Un cálculo prematuro y erróneo de Cristina

El mundo, la política y la economía se mezclan de manera condenada en estos tiempos de globalizaciones para dejar atrás un paraíso perdido.

Por Joaquín Morales Solá (Buenos Aires)

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En un brillante ejercicio de inmodesto argentinismo, Cristina Kirchner dijo ayer que el Primer Mundo se desploma como una burbuja, mientras que su país sigue firme.

En todo caso, el mundo que se desploma se lleva también las condiciones internacionales del paraíso en el que vivió el kirchnerismo. Lo mejor ya pasó para el Gobierno, y ése es un problema que tendrá ramificaciones económicas y políticas. El célebre viento de cola que ayudó a la reconstrucción de la economía local en los últimos cinco años se ha frenado en seco.

Las nuevas circunstancias del mundo sorprenden a la Casa Rosada con gran parte de las asignaturas de la economía local postergadas o incumplidas. Creyentes fanáticos del Estado capitalista, los Kirchner no promovieron las inversiones privadas, sean éstas nacionales o extranjeras. Y no lo hicieron cuando la economía crecía al ritmo de tasas chinas, al 8 o 9% anual. Ahora, las inversiones en el mundo se rezagarán como consecuencia de la falta de crédito y de la escasa confianza en la marcha de las finanzas internacionales. En adelante, la Argentina no figurará, más que nunca, en el radar de los inversores.

Hay taxis del Primer Mundo que ya no usan aire acondicionado por el alto precio del combustible. Los argentinos seguimos abriendo la ventana para regular la calefacción o la refrigeración. El Estado no ha dejado de subsidiar el consumo de energía, sobre todo el de los sectores medios y altos de la sociedad. Pero ésos son los despilfarros inexplicables que no sólo deberán concluir, sino que han hecho de los años pasados una oportunidad perdida.

El mundo no saldrá de su actual crisis (y todavía no se sabe cómo ni cuándo) sin otra importante caída en los precios de las commodities. Estados Unidos, Europa y Japón están técnicamente en recesión, aunque falta aún que se cumplan los requisitos de la permanencia del fenómeno para llamarla definitivamente recesión. ¿Podrá China seguir creciendo a tasas cercanas al 10% anual cuando sus principales clientes en el mundo han dejado de comprar? Una desaceleración en China producirá automáticamente una caída en el precio de las materias primas, sean éstas soja, trigo, maíz y hasta petróleo. China ha hecho muchos milagros económicos, pero no se ha dado todavía el lujo de trasladar su inmensa geografía a otro planeta.

El presupuesto argentino prevé un superávit de la balanza comercial para el próximo año de 12.000 millones de dólares. Si se registrara una baja del 20 por ciento en el precio de las materias primas (y esa cifra es previsible para los especialistas), el volumen previsto del superávit desaparecería casi totalmente.

¿Por qué es previsible? La historia es maestra de ejemplos: la crisis de 1929 fue una crisis financiera, como la actual, pero desató la del año siguiente, la de 1930, que fue una intensa crisis de recesión de la economía real. En el curso de 2009 podrían vivirse, por lo tanto, las consecuencias palpables de las actuales y estrepitosas caídas de los bancos más pintados del mundo.

El Gobierno previó otra vez en su proyecto de presupuesto un crecimiento de la economía durante el año próximo del 4 por ciento. Podría ser la vieja treta de prever una cifra muy inferior a la real, para disponer luego libremente de los recursos extraordinarios que dejaría un crecimiento mayor. Es lo que hicieron, y lo que sucedió, en los últimos cinco años. Esta vez, sin embargo, el Gobierno podría pecar de optimismo y no de un falso pesimismo.

Economistas serios aseguran que sólo una mezcla de suerte y destreza podría colocar el crecimiento de la economía en el 4 por ciento durante el año próximo. La falta de inversión privada, los férreos límites del Estado capitalista para seguir invirtiendo, la caída de los ingresos por las exportaciones y una sociedad menos confiada en los números de la economía producirían esa fuerte desaceleración. El 4 por ciento de crecimiento es un número simpático para cualquier país del Primer Mundo en las actuales circunstancias, pero la sociedad argentina, que viene de vivir la certidumbre de la bonanza económica, sentirá en los hechos los efectos de una fuerte retracción.

La única secuela que la Argentina no sufrirá es la de la falta de crédito internacional, porque directamente no tenía crédito antes de que se desatara la crisis internacional. Ultimamente había hecho gestos dirigidos a reinstalarse en los mercados financieros internacionales, pero llegó tarde. La marea de la crisis se llevó los gestos y las intenciones. Después del amigable gesto de Hugo Chávez de cobrarle el triple del valor de las tasas que cobra el Fondo Monetario Internacional, el gobierno argentino ya no tendrá atajos: será su Estado, el superávit fiscal, el único que deberá afrontar los importantes vencimientos de la deuda en los próximos dos años. La política de subsidiar servicios públicos concluirá en los próximos días.

Fórmula fracasada Sabe a extravagante que en medio de semejante vendaval la economía local siga virtualmente en manos de Guillermo Moreno y carezca, al mismo tiempo, de una brújula creíble, como lo fue en otros tiempos el Indec. ¿Qué lleva al Gobierno a persistir obstinadamente en esa fórmula que ya probó su fracaso? “La terquedad. No hay otra explicación”, señaló un dirigente muy cercano a la cima del kirchnerismo.

Dentro de un año, quizás cuando puedan verse con más precisión las consecuencias locales de la crisis financiera y económica internacional, el Gobierno deberá enfrentar las elecciones de mitad de mandato. Anunciar a la ciudad y al mundo que la Argentina es inmune al profundo conflicto internacional, como hizo ayer la Presidenta, puede resultar prematuro y erróneo. El mundo, la política y la economía se mezclan de manera condenada en estos tiempos de globalizaciones para dejar atrás un paraíso perdido.

Fuente: diario La Nación, 17 de setiembre de 2008.

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