“Tengo mucha esperanza en la sociedad civil”

María Elena Walsh tiene, en cambio, poca fe en la política

Por Hugo Caligaris

Compartir:

María Elena Walsh no quiere opinar de política. A esa decisión de no agregar leña al fuego se debe su tardía aparición en esta serie. Acepta el pedido de entrevista después de mucho tiempo, con la condición de que no se le pregunte abiertamente qué piensa del actual gobierno, o del 45, o de la Revolución Libertadora, por ejemplo. Pero –¡ay!– la política sabe cómo meter la cola y en el transcurso de la conversación la hará decir, casi sin quererlo: “Todos tenemos muchas razones para ser escépticos”. Sin embargo, se identifica con la acción de las Madres del Dolor y anuncia que, por su capacidad de reacción y su creatividad, tiene esperanza en toda la sociedad civil. Invitada a escribir un artículo para la página de Notas, actualmente a cargo de este redactor, bromea con la idea de enviar una página en blanco con su firma, y luego se pregunta, con el mismo aire juguetón, si no habrá lectores que piensen que María Elena Walsh ha estado demasiado contundente, que tal vez se le ha ido un poco la mano. Lo diga expresamente o no, está escéptica acerca de cómo van, en general, las cosas, aunque acepta que existen, aquí y allá, algunas señales alentadoras. Mientras tanto, lleva una vida muy activa, enriquecida con su arte, con sus viajes y sus lecturas. Lee en este momento “Hombre lento”, del premio Nobel J. M. Coetzee, y lo encuentra interesante, pero demasiado sombrío y extraño, lejos de la altura de la que considera la mejor novela del escritor sudafricano, “Desgracia”. Hay otra fuente de placer gráfico para María Elena en estos días: las caricaturas y los chistes (políticos y de los otros) que aparecen en los grandes diarios. Se pregunta por qué hay tantos y tan buenos humoristas en un país del que se diría que el mal humor se ha adueñado. Aunque no quiere hacer nombres de dibujantes nacionales, admite que disfruta especialmente de una tira norteamericana que publica La Nación, “Lola”, de Dickenson y Clark, en la que una viejita transgresora ve transcurrir la vida desde el banco de la plaza con un espíritu mordaz, rebelde y juvenil con el que, inevitablemente, tiende a sentirse identificada. -Por momentos, parece que mejora. Por momentos, que se agrava. ¿Cómo ve usted el humor de la sociedad argentina hoy? -Y, sí, la sociedad nuestra, inserta en el mundo, en nuestro planeta, es un poco de todo y pasa por altibajos muy fuertes. Por eso creo que en esos ataques de mal humor que nos dan de vez en cuando tenemos que tratar de encontrar la contrafigura. Por ejemplo, una parte no muy considerada de nuestra vida cultural es la cantidad de humor gráfico que hay en nuestros diarios. Yo no conozco un diario extranjero con tanto chiste, con tanta rapidez para tomar con humor la actualidad, los personajes de la política y de la vida. Eso, más que risa, me da una especie de luz, de felicidad. Que eso exista, y en esa cantidad. -¿Eso refleja para usted alguna característica de nuestro pueblo? -Refleja talento. Mucho talento. Y una capacidad de reírse, de no tomar tan en serio todas las cosas. -¿Qué humoristas prefiere? -Me parece que no hace falta dar nombres. Estoy hablando de los estupendos dibujantes de los dos grandes diarios, de La Nación y de Clarín. -¿No le parece que, sin embargo, los humoristas gráficos trabajan sobre supuestos pesimistas, como que todos los políticos son corruptos o que la inflación va a ser incontenible? ¿No son espejo de un punto de vista escéptico? -Sí. Es el nuestro. Creo que es el de las mayorías, y no sólo en nuestro país. Tenemos muchas razones para ser escépticos. Los humoristas presentan algo muy cierto. Nos dicen: “Van a bajar los precios”. “Je, je”, decimos. Todos. Creemos que los van a rebajar a la noche y aumentar a la mañana. -Ese es el chiste… -Es que la vida nos enseñó. Tenemos unos años y sabemos que siempre nos tomaron el pelo con distintos temas. Todos tenemos ese fondo de desconfianza. -¿No habrá cierto regodeo en ese declararse siempre ante una “crisis terminal”, como se calificaba a la de 2001? -Pero es que así parecía, como si hubiéramos tenido que bajar la cortina. Así lo vivimos. No sé si terminal. Tengo la sospecha de que no terminábamos ahí, pero fue un fondo bastante siniestro y confiscatorio, como lo sigue siendo. Hoy hay una carta en La Nación de un señor que dice: nos están confiscando el cincuenta por ciento de los que tenemos la suerte de tener algo. De eso no salimos del todo. -El humor sería una manera de escaparle a la desilusión, entonces. -No sé si uno escapa o lo ve de otra manera y aprende a reírse de uno mismo. Por ejemplo, yo aprendo mucho con esa historieta de Lola, porque es la tercera edad mostrada de la manera más maravillosa. No hay más remedio que reírse de todos los problemas que uno tiene. Yo no quiero tener más ilusiones. Aunque quisiera, no podría. -¿No podría tener