiremos compartiendo y sirviendo fraternalmente a toda la Iglesia, allí donde el Señor nos ha llamando. No encontraría palabras adecuadas para expresar mi gratitud y la de toda la diócesis por el rico ministerio del Padre Zurbriggen entre nosotros: la seriedad y la coherencia de su entrega; la solidez de su doctrina y la hondura de su espiritualidad; la lucidez de su mirada pastoral y la eficacia de su pastoreo; son sólo algunos aspectos que han manifestado un ministerio rico y fecundo, para gloria de Dios y para bien de su pueblo. Querido Gustavo: nuestra gratitud se hace alabanza a Dios y súplica ardiente, para que el Señor siga guiando tus pasos y puedas seguir haciendo allí donde Él te lleve todo el bien que has hecho entre nosotros.

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