Un Kirchner gobierna; el otro está en campaña

Por Joaquín Morales Solá

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Un día en la vida de Kirchner. El tiempo se reparte en tiempos iguales entre la campaña y el gobierno. Estoy afónico, se queja el Presidente no bien llega a sus oficinas. Será de tanto hablar, le insinúa un asistente, apocado. Déjense de bromas. Tuve angina roja y 41 grados de fiebre, aclara. Se escuda de antemano. Sabe que políticos y periodistas se preguntan la razón por la cual anda calentando las tribunas casi tres meses antes de las elecciones. ¿Es necesaria tanta agitación electoral? ¿No es prematura, acaso? ¿Por qué pelearse con todo el mundo en público cuando él es otro hombre y otro político en la conversación privada? En la intimidad, es un político clásico y cordial, que razona la política con métodos clásicos. La cuestión se debate entre sus colaboradores. Es posible que a la gente termine no gustándole tanta confrontación, desliza uno de ellos. La gente espera al Kirchner peleador, al que se enfrenta con todos, al transgresor, replica otro. Concluye el Presidente: Miren: todo se puede cambiar y todos nos podemos equivocar. Pero nos ha ido bien hasta ahora de esta manera. No podemos cambiar la táctica electoral por si acaso. Es mejor seguir así. Llama Carlos Tomada, ministro de Trabajo. Tomada tiene mañas de veterano político. ¿Y si intento una negociación con los sindicalistas del Garrahan?, lo consulta. Kirchner pega un respingo: No, Carlos. Ni una palabra con esa gente. Están ocupando un hospital y no puedo meter la policía en un hospital. Ni siquiera atiendas el teléfono. Para mí es un caso líder. Que primero desocupen el hospital y que levanten la huelga. Después veremos si hablamos. Tomada asiente. En verdad, toda la estructura salarial de los estatales se pondría en discusión con una mínima concesión a los sindicalistas del Garrahan. Que hagan política en otra parte, se enfurece Kirchner. ¿Cuántos días de huelga les llevamos descontados?, lo interroga al ministro. Tomada responde: Hay una tradición de no descontarles los días de huelga a los empleados estatales. Kirchner se sobresalta de nuevo: Desde hoy se descuentan los días de huelga en el Estado. La huelga es un derecho, pero día que no se trabaja, día que no se paga. Entran las encuestas. Le preocupan la provincia de Buenos Aires y la Capital Federal. Balestrini, intendente de La Matanza, está en la antesala. Cristina lidera las encuestas, sobre todo en La Matanza. La diferencia con la señora de Duhalde es más grande aún en el interior. En algunos distritos del norte bonaerense es López Murphy el que está segundo. Ricardo está rezagado, pero no debería perder las esperanzas de salir segundo, le dicen. ¿Dónde está Ricardo? ¿Cuál es su campaña?, averigua Kirchner. Habla de Ricardo, no de López Murphy. “Los Gordos” del sindicalismo se han ido con Duhalde. Kirchner dice que los prefiere en la vereda de enfrente, pero parece más bien la conversión de la necesidad en virtud. No son populares, en efecto, pero cuentan con recursos financieros para la campaña, pueden transportar a las almas indecisas el día de las elecciones y están en condiciones de ofrecer militantes para fiscalizar los comicios. No es poco. “Los Gordos” nunca lo han querido a Kirchner, más allá de las poses y de las fotos, que las hubo. No lo consideran un peronista a la vieja usanza ni hay un idioma común entre ellos. Como viejo caudillo provincial, Kirchner detesta a los sindicalistas en general y en particular. No le gustan esos hombres que le indisciplinan la sociedad sin respetar los liderazgos políticos. No hay que exponer tanto al Presidente en los actos, susurra un colaborador. En River, en la semana última, hubo un acto de jóvenes ex piqueteros, que debió