Somos una oportunidad para nuestra patria

Se trata de una reflexión de la Comisión de Desarrollo Integral de la diócesis de Rafaela, en el día de nuestra independencia.

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Como sociedad vivimos momentos de zozobra e incertidumbre. Probablemente algo así hayan experimentado en su corazón quienes forjaron nuestra patria y nuestra independencia. Entonces, nuestros antepasados necesitaron de convicciones profundas, objetivos claros y puntos de referencia sólidos para avanzar en medio de dificultades, e incluso de diferencias internas. Hoy también precisamos de esos faros que guíen nuestro rumbo en tiempos de turbulencia. El papa Francisco enumera cuatro principios rectores que pueden iluminar el camino.

El primero de ellos señala que «la realidad es superior a la idea». La radicalización de las ideologías, la cancelación de lo diferente y del que difiere de mi forma de pensar, despierta acciones con reflejos autoritarios;  aísla en los propios esquemas al tomar decisiones;  lleva a diagnósticos y programas que aplican medidas desconectadas de los hechos reales. Reaparecen en debate ideas que contraponen lo colectivo a lo individual, el rol del Estado al del mercado; incluso, los valores: solidaridad vs libertad. Las posiciones se polarizan desconociendo que los binomios son parte de la realidad y se necesitan mutuamente. Un país desarrollado busca la realización personal y el bien comunitario, tiene un estado fuerte y un mercado competitivo,  es libre y solidario a la vez[1].

El segundo principio expresa que «el todo es superior a la parte». Muchas veces se absolutizan intereses particulares o sectoriales que ponen en riesgo el bien común. El estímulo de prácticas que llevan a la relación inequitativa entre derechos y deberes, a la dádiva que crea dependencia,  al resguardo de «la propia quinta», al «sálvese quien pueda», se han traducido en nuestra historia en fenómenos como la corrupción, la competencia desleal, la informalidad laboral, la administración fraudulenta, la especulación, la evasión, las corridas bancarias. Éstas son algunas causas que explican la debilidad estructural y la desconfianza crónica que existe hacia las instituciones políticas y la economía de nuestro país. Prácticas que también ponen en riesgo de desintegración el tejido social.   

El tercer principio declara que «la unidad es superior al conflicto». En nuestro país, hace más de 200 años vivimos situaciones en donde las confrontaciones dañan la unidad social. Esta unidad (que no es uniformidad) requiere de diálogo, es decir, de capacidad de escucha, de acoger al que llega en su realidad, de alcanzar puntos de consenso, de reconocer al otro como un don para mí. Así aparece el desafío de fomentar un estilo de vinculación que sea verdaderamente inclusivo de aquel que es diverso. En el documento “Hacia un bicentenario en justicia y solidaridad” (punto 33), se señala como meta el «educar y favorecer en nuestros pueblos todos los gestos, obras y caminos de reconciliación y amistad social, de cooperación e integración».

El último principio, «el tiempo es superior al espacio», propone dar preminencia a los procesos antes que a la conquista de los espacios que, en el caso de nuestro país, muchas veces se transforman en botines de poder (cajas, cargos, control de planes sociales, negocios monopólicos). Se pierden oportunidades, recursos y energías en luchas internas por alcanzar o preservar estos espacios en lugar de apostar  en conjunto a poner en marcha procesos que mantengan líneas de acción en el tiempo, que aporten previsión y credibilidad, y que surjan de acuerdos que superen la órbita de un partido o el período de un gobierno. Opciones que se sostienen por décadas por ser el fruto maduro de aquello que el pueblo ha consensuado promover y custodiar, tanto en valores como en políticas de Estado y que le dan al país su identidad como nación. Atender a los procesos es también pensar en las futuras generaciones; en apostar a un sistema de educación y de salud de calidad, en el cuidado del medioambiente y sus recursos, en proteger la vida que llega y el interés superior del niño; en los ejemplos y oportunidades, de parte del mundo adulto, que animan y esperanzan a los jóvenes a tener un proyecto de vida y a seguir apostando por su país.

Como sociedad tenemos la oportunidad de aprender a crecer en diálogo y acuerdos, para que nuestra democracia madure y vivamos en un país independiente. Pidamos la gracia de tener un alma grande que nos permita transformar este tiempo de crisis en oportunidad de hacer patria, una que sea cada vez más parecida a la que soñaron nuestros próceres.


[1] En relación a estos dos valores, afirma la CEA en el documento “Una luz para reconstruir la Nación”: «la solidaridad necesita un crecimiento sustancial en orden a afianzar la conciencia ciudadana y la responsabilidad de todos por todos”. Y añade: “el valor de la libertad, como expresión de la singularidad de cada persona humana, es respetada cuando a cada miembro de la sociedad le es permitido realizar su propia vocación personal”. 

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