ilusiones, pero sí esperanzas? -Van parejas, ¿eh? Para mí van bastante parejas. Esperanzas sí, porque si como pueblo hemos sobrevivido, muchos, a tanta catástrofe, quiere decir que somos bastante más fuertes de lo que creemos. En ese sentido, las esperanzas no las pierdo, sobre todo, ahora, cuando hay muchas manifestaciones públicas, populares, que salen de abajo, que no salen de sindicatos, no son políticas. Se trata de reclamos de justicia, de seguridad. Y para eso hay que ser muy fuerte. Que te hayan castigado y puedas salir a la calle a pedir justicia… otro orden de cosas. Eso, para mí, es importante. Es peligroso para los gobiernos… -¿Alude a movimientos como las Madres del Dolor? -Sí, estoy con las Madres del Dolor. Con ellas soy totalmente solidaria. -¿Y los cartoneros, los piqueteros, pueden transformarse en fenómenos más interesantes? -En general, tengo esperanza en toda la sociedad civil, que se va reconstruyendo de a poco. Pero me parece a mí, perdón por esta frase, que a los pobres los fabrican los Estados. Creo que con imaginación y con real autoridad no tiene por qué haberlos en esta medida. Pero mientras se trate de solucionar el problema de la pobreza con dádivas, va a seguir existiendo. Que de ahí surja otra cosa es posible. Ahora no lo creo. Podría ser con el tiempo. -¿No le ve solución por el momento? -No. No tengo ilusión ni esperanza, por el momento. -¿Hay un poco de moda o de esquizofrenia en nuestra sed de cultura? La misma persona que la noche anterior fue al teatro o a la ópera le arroja a uno el auto encima a la mañana siguiente… ¿Dónde va toda esa cultura que se consume ávidamente? -Es cierto: no va a normas de convivencia, desde ya. Una buena parte va a alimentar un gran narcisismo. El maltrato existe en todas partes. Con todo, no es malo que la gente tenga ganas de ver, de escuchar. Realmente, no hay un lugar vacío. Nunca ha habido tal cantidad de recitales, de ciclos de cine. Eso hay que interpretarlo como algo bueno. -¿Nos falta sentarnos a pensar, a elaborar eso que vemos? -Sí, a elaborarlo y a tener más noción del otro, que no se tiene. El otro es algo que pasa por delante, que se atropella y se maltrata. Ojo: no siempre. Yo noto una gran diferencia en la nueva generación, que es menos maltratante que las anteriores. Estos jóvenes que trabajan en los negocios, en los bares, me parece que son, en general, más amables, que tienen otro tono, que nadie les enseñó a prepotear. Y a veces si te tratan mal es porque les falta autoridad, les falta un jefe que les dé normas. -En general, ¿declina el sentido de autoridad, ya sea paterna u oficial? ¿Se cede autoridad por miedo a ser considerado autoritario? -Autoridad es una palabra muy clarita. No es autoritarismo, ni palizas, ni tiros. Es tener el papel que a uno le corresponde en la vida: de padre, de madre, de jefe, para poner las cosas en su lugar. No sé cómo se pueden confundir las dos cosas. -¿Esa confusión se refleja en la vida social, cuando al transeúnte le cortan una calle o un puente y parece haber cierto pudor en decir: la protesta está muy bien, los motivos son legítimos, pero déjeme pasar..? -Hay miedo de manifestarse. Hay miedo de decir: me parece un disparate que corten las vías o que hagan estas huelgas salvajes, como la que hubo entre los aeronavegantes, que fue un espanto. Me parece que todo eso es político, y no por una causa justa. Cuando es espontáneo, como en el caso de esta gente que cortó las vías porque, bueno, están violando chicos, se entiende un poco más. Pero tampoco lo justifico. Alguien tiene que impedirles que corten las vías. Pero no nos ponemos en contra porque, si no, somos unos conservetas, somos de derecha, unos represores… Pero lo que no está bien no está bien. Lo que atenta contra el otro no está bien. -Las mujeres parecen estar ganando posiciones, no sólo en la Argentina, sino en el mundo: candidatas a presidentas, ministras de Defensa… -Sí, bueno, pero el ejemplo para imitar es el del señor Rodríguez Zapatero. La mitad de su gabinete son mujeres. El cincuenta por ciento. Ya desde ahí la cosa es muy distinta que poner a una señora porque es la mujer de no sé quién o porque es correligionaria de no sé qué otro. Lo de Rodríguez Zapatero es muy distinto. Que sus ministras resulten buenas o malas es otra historia. Pueden ser tan malas como los hombres. Pero socialmente es un acto de justicia. -Tal vez sean señales que indiquen que, después de todo, el mundo está mejorando… -No, el mundo es una basura. ¿Qué me cuenta? Yo quiero cambiar de planeta urgentemente. Cuando hablamos de nuestros males, tenemos que saber que no somos una isla, ni mucho menos. El mundo está patas arriba, difícil, cada vez con diferencias sociales más grandes. ¿No conoce, por casualidad, otro planeta?

Hugo Caligaris

Fuente: diario La Nación, 24 de diciembre de 2005.

Compartir:

Deja una respuesta

Tu dirección de correo electrónico no será publicada. Los campos obligatorios están marcados con *