demorarse por una gresca furiosa entre bandas diferentes. Se pegaban con los palos de banderas sin países ni causas. Imposible. Kirchner irá a todos los actos. Entra Lavagna, preocupado. Están pidiendo 11 mil millones de dólares más para el presupuesto de 2006 y yo no puedo aceptar eso, le cuenta a Kirchner. ¿Quiénes piden?, le pregunta. Todos, le responde Lavagna. Estos confunden la tribuna con el gobierno. Tranquilo, Roberto. Ni los escuches. El superávit lo defenderemos a muerte, lo serena Kirchner. Esquela de Redrado. Las reservas han llegado de nuevo a 25 mil millones de dólares. Estaríamos en 37 mil millones si no le hubiéramos pagado al Fondo, saca cuentas un ministro. Al Fondo hay que pagarle, lo corta en seco el Presidente. El ministro le explica: sólo ponderaba la capacidad de acumulación de reservas de la Argentina. Vuelve la mirada sobre Lavagna. ¿Hemos juntado ya la plata para pagar todos los vencimientos de este mes?, lo interroga. En agosto no sólo vence un monumental pago con el Fondo, más de 2700 millones de dólares; también se deberán pagar cifras importantes por los bonos argentinos. La plata está, le responde Lavagna. Rato puede, como todo banquero, estar contento. El deudor es huraño, pero buen pagador. Se encierra con Lavagna, a solas, poco antes de que el ministro se fuera a almorzar con Mirtha Legrand. Seguramente, Lavagna le adelantó, en trazos gruesos, sus diferenciaciones con la campaña del Gobierno durante el programa de la diva. Dicen que Duhalde te quiere de presidente en 2007, bromea otro ministro con Lavagna, pero éste sólo sonríe y sigue caminando. Es demasiado realista como para ignorar que los plazos de la política argentina nunca superan los 30 días. Sólo ha pedido que respeten su lealtad con él mismo: Duhalde forma parte de su historia personal. Los diarios están sobre su mesa. Kirchner nunca está conforme con ellos. Mis diferencias con los medios empiezan y terminan en las discrepancias públicas. Puedo estar equivocado con ese método. Tengo diferencias, pero no tengo cuestiones personales con nadie. Nunca tomaré una medida que pueda ser interpretada como un ataque a la libertad de prensa. Que cada uno diga lo que quiera. Se pone especialmente formal para lanzar esos conceptos. Le llegan las encuestas de la Capital. Bielsa ha bajado un poco. Empatan en la cima Mauricio Macri y Elisa Carrió. Un viejo fantasma se perfila en el despacho de los presidentes: Kirchner le tiene más confianza electoral a Macri que a Carrió. La Capital es complicada. Cada ciudadano es un universo aparte, se resigna. Calla cuando le hablan de Aníbal Ibarra. Hay que apoyar a Bielsa. Todavía podemos ganar, se entusiasma. Macri va y viene en sus cavilaciones. Llega Hugo Chávez. Reconocimiento, instruye. El líder populista venezolano ayudó a resolver la crisis energética. Chávez recorre América latina ofreciendo soluciones energéticas a una región desquiciada por la crisis energética. Es su poder de convocatoria. Kirchner toma nota de dos conceptos que quiere decirle a Chávez en público. Uno: todos los conflictos tienen solución en el marco de la democracia y la libertad. Es lo mismo que me canso de repetirle en privado, acota. El otro concepto: hay que alejarse de la tutela del Fondo, pero todos tenemos que pagarle al Fondo. Una cosa es el discurso y otra cosa es el gobierno. Ronronea el motor del helicóptero presidencial. Un acto lo espera en el conurbano alborotado, indómito y áspero. En el viaje se cambia el traje de presidente por el de diestro en plaza de toros. Los toros que lo aguardan están viejos, artríticos, con más ganas de pastar que de pelear. No importa. El espectáculo debe comenzar.

Fuente: diario La Nación, Buenos Aires, 14 de agosto de 2005.

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