Torre de ciegas ventanas

Por Víctor Corcoba Herrero (España)

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Se nos corta la respiración de tanto soñar otra vida, con menos crímenes y más cielo armonioso, en esta tierra de duelo y mortaja. ¿Habrá calvario mayor que el de ser y que no te dejen ser, el de saber y no saber vivir? Eso de caminar con la sombra del terror metido en los huesos, es un escalofrío tan fuerte que empieza a no dejar crecer la aurora. El viento de la corrupción y los cómplices, los furgones de la muerte y la navaja del odio en pie de guerra, azota sin clemencia y a pleno pulmón, sobre el pulmón del aire, en doquier esquina. Más que un mundo centrado en el poder, o en diversos poderes, se necesita un mundo concentrado en consensuar la paz. Para colmo de males también ha muerto el amor y, con él, también nosotros mismos. En vista de lo visto, pienso que hacen falta nuevos injertos que nos renueven la luz y nos muevan el corazón hacia otros horizontes más esperanzadores. La lección que brota de las olas del mar, a veces acariciador y otras veces severo, pero siempre entrañable y enriquecedor, puede ayudarnos a navegar por esta difícil existencia. Los observadores del planeta piden auxilios de todo tipo. Sus ojos están cansados de mirar al mundo y de ver que todo se vuelve y revuelve como una lluvia vengativa. Nos persigue la tristeza que portan ratas envenenadas. ¿Dónde está el alba gozosa, o la tarde adormecida por un beso? Personalmente, deseo estar en su regazo para volver a ser un niño que cuente las estrellas. Hemos perdido tantas infancias y ganado tantas infamias, que prefiero ser un ingenuo en la mediocridad, antes que un adulto adúltero. En cualquier caso, me resisto al dominio absurdo, a que no me dejen ser dueño de la persona que llevo dentro; y así, volar en libertad con la seguridad de que no sea alcanzado por la llama del rencor en pleno aleteo. Porque la realidad canta por si sola, mal que nos pese. Es la que es, por más que queramos ser optimistas. Todo parece desmembrarse de la membrana de vivir. La magnitud de enconos nos torna crueles. Ahí están los presos españoles rompiéndole la mandíbula al líder de Al Qaeda en España, los libertadores de mentiras descuartizando labios inocentes, o los ideólogos del mal quemando los versos de la belleza; transparente fragancia del cielo que es toda una virtud de fe en el ser humano. Toda esta estampa de brutalidades, es un volver hacia atrás al que tendríamos que poner remedio. El problema no es que se linchen los malos contra los buenos, o éstos contra los otros, sino el generar pactos de convivencia, espacios para crecer unidos. Ya se sabe que la paciencia todo lo alcanza y armoniza. Se precisa, pues, comprensión y abultadas dosis de reposo, para disfrutar de hermosuras que no vemos. Manuel Altolaguirre que miraba con buenos ojos a la vida, la mejor musa, gustaba de saborear tiempos de retiro para mejor descifrar la semántica de la existencia. El verano puede ser un buen momento para ello. Tras la huida del amor, el poeta, atrapado por la soledad a la que bautizó como una torre de ciegas ventanas, pintaba recuerdos para llenar la involuntaria compañía. Seguramente tendríamos también nosotros, para huir de la soledad no deseada, que extender más los brazos, abrir las puertas del corazón y cerrar las ventanas que atemorizan. A diario se vierte mucha tinta sobre cuál es la mejor manera de ayudar a las naciones en desarrollo, a los países en guerra para que encuentren la paz, y siempre es lo mismo: humanidad y transparencia, justicia y libertad, igualdad de oportunidades y respeto escrupuloso a las páginas de ese libro abierto que es la vida. Recientemente, la Ministra de Sanidad, subrayó que la educación es un elemento clave para evitar que los adolescentes se inicien en el consumo de drogas y ha destacado la importancia de suscitar una conciencia colectiva sobre los riesgos del consumo de sustancias adictivas. Cuando además uno piensa que la sensibilidad ciudadana, la verdadera, la hemos perdido de tanto infectar la vida de egoísmos, considera vital y extrapolable lo que dice la titular del ramo ministerial. Las adicciones de odio que la tierra respira, sólo se curan bajo una auténtica pedagogía educativa integral e integradora. Al final todo se reduce a lo educacional, a un lenguaje común que tenga por denominador la ética y por numerador la estética, o sea, el señorío de ser persona por encima de toda cosa. Desgraciadamente hoy se manejan conceptos erróneos, hasta el punto de vivir bajo un estado de confusión y maldades que secan los frondosos verdores paisajísticos. Uno de esos plumajes angustiosos que está haciendo un daño tremendo es, por ejemplo, identificar dignidad con una vida sin sufrimiento. Pues resulta que, eso de perder conciencia y encubrir falsos jardines de vidorria, abonados por criterios de bienestar físico, posesión y prestigio social, es la mayor de las esclavitudes históricas de nuestra historia vivida. Sin entidad, la humanidad no es nada y la tierra de los besos de luna, de los cielos azules, se apaga porque ha perdido toda ilusión. También la de vivir. Es el mismo desconsuelo que vierte un verso que brota sin autenticidad. Cuando lo auténtico se falsea con simulaciones e hipocresías, muy propio del momento actual, la recíproca confianza que exige vivir unidos es un amor imposible que cuesta regenerarlo. Los frutos de vivir en la mentira no se han hecho esperar. Y más que líderes fuertes hacen falta líderes que siembren verdad. Que los nuevos segadores de vidas sean personas generalmente bien acomodadas, con estudios superiores, debe hacernos reflexionar todavía más. ¿Qué está fallando en el mundo? Volvemos a ese estado de desorden que hemos dejado campear a sus anchas, a esa red de redes que fomentan el caos. Esta peligrosa anarquía y maraña que nos envuelve a todos, sin distinción de razas ni credos, exige retornar y reconsiderar la vida humana como el valor más alto que no admite tasación alguna. El utilizar métodos crueles e indignos es como retroceder a las cavernas, al estado salvaje, a la bravura de la muerte sobre la vida. Bajo este contexto de furias, conviene salvaguardar, por la ley del ejemplo, poderes que verdaderamente se pongan al servicio de toda la humanidad, sin levantar el índice acusador; porque, al fin y al cabo, todos somos un poco (o un mucho) culpables del desaguisado actual que ciñe al planetario y cimbrea a la ciudadanía.

Víctor Corcoba Herrero

El autor vive en Granada (España) y envió este artículo especialmente a la página www.sabado100.com.ar.